El beso
Y tú qué idea prefieres, dice ella, la de estar bien o la de no estar bien
“Estamos bien”, afirma la mujer. “Estamos bien”, corrobora el hombre. “Pues si estamos bien, estamos bien”, concluye la mujer, y pide una cerveza.
¿Estamos bien?, me pregunto yo entonces mientras remuevo el café con leche que acaban de servirme. Algún líder debería salir en la tele para hacerse esta pregunta en público. ¿Estamos bien? ¿Están bien los vecinos del cuarto con los del tercero? ¿Están bien los ciudadanos con sus representantes, los trabajadores con los empresarios, los pobres con los ricos, y así de forma sucesiva hasta llegar al veterinario del zoo con el tigre?
“Es que no es verdad, no estamos bien”, dice ahora la mujer corrigiéndose a sí misma. “Pero si acabas de decir que estamos bien”, dice el hombre. “Vale, he dicho una cosa y ahora digo la contraria, ¿no se puede?”, dice la mujer. “Se puede”, dice el hombre, “pero convendría mantenerse un rato en la misma idea”. “Y tú qué idea prefieres”, dice ella, “la de estar bien o la de no estar bien”. “Es que no estamos bien”, admite el hombre con gesto de derrota. “Pues eso es lo que acabo de decir, que no estamos bien”, dice la mujer.
Desconecto de nuevo de la conversación y regreso a lo mío. ¿Estamos bien como país? ¿Tú te despiertas convencido de que las cosas funcionan razonablemente? ¿Estás bien con el IPC, con el IRPF, con el IVA, el IBI, el DNI y con el servicio de urgencias? Por una parte te apetece decir que estamos bien con todo, pero por otra algo te empuja a decir que no estamos bien con nada, que deberíamos darnos un tiempo para pensar. En esto, el ruido de la cafetera me arranca del ensimismamiento y me vuelvo para ver si el hombre y la mujer siguen ahí. Y siguen, ahora dándose un beso frenético en la boca. Pues finjamos que no estamos tan mal, me digo.
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