Vuelve la Luna
Las misiones lunares aportarán un tesoro de conocimiento sobre la formación del satélite, de nuestro propio planeta y del Sistema Solar entero
A nadie parecía ya importarle la Luna. Medio siglo después de que Neil Armstrong pisara nuestro satélite, todos dábamos el asunto por periclitado. La nave china Chang’e 4, que acaba de posarse en la cara oculta de la Luna, es la muestra evidente de lo equivocados que estábamos.
Vuelve la Luna. Ahora sabemos que los polos lunares contienen hielo y compuestos volátiles que, en teoría, pueden servir para establecer colonias allí, o incluso para utilizar la Luna como un espaciopuerto desde el que lanzar misiones a otros objetos celestes más lejanos. También sabemos que visionarios del sector privado como Elon Musk han empezado a interesarse por el negocio espacial, incluido un presunto turismo lunar para millonarios. Y, sobre todo, sabemos que las decisiones de la NASA han dejado de ser el único factor esencial. La carrera espacial de nuestros días refleja un mundo hexapolar en el que, a las clásicas agencias de Estados Unidos y Rusia, se han unido las de Europa, China, India y Japón. Estos seis galácticos están tejiendo un sorprendente renacimiento de la exploración lunar.
La nave Chandrayaan-2 es ya la segunda misión lunar de India, y un séptimo actor en este drama, Israel, va a marcar un hito histórico con el alunizaje de su nave Sparrow, la primera misión lunar dirigida por una organización civil sin ánimo de lucro. Otra institución similar, esta vez en Japón, prevé enviar misiones el año que viene, y sus análogos norteamericanos están en negociaciones con la NASA para entregar cargas científicas a la superficie lunar, quizá en un par de años.
Pese a la entrada del sector privado en este negocio, y pese a que media docena de Gobiernos han recuperado el gusto por exhibir su poderío tecnológico en el escaparate lunar, estas misiones tienen sobre todo un interés científico. Aportarán un tesoro de conocimiento sobre la formación de la Luna, de nuestro propio planeta y del Sistema Solar entero. Chang’e 4, en particular, examinará, por primera vez en suelo lunar, el entorno de uno de los mayores cráteres de impacto que conocemos, la cuenca Aitken del polo sur, con 2.500 kilómetros de diámetro. Y no solo la historia, sino también los compuestos químicos del lado oculto de la Luna son distintos de los de la cara visible que hemos traído a la Tierra hasta ahora. La cara oculta es rica en helio-3, un excelente combustible que puede convertir a la Luna en la gasolinera clave para la exploración espacial. Para el disco de luz que inspira a los amantes, lo mejor está aún por llegar.
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