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AGENDA PÚBLICA – EL PAÍS
Columna
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Puigdemont juega a la ruleta rusa

Hasta la fecha, los líderes del 'procés' habían evitado mostrar cercanía o alineamiento explícito con relación al Kremlin.

Carles Puigdemont, en el Trinity College de Dublin (Irlanda), este martes.
Carles Puigdemont, en el Trinity College de Dublin (Irlanda), este martes.Niall Carson (PA Wire)

Puigdemont ha lanzado un guiño al Kremlin. Y no ha sido precisamente sutil. En una entrevista al tabloide ruso Komsomólskaia Pravda, el expresident fugado no solo anuncia unas futuras relaciones cercanas y amistosas con Rusia de la "Cataluña independiente", sino que va más allá y hace propios algunos de los mantras de la maquinaria propagandística del Kremlin, del que este diario es una buena muestra. No sabemos qué pretende conseguir exactamente Puigdemont con esto, pero refleja algunas novedades significativas.

Hasta la fecha, los líderes del procés habían evitado mostrar cercanía o alineamiento explícito con relación al Kremlin. El independentismo catalán confiaba en ser respaldado y reconocido por las principales potencias occidentales y alcanzar una quimérica permanencia automática de la república catalana en la Unión Europea. En consecuencia, un acercamiento al Kremlin podía resultar contraproducente, cuando no directamente tóxico para estas aspiraciones. Pero, al no ir los hechos en esa dirección y en su actual huida hacia delante, Puigdemont parece no descartar ninguna opción para lograr la anhelada internacionalización del procés.

Varias de sus afirmaciones durante la entrevista buscan, sin duda, despertar la simpatía de la opinión pública rusa y del propio Kremlin. Así, Puigdemont alerta de la "completa destrucción de la autoridad moral de la UE"; preguntado por Crimea y Donbás (Ucrania), afirma que "la gente de todo el mundo debe tener los mismos derechos en el reconocimiento de su voluntad por parte de la comunidad internacional"; y sobre la OTAN, dice, debe "repensarse su papel más como un instrumento para proteger la democracia y la paz". Es decir, el expresidente catalán se suma a la campaña del Kremlin para socavar la UE y los sistemas democráticos europeos, legitima la intervención militar encubierta de Rusia en Ucrania y siembra dudas maliciosas sobre la Alianza Atlántica de la que, al no haber repregunta, nos quedamos sin saber a qué cree él que se dedica en la actualidad si no es a proteger la democracia y la paz.

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La entrevista asume por completo el marco de análisis del independentismo catalán y, con ayuda del entrevistador, Puigdemont aprovecha para colar unas cuantas falsedades. Así, por ejemplo, se da a entender que solo un 10% de los catalanes se oponen a la independencia, tomando como referencia aquellos que votaron no el 1 de octubre. El "referéndum", por cierto, no se contextualiza, y al igual que sucede con la mayor parte de los medios rusos, se da por bueno. De ahí que nunca se hable de "referéndum ilegal" sino de "referéndum" a secas.

De igual forma, Puigdemont califica de "desinformación" la injerencia rusa en la crisis catalana y afirma que un "informe de expertos del Parlamento británico rechaza que haya existido ninguna influencia secreta de Rusia". Sin embargo, el informe en cuestión resulta bastante explícito cuando afirma que "hemos escuchado pruebas que muestran la presunta interferencia rusa". Puigdemont recurre a una triquiñuela frecuente de medios como RT o Sputnik: presentar una cosa por otra. Así, él no se refiere realmente al "informe publicado por el Parlamento británico", sino a la comunicación enviada por un hacker simpatizante de Wikileaks y que, vaya por dónde, es la única de las 154 recibidas por el Comité a cargo de esta investigación sobre desinformación y fake news en Europa que respalda su argumento.

Toda la entrevista tiene un tono amable y Puigdemont es presentado como "el rebelde pacífico de la península Ibérica" que ahora vive en Bruselas con la pintoresca condición de "emigrante político". Quizás por eso uno de los miembros de su equipo en Waterloo publicó un tuit que transmitía cierta euforia por la aparición de Puigdemont en (según él) "el diario más importante de Rusia". No obstante, aunque el titular de la entrevista apunta a esa futura amistad con Moscú, el expresidente catalán es presentado como "el líder de los separatistas catalanes", lo que introduce un matiz extremadamente negativo en el contexto ruso, donde alguien puede acabar en la cárcel por el mero hecho de compartir en redes sociales algo que remotamente pueda sugerir simpatía por un movimiento secesionista dentro de la Federación Rusa.

De la misma manera, aunque en los informativos y tertulias de las principales cadenas de televisión rusas (Rossiya 1, NTB, RT, Rossiya 24 o el Piervy Kanal) se asumieron y difundieron con entusiasmo todas las narrativas del independentismo catalán, los tertulianos locales quedaron profundamente decepcionados con la huida de Puigdemont, blanco de mofas y dardos desde entonces. De hecho, si ese mismo equipo que rodea al expresident hubiera realizado un análisis algo más profundo y sosegado, habría comprendido fácilmente que el principal efecto de esta entrevista no sería el que buscaban ellos. Estas declaraciones de Puigdemont y su figura sirven fundamentalmente para reforzar ante la audiencia doméstica rusa la narrativa del Kremlin sobre una UE a la deriva, infestada de conflictos, desigualdades y pobreza y al borde del colapso. De ahí, por ejemplo, la amplia cobertura que están dedicando estas semanas al fenómeno de los chalecos amarillos en Francia. A ojos de estos mismos medios, algo no muy diferente de lo sucedido en Cataluña en el otoño de 2017 por mucho que en Waterloo no se hayan enterado.

Nicolás de Pedro es investigador senior en The Institute for Statecraft.

Este artículo ha sido elaborado por Agenda Pública para EL PAÍS

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