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Columna
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El Brexit y el unicornio

Todos saben que no lo encontrarán antes del fatídico 29 de marzo, pero son muchos, la señora May entre ellos, los que fingen creer que se puede encontrar muy pronto

Lluís Bassets
La primera ministra británica, Theresa May, en el Parlamento, en Londres, el pasado 30 de enero.
La primera ministra británica, Theresa May, en el Parlamento, en Londres, el pasado 30 de enero. MARK DUFFY (AFP)

Solo quedan 57 días y hay que encontrar un unicornio. Nadie los ha visto nunca, aunque muchos son los que han soñado en tan extrañas criaturas. Su sueño ha sido tan intenso como para que sigan empeñados en buscarlos a pesar de sus dudas sobre la posibilidad misma de su existencia.

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El unicornio, como corresponde a nuestra época, es la tecnología digital que permitirá la salida de Reino Unido sin que se levante una frontera física, con sus guardias, aduanas y puestos fronterizos, entre el territorio británico y el de la Unión Europea. No es fácil imaginar una frontera inmaterial pero eficaz, que garantice el pago de los impuestos y derechos aduaneros, los controles veterinarios y fitosanitarios, la comprobación de los documentos de los transportes y de las garantías y especificaciones de las importaciones y exportaciones y, por supuesto, el movimiento legal de las personas, para evitar el contrabando, los movimientos de la gran delincuencia y el tráfico ilegal de mercancías o de seres humanos. No hay alternativa, si se quiere que el Brexit llegue a buen fin: o se regresa a la frontera dura entre las dos Irlandas y futura frontera exterior de la UE con Reino Unido, eliminada hace 20 años con los acuerdos de paz del Viernes Santo, o aparece un unicornio tecnológico.

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Los caminos intermedios, que existen, han sido rechazados uno detrás de otro por los británicos. El más práctico sería que Reino Unido no abandonara el mercado único y se conformara desde ahora mismo con un estatus como el de Noruega, pero no lo aceptan los brexiters, ansiosos por negociar jugosos acuerdos comerciales bilaterales con todo el mundo sin contar con Bruselas. El más posibilista, aunque provisional, es el backstop, una salvaguarda sin fecha de caducidad que mantiene a Londres dentro de la unión aduanera europea a la espera de negociar el acuerdo definitivo; pero tampoco gusta a los brexiters, temerosos de que termine convirtiéndose en una prisión permanente, en la que Reino Unido no tendría ni las ventajas de estar fuera ni las de estar dentro.

La fórmula, por tanto, es el unicornio. Todos saben que no lo encontrarán antes del fatídico 29 de marzo, pero son muchos, la señora May entre ellos, los que fingen creer que se puede encontrar muy pronto, en un plazo razonable, a finales de 2020 o 2021, el mismo que podría servir para la negociación definitiva con Bruselas.

Puede ser que algún día, todavía muy lejano, llegue el unicornio tecnológico que permita combinar la existencia de fronteras virtuales que separen territorios soberanos con mercados diferenciados, gracias a controles digitales en origen y destino, desde los campos y los establos, las factorías y los almacenes de distribución hasta los puntos de venta e incluso los clientes. Pero ahora es solo un sueño, que Theresa May utiliza para abrir de nuevo la negociación y consumir tanto tiempo y energías como sea posible, hasta acercarnos peligrosamente al 29 de marzo, con la malvada esperanza de que, convertido en pesadilla, arranque en el último minuto la aprobación desesperada de un acuerdo de salida.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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