Españolísima
Creo que sí, soy española, no sé si una 'buena' española. Tampoco sé si me importa o lo mejor es exiliarse


Soy española porque nací en Madrid. Mis ascendientes se sitúan en la meseta Norte —Segovia, Valladolid, Burgos— y me hacen españolísima, un pedazo de española de Santiago y cierra España, una española visigótica de corona de Recaredo y austeridad castellano-vieja. Noventayochista, paisajísticamente hablando. Solo una mácula podría caer en el expediente de mis españolísimos ancestros: aunque mi abuela materna nació en Santurce, mi bisabuela salió del hospicio de Bilbao y hay leyendas familiares que mantienen la hipótesis de que en el culo tenía una flor de lis, lo que nos retrotrae hasta un origen, aristocrático y francés —no somos de Ciudadanos, pero sí cosmopaletos—, que podríamos asear o españolizar, al fin, gracias a nuestra vinculación con El Empecinado, héroe de la guerra de la Independencia. Mis padres nacieron en Madrid y mi marido es de Zaragoza, con orígenes turolenses, que lo españolizan mucho, y navarros, que lo españolizan a ratos. No tenemos hijos; ignoramos si eso nos hace muy españoles o no. Según las estadísticas, sí; según el concepto de lo español que manejan algunos, no. Como somos heterosexuales volvemos al regazo de la españolidad. Trabamos amistades con gais y lesbianas: micropunto negativo. Además, somos ateos y no nos gustan los toros ni las mañas cinegéticas. No lloramos si los pasos procesionales se quedan dentro de los templos porque llueve, ni las saetas nos ponen los vellos como escarpias, pese a que amamos el flamenco y la poesía andaluza. Compensamos esta merma de españolidad amando el vino: godello, palocortao, Rioja, Ribera, Bierzo, Valdepeñas, Bullas. Cava catalán —micropunto negativo—. Pago mis impuestos en España, tengo casa en España y escribo en español, lo que no me hiperespañoliza necesariamente porque hay quienes escribiendo en español son de Argentina, Colombia o México. Mi pasaporte dice que soy española, y mi alimentación, pese al extranjerismo de probar chapulines, medusa o blinis, es española con toques mediterráneos: espaguetis a la putanesca, musaka,cuscús. Estudié en una escuela pública española, me doctoré en Filología Hispánica y me atoro en el aprendizaje de lenguas extranjeras, un rasgo que vergonzosamente nos define.
Los debes manchan mi cartilla de españolidad: mi padre es un comunista que colaboró en la Transición democrática, mi marido luchó contra la tortura en España, no me emocionan las victorias de la selección de fútbol, abogo por una reforma fiscal que no consista en suprimir el impuesto sobre sucesiones y patrimonio sino más bien al contrario, me siento federalista, no creo que los inmigrantes vengan a violarnos y quitarnos el trabajo, soy feminista, de izquierdas, y pienso que el patriotismo pasa por rescatar la memoria de la Historia compartida y por convencerse de que la libertad no es la de comprar, vender o conducir a 200 porque me sale a mí de los cojones y/o de los ovarios, sino la de no comprenderla al margen de la igualdad y solidaridad. Soy internacionalista, defiendo lo público y entiendo que yo es un fragmento de la primera persona del plural. Soy española y me gusta nuestro cine y nuestra literatura; también los fados y los libros de Alejandra Costamagna, los impíos cuadros de Bacon. Detesto la pandereta —no la charanga— y me parece que aún hemos de defendernos de aquella España reducida que retrataron Berlanga y Bardem en Bienvenido Mr. Marshall, aquella España goyesca de hombres que se matan a garrotazos, la España de Cuelgamuros y la santa Inquisición. Siento que me roban las palabras, aunque creo que sí, soy española, no sé si una buena española. Tampoco sé si me importa o lo mejor es exiliarse. Ustedes dirán.
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