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Columna
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Pactos de… ganadores

Pablo Casado no es una excepción a la regla sino la enésima demostración impúdica de la regla

Teodoro León Gross
El presidente nacional del PP, Pablo Casado, en Vitoria, el pasado 23 de diciembre.
El presidente nacional del PP, Pablo Casado, en Vitoria, el pasado 23 de diciembre. David Aguilar (EFE)

En política hay travestismos que ríete tú de las drag queens del carnaval de Gran Canaria o de Broken Heel. De hecho, no es difícil encontrar transformistas espectaculares, más cerca de la pornografía que de la stravaganza; y la última exhibición estelar corresponde a Pablo Casado. El líder de la derecha ha sido, como sus antecesores, un defensor irreductible de dar el Gobierno al partido mayoritario: “Lo que queremos sencillamente es que gobierne la lista más votada porque es lo que los españoles deciden con su voto”. Esa frase ha sido repetida por líderes y corifeos del PP en todas las versiones posibles, como un mantra cincelado en mármol… pero acaban de celebrar con entusiasmo el pacto andaluz contra la lista más votada. La nueva idea de Casado, tras hacerse con el poder allí, parece simple: “Lo que queremos sencillamente es que no gobierne la lista más votada sino la mayoría, porque es lo que los ciudadanos deciden con su voto”. Y se ha quedado tan ancho.

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Casado no es una excepción a la regla sino la enésima demostración impúdica de la regla. Aunque Sánchez se haya convertido en el gran icono del trasformismo —con el aval de la irrisoria doctrina Calvo según la cual una cosa es Pedro Sánchez y otra el presidente Sánchez— ningún líder escapa a ese travestismo. Albert Rivera no solo ha cambiado postulados, sino el ideario completo del partido, desplazado de la socialdemocracia a un liberalismo conservador; y Pablo Iglesias acaba de dejar atrás Venezuela, asumiendo la miopía ideológica que le impedía ver lo evidente para cualquier otro. Pero modificar posiciones es perfectamente normal al menos por cuatro razones: por evolución ideológica, por baño de realidad, por redefinición programática y por la necesidad de pactar, que es ceder. Hay que desdramatizar. No solo se trata de oportunismo, inevitable en política, sino de oportunidad, necesaria en política.

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Supondrá un progreso si con el vuelco andaluz desparece esa lógica dogmática, bastante cerril, de los “pactos de perdedores” con que sobre todo el PP, pero no solo el PP, ha envenenado el entendimiento de la vida pública. El PSOE lo ha usado también, por ejemplo en Canarias contra PP y CC, o Rivera en 2015, o Podemos en víspera del congreso que ungió a Casado… todos en definitiva, aunque el PP se lleve la palma al haber disfrutado durante años de la derecha en monopolio. Pero el sistema parlamentario no se rige por la lista más votada, sino por la capacidad de sumar mayorías; y en un escenario multipartidista más vale asimilar el juego de las alianzas para pactar alejándose de los dogmatismos. Podemos ha progresado con la moción —aunque Adelante Andalucía se aferre al purismo castigado en las urnas— y, a la fuerza ahorcan, hasta Vox por la vía rápida. En principio, salvo excepciones, todas las mayorías son legítimas; y la retórica de lo contra natura resulta rancia. Hay que hacer juicios sobre la gestión, no anteponer los prejuicios. Ese parece un buen desiderátum para 2019, pero quizá sea tan efímero como la mayoría de buenos deseos al empezar el año.

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Sobre la firma

Teodoro León Gross
Málaga, 1966. Columnista en El País desde 2017, también Joly, antes El Mundo y Vocento; comentarista en Cadena SER; director de Mesa de Análisis en Canal Sur. Profesor Titular de Comunicación (UMA), licenciado en Filología, doctor en Periodismo. Libros como El artículo de opinión o El periodismo débil... Investigador en el sistema de medios.

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