_
_
_
_

1 de septiembre de 2018

Cada día desde aquella jornada recuerdo algo nuevo. Tengo mala memoria, pero se porta bien conmigo

La noche que asesinaron a Ernest Lluch (a la derecha, jugando al futbolín) pasé en taxi justo por delante de ese párking, justo a esa hora. De eso me acuerdo.
La noche que asesinaron a Ernest Lluch (a la derecha, jugando al futbolín) pasé en taxi justo por delante de ese párking, justo a esa hora. De eso me acuerdo.
Xavi Sancho

Tengo muy mala memoria. Cada vez que voy de viaje de prensa y me presentan a alguien jamás retengo su nombre y me paso el resto del tiempo esperando que alguien lo llame para lo que sea y pillar al vuelo cómo se refieren a él. Eso tampoco es la solución definitiva, pues estoy algo sordo. Así es.

No tengo memoria. Pero, mire, el 1 de septiembre de 2018 me desperté en Aveiro. Ingerí el típico desayuno de hotel, pero de hotel de cuando viajas pagando tú: tostada quemada, zumo de naranja Milli Vanilli y un café con el que si riego una planta la convierto en un secundario de Parque Jurásico. Recuerdo que no había forma de que las maletas cupieran en el maletero, algo que puedo entender a la gente que va por el mundo comprando, ¿pero yo? Mi madre cree que ya no la quiero porque no le traigo chorradas de mis desplazamientos. Es, simplemente, que me olvido. Casi todos los regalos que he importado a mis seres queridos en los últimos años han sido comprados en un duty free mientras mi vuelo embarcaba.

Tengo muy mala memoria. Cada vez que voy de viaje de prensa y me presentan a alguien jamás retengo su nombre y me paso el resto del tiempo esperando que alguien lo llame

En fin, que tras lograr cerrar el maletero, emprendimos rumbo hacia la frontera gallega con servidor ejerciendo de copiloto, algo que años atrás consistía en estar atento a las señales de salida de las autopistas, y que ahora se basa en pedir perdón al piloto y soltarle a la voz que te indica la ruta todo tipo de improperios. Cruzamos la frontera, erré dos salidas más, pedí parar para ir al baño, fui amonestado –como me sucede desde finales de los setenta– por no subir al coche descargado. Apuradísimos, llegamos a Bueu, Pontevedra: era sábado y se me había antojado ir al mercado. Yo qué sé.

Aparcamos en el puerto. Quedaban dos puestos abiertos. Compramos entrecots y lenguados. A la salida, nos hicimos con patatas y padrones de una abuela entrañable y furtiva. Una cerveza en una especie de hogar de jubilados. Compré tabaco en un bar llamado Chilau. Fuimos a la casa. Abrí una cerveza. Saqué el ordenador a la terraza. Hacía sol (“ha abierto”, me dijeron y no entendí qué se había abierto, pero no importaba, todo estaba fenomenal). Mi acompañante fue a por pan (le gusta mucho hacer eso, una filia como otra cualquiera). Abajo, la playa.

Escribí un artículo para este diario. Comimos la carne en la terraza. Por la tarde bajamos al pueblo. Aparcamos el coche en una calle del centro. Al salir del bar estaba la calle cortada. Aparcamos entonces en un descampado. Luego tardamos 20 minutos en encontrar el trasto, pero ahora lo recuerdo perfectamente: quinto por la derecha de la penúltima fila mirando al mar. Jugamos al futbolín en otro local. Esperaba que los equipos fueran Dépor y Celta para pedirme el Celta y molestar mucho a mi conductora. Pero eran Barça y Madrid. Este país se va al carajo.

Jugamos contra un señor y una chica de Madrid. Me tocó, como siempre, defender. Perdimos épicamente. Más que nada porque me pasé todo el rato desconcentrado, tratando de discernir si aquellos dos eran padre e hija, pareja, primos, casero e inquilina. Volvimos a casa. Comimos el pescado. Dejé la preparación en manos de mi acompañante. Aquella noche se inventó el semifrío de lenguado en tres texturas. Cama.

Y pensará: “Vale, muy bien. Un buen día. ¿Y?”. Pues mire, aquel mediodía recibí un mensaje. Alguien muy cercano y profundamente querido había fallecido. No había vuelos a Barcelona hasta el día siguiente y traté de seguir con mi vida con cierta naturalidad. Mire, cada día, cada maldito día desde aquella jornada, pienso en ese 1 de septiembre y cada vez que lo hago recuerdo algo nuevo. No lo supero, no quiero superarlo. Pero lo recuerdo, no quiero olvidarlo. Tengo mala memoria, pero se porta bien conmigo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Xavi Sancho
Forma parte del equipo de El País Semanal. Antes fue redactor jefe de Icon. Cursó Ciencias de la Información en la Universitat Autónoma de Barcelona.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_