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Seres Urbanos
Coordinado por Fernando Casado
Arte urbano

Este artista pinta lo ‘terminal’ de las ciudades

La falsa ilusión de seguridad en el espacio urbano explorada con una narración visual sobre la superpoblación, la soledad, la globalización globalizada o el suicidio medioambiental

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Adamo Dimitriadis presenta Ciudad Terminal, una nueva exposición individual que colgará de los muros de la Galería Utopía Parkway entre el 11 de enero y el 8 de marzo próximos.

En 15 lienzos, el artista reflexiona sobre la falsa ilusión de seguridad en la ciudad contemporánea. Paisajes desolados, avenidas vacías, soledad, silencio, miedo, hipocresía, quietud, la aparentemente amable amenaza y destrucción del ser humano, involución… Una sacudida de realidad que sacude como solo sacude el presente. El paradójico contraste entre la superpoblación y la soledad, el aislamiento al que nos vemos abocados y que Adamo Dimitriadis expone en una narración impactante, comprometida y técnicamente impoluta.

La colección enseña los exteriores de Memorias del futuro, la anterior muestra del artista, en que el pintor madrileño mostraba las miserias tras la propaganda de un mundo feliz que en tiempos de la Guerra Fría invadió ambos lados del telón de acero. Eran tiempos de la Guerra Fría y de la amenaza nuclear atómica.

Quizá este tiempo transcurrido desde aquellos años hasta hoy nos haya hecho perder el ingenuo optimismo con que ayer se miraba al mañana. La experiencia de sesenta años en que nadie encontró aquel futuro soñado, en que los avances científicos se desviaron hacia fines ajenos al beneficio humano.

"La ciudad terminal de Adamo Dimitriadis es la certera expresión del esplendor quebrado de lo ficticio como antinomia de lo real, el espacio que nos deja indiferentes a las ciudades sin alma y a la pintura sin compromiso", escribe Carlos Hernández Pezzi en la introducción de la obra y prólogo al catálogo de la exposición. "Dimitriadis sabe que estamos en una época terminal y representa su espacio urbano en un desasosegante recorrido por las estancias del Dante, sin renunciar a la evocación de los efímeros paraísos que recrea con afilada precisión, color y textura únicas, como si fueran representaciones singulares de la extraordinaria belleza del diseño digital de una era de progreso periclitada", dice Carlos Hernández Pezzi en la introducción a la obra.

Para el afamado urbanista, el escenario que presenta Ciudad Terminal ha perdido el romanticismo de la desesperanza. "No he encontrado unas gamas de color tan inquietantes y perturbadoras como estas, que el autor destina a la configuración de un futuro tan deshumanizado como las vistas del asolamiento de lo aislado", subraya. "La indigna, rencorosa, soledad de lo ausente", comenta, "se aparece al tamiz de la luz del sol, del crepúsculo, de las nubes maltratadas por el aire viciado de nuestras ciudades, enfocando restos de un magma incandescente, como si fueran destellos de lava de un volcán mucho tiempo en erupción".

La decadencia del presente, la involución del futuro, la devolución a la que se refería el nombre de la banda de rock Devo, invade las estampas del pintor madrileño, cada una de ellas presidida por un edificio de grandes dimensiones, traídos de otra época y pareciera que depositados allí por un platillo volante. Nadie transita sus bajos, las ventanas aparecen vacías de figuras humanas, lo urbano se hace inhabitado… pero es bello.

Los luminosos de esta ciudad terminal emiten mensajes escalofriantes: Cosmos Shop, Radium Hotel, Titan Matinal, Napalm Holiday, Fear, Heaven, Mig, REM, RS-28 Sarmat, Safe, Demolición, Crash, Horizonte Desolado...

El tecnicolor de las imágenes de Dimitriadis recuerda a las postales aburridas de los años 50 y 60, procedentes fundamentalmente de la exURSS. Fotografías que eran cuadros, estáticas, representaciones planas de rincones de aquellas ciudades, donde predominaba el transporte público y los edificios de arquitectura comunista, donde bien o mal todos tienen un lugar.

"Me gusta mirar el progreso desde la lupa de la ética. Ciencia y moralidad son para mí dos conceptos indisociables. De aquí bebe mi génesis, mi inspiración en aquel futuro que nunca llegó y el momento dorado de la investigación en las décadas de los cincuenta y sesenta, un atractivo universo de perspectivas truncadas", explica el artista. "La fascinación por el progreso científico, la confianza en que sería capaz de resolver cualquier problema. Un paisaje falsamente futurista pero que sobrevoló los anhelos de unas cuantas generaciones".

En la última colección del madrileño, lo inhabitable aplasta lo urbano. Lo aprecia así Carlos Hernández Pezzi, en el prólogo al catálogo de la exposición. "Dimitriades hace gala de un atrevimiento excepcional", explica. "Con esta obra", continúa, "muestra cómo se puede recorrer el túnel del tiempo de la globalización, —ida y vuelta—, denunciar la acelerada experiencia colectiva del suicidio ambiental, y hacerlo con los genuinos instrumentos del arte, los inteligentes encuadres de los objetos, la estilización de los conceptos y la reflexión plástica acerca de las materias del mundo en que vivimos, expresando, — desde la elegancia —, el caos; enseñando — desde el color —, lo negro; cómo se puede transmutar el porvenir, — a veces, gris —, de la situación que vivimos, tan enmascarada por el mercado del arte que la maquilla a menudo", escribe.

Y es cierto que la crítica se hace más frontal cuando procede de la sublime belleza de los cuadros del artista madrileño. Como si se hiriera a un niño, el escalofrío es hondo, se clava. Cuanto más cuando uno descubre en estos lienzos estampas de su cotidianeidad. El artista se ha lanzado a explorar la ciudad en sus iconos más significativos y recrea en ellos espacios míticos de la ciudad de Madrid, reconocibles con dificultad tras su capa de pintura.

Adamo Dimitriadis recrea el lado oscuro del progreso científico con la percepción irreal de un sueño en tecnicolor. Sus óleos irradian una felicidad tensa, como si pasar de la alegría a la catástrofe fuera cuestión de tiempo. Narran un desencanto dulce en un futuro pasado, un mensaje que rocía con ironía para dar entrada a su denuncia del mal uso del progreso científico, que tantos ejemplos ha trasladado al presente.

Aunque la pintura le seduce desde niño, no sería hasta la visita a una exposición de René Magritte, ya en la veintena, cuando determina su vocación. Entonces descubre el gusto por lo figurativo y la investigación del color en artistas como José de Ribera, Diego Velázquez, Francisco de Goya o el Bosco. Luego surgiría su interés por diferentes estilos pictóricos: prerrafaelismo, simbolismo, surrealismo, constructivismo, futurismo, arte pop o el precisionismo.

A partir de 2014 evoluciona hacia un realismo científico. Ciencia y moralidad son dos conceptos indisociables en su obra. El progreso auscultado desde la lupa de la ética. Aquel futuro perfecto siempre ensombrecido por la amenaza, los avances científicos desviados hacia fines ajenos al beneficio humano. De aquí bebe su génesis, inspirada en El futuro que nunca llegó y la fascinación por la ciencia en las décadas de los cincuenta y sesenta, un atractivo universo de perspectivas truncadas que mezcla con personal elegancia en una paleta conceptual de la que sobresalen la ciencia ficción clásica, la arquitectura brutalista y la fotografía industrial, como paradigmas de la modernidad.

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