Leer y morir
La vieja Europa rinde en Estocolmo tributo al saber y a la vida
Suecia sigue sin Gobierno. Las elecciones del 9 de septiembre las ganaron los socialdemócratas con el peor resultado de su historia, pero la noticia relevante fue el fuerte apoyo que consiguió la extrema derecha. Los Demócratas Suecos, un partido con mensajes abiertamente xenófobos, sedujo al 17,6% de los votantes, obtuvo 62 diputados y entró como una tromba en el plácido espacio público de una sólida democracia que ha conseguido en las últimas décadas un envidiable Estado de bienestar. El bloque de izquierdas obtuvo 144 diputados; el de derechas, 143. Así que los números llevan complicando ya tres meses largos la posibilidad de que alguien consiga ese apoyo de 175 diputados para tomar las riendas del país nórdico. El 19 de diciembre, el presidente del Parlamento convocó una rueda de prensa. Tras el fracaso para conseguir los apoyos necesarios, primero del líder de los moderados y después del de los socialdemócratas, y ante un panorama de total bloqueo, tiró el balón fuera y dijo que hasta el 16 de enero no habrá una nueva votación.
Así están las cosas en Suecia. Cuando un partido que está fuera del sistema entra en las instituciones saca todo de quicio. ¿Qué hacer? ¿Cómo pueden los partidos que necesitan su apoyo invitarlo a que se lo den sin ofrecerles nada a cambio? ¿Alguien cree de verdad que son almas cándidas que van a facilitar que sean otros los que gobiernen sin intentar realizar sus objetivos? Lo que ya han conseguido los Demócratas Suecos es paralizar a los partidos tradicionales.
La democracia ha quedado varada en uno de esos países que más sorprenden por el vigor de sus instituciones y por las iniciativas de sus ciudadanos. Una de sus empresas de referencia, Ikea, ha conseguido imponer en el mundo entero la fórmula del hágaselo usted mismo. Y ha convertido, así, al consumidor en un manitas que construye su propio hogar. Ese afán de cultivar lo privado se encuentra también en dos hermosas construcciones de Estocolmo: una biblioteca y un cementerio. El lugar reservado al conocimiento y al placer, y el consagrado a la aflicción y a la memoria. Leer y morir son asuntos en los que cada cual se bate solo. Por eso conmueve encontrar dos obras de esa enorme sutileza consagradas a dos de las tareas más importantes de la vida, las de formarse y las de encarar el final de la mejor manera posible.
La construcción de la Biblioteca Nacional se inició en 1924 y es obra de uno de los grandes maestros de la arquitectura moderna, Gunnar Asplund. También proyectó el Cementerio del Sur mano a mano con uno de sus colegas más próximos, Sigurd Lewerentz. En sus Escritos 1906/1940 se ocupa de ambas obras. Lo hace con la distancia de quien se ocupa estrictamente de consideraciones técnicas. “El edificio se construye en ladrillo sobre una cimentación de hormigón. La viguería es de acero, losas de hormigón en la parte inferior, relleno, capa de nivelación de hormigón y, sobre ella, un linóleo grueso y de un solo color”. No hay lirismo: importa cada detalle de la biblioteca.
Lo mismo ocurre en los distintos textos que le dedica al cementerio. “Las capillas deben conformarse en torno a su significado principal, alrededor del difícil momento del adiós”, escribe. Cuando en un claro día de invierno se sube a la llamada Colina de la Meditación, ante las pequeñas lápidas negras dispuestas sobre una inmensa superficie nevada en la que distintos tipos de árboles marcan diferentes áreas de reposo, es imposible evitar un nudo en la garganta. Los que trataron con tanto respeto a la muerte es porque veneraban la vida. Y eso es Europa.
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