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Ya nadie coge el teléfono: así hemos olvidado la cultura de la conversación

No es nada personal, las conversaciones telefónicas se reservan para contactos cada vez más íntimos

Miguel Gila conquistó a los españoles de la segunda mitad del siglo pasado con la única ayuda de un teléfono modelo Heraldo. El humorista decía aquello de: "¿Está el enemigo?... Que se ponga", y hasta el enemigo se ponía. No como ahora. Irónicamente, atender las llamadas era más común cuando solo había un teléfono para todo el pueblo que ahora que, con el advenimiento de la telefonía móvil, el aparato está en el bolsillo de cualquier español.

Cuando nació la Compañía Telefónica Nacional de España, en 1924, uno de los primeros objetivos que se marcó fue la instalación de 400.000 aparatos, según asegura el profesor Ángel Calvo en el libro Historia de Telefónica. En España vivían entonces unos 22 millones de personas, y las llamadas de teléfono eran pocas, importantes y muy esperadas. La mayoría de las personas no tenía teléfono, así que coger el auricular era un deber sagrado, una cuestión de educación que se convirtió en cultura.

Actualmente, en un mundo de mensajes, esta cultura se ha desmoronado. El primer impulso cuando suena el rutilante smartphone es pensar que se trata de otro comercial dispuesto a convencerte de que cambies de compañía o de que firmes un préstamo aún más ventajoso que el último que te ofreció. ¿Quién iba a ser si no? Uno pasa olímpicamente de contestar la llamada y deja atrás, un poco más, la costumbre de coger el teléfono. Incluso el arte de conversar se ve afectado.

A ti sí, a ti no: ¿para qué sirven ahora las llamadas?

Los primeros privilegiados que tuvieron un móvil en sus manos –un armatoste de nada menos que un kilo, que se llevaba dentro de un maletín– fueron el Rey y el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, a finales de los ochenta. Pero su verdadera expansión comenzó a finales de los noventa, cuando además de Telefónica (Movistar), aparecen otras compañías como Airtel (Vodafone) y Amena (Orange). No había quién no llevase un Nokia 3310 o un Alcatel One Touch Easy.

Ahí comenzó la revolución cultural que conllevó que cada vez haya menos personas que hacen, o contestan, llamadas telefónicas. En cambio, los españoles pueden consultar el móvil una media de 150 veces cada día (y no porque alguien quiera comunicarse con ellos). ¿Qué pensaría el Graham Bell si levantase la cabeza? Seguramente iría a hablar con un psicólogo, y el profesional le explicaría cómo funciona el nuevo orden telefónico mundial, en el que las llamadas telefónicas están en horas bajas, pero no han desaparecido del todo.

La aversión a la melodía del móvil no es algo nuevo, es una fobia que se ha ido fraguando con el tiempo. Cuando uno puede contestar un mensaje con otro, en el momento que le venga bien, o, aún mejor, con un archivo de audio, llamar por teléfono parece una pérdida de tiempo. Pero no siempre lo es, y, de hecho, este tipo de comunicación sigue teniendo su lugar en las relaciones humanas.

Los móviles que acabaron con el teléfono fijo pesaban 1 kilo y se llevaban dentro de un maletín

Según Sergio García Soriano, psicólogo y terapeuta del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid, las llamadas han quedado para un grado de intimidad superior. "Implican mantener una conversación y saber llevar ese diálogo, en el que los elementos emocionales están en juego y puedes intuir cómo es la persona", explica García. Y añade: "La voz es un elemento que genera atribuciones sobre la personalidad del interlocutor, recrea una fantasía acerca de la imagen del que está tras el aparato".

En otras palabras, uno ya solo se planteará llamar a su madre o a su pareja en casos de extrema necesidad. En cambio, el experto considera que contestar un wasap requiere menos esfuerzo porque, de alguna manera, nos ayuda a escondernos. Además, podemos tomarnos nuestro tiempo para pensar una respuesta perfecta, incluso consultar Google si necesitamos ayuda. Es algo que, en el caso de una conversación con una futurible cita, puede generar grandes falsas expectativas (no en vano, aplicaciones usadas para buscar pareja como Tinder no dejan de mostrar sus ventajas).

El teléfono como escudo móvil para el compromiso

Escaquearse de las llamadas quizá no sea mera cuestión de pragmatismo. "Utilizar solo WhatsApp puede ser una forma de miedo al compromiso, los minutos que implican una llamada generan una relación más personal. Al igual que acaba con la distorsión o la ambigüedad que puede generar lo escrito, da lugar a menos malentendidos", sentencia García. Pero también es cierto que el enorme volumen de información que las personas están acostumbrándose a intercambiar no podría fluir en un intercambio a viva voz.

La llamada es un paréntesis que interrumpe lo que uno está haciendo en un momento dado, algo que incomoda a la gran mayoría. Con un mensaje o un audio elegimos el cómo y el cuándo. Y los que han vivido este cambio, se han adaptado a él. Pero los jóvenes han ido más allá, y han desarrollado un nuevo lenguaje y una forma de interactuar que está en las antípodas de los de sus progenitores. Y no es algo necesariamente bueno.

"Podríamos estar generando una sociedad donde faltan relaciones de calidad, el reflejo lo tenemos en nuestra manera de comunicarnos a través de las nuevas tecnologías", señala el psicólogo. Lo más irónico de todo es que seguimos llamando teléfono a un aparato que ya no utilizamos como tal, bajo el lema de: "no me llame, mejor mándeme un WhatsApp que ya lo leeré". Eso sí, ten en cuenta que tener muchos grupos de WhatsApp puede acabar en divorcio.

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