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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Andalucía: la regla de tres

Rivera y Abascal fingen un desencuentro andaluz que Casado arbitrará en otros escenarios electorales

Juanma Moreno (izquierda) y Juan Marín, en el encuentro que mantuvieron el 26 de diciembre en Sevilla.
Juanma Moreno (izquierda) y Juan Marín, en el encuentro que mantuvieron el 26 de diciembre en Sevilla.Julio Muñoz (EFE)

El imperativo de la evacuación del socialismo en Andalucía convertía en teatrillo político las desavenencias de Ciudadanos y Vox. Tanto ardía el debate en las redes sociales entre Rivera y Abascal, tanto prosperaba el acuerdo de “las tres derechas” con la mediación vaticana del PP. Son los populares los que acceden al requisito profiláctico de Ciudadanos —pactar con Vox, pero poco— y los que habilitan al partido ultra en la mesa del Parlamento, un sacrificio estratégico que garantiza la presidencia de Moreno y que establece los principios de un canon político nacional.

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Es entrañable, candoroso, el esfuerzo con que Ciudadanos reniega públicamente de un aliado necesario. Se ha producido, de facto, un acuerdo triangular —no hay investidura sin Vox, como no habrá legislatura sin sus apoyos—, pero el cinismo contemporizador de Juan Marín es el mismo que podría objetarse a un jugador de billar americano que se vale de una bola (el PP) para introducir otra (Vox) en la tronera.

Ciudadanos y Vox practican sexo telefónico. No llegan a tocarse, pero utilizan mensajeros interpuestos. Pablo Casado sería el shabbos goy de Albert Rivera, o sea, el sujeto pagano, el gentil, al que puede recurrir un judío ortodoxo para delegar y realizar las prácticas prohibidas en el reposo del Sabbath. Hacerse se hacen, pero sin mancharse las manos.

La carambola sevillana ha suscitado en la izquierda las mayores sugestiones oscurantistas —la derechona, la derechona—, pero el acuerdo programático del PP y de Cs, expuesto a la testosterona de Vox, tanto puede homologarse a un híbrido socioliberal como es descriptivo de un cambio de inercia que penaliza la esclerosis del socialismo andaluz y amenaza el bienestar político de Sánchez.

El mejor salvoconducto del que dispone el presidente del Gobierno consiste en utilizar el monstruo del “three party” —así lo ha llamado Zapatero— como argamasa de la precaria coalición que lo condujo a la investidura. Más le conviene a los aliados “indepes” la bandera de la rosa en la Moncloa que los mocasines de Pablo Casado, pero el hipotético acuerdo de unos Presupuestos —cuando se acercan, se alejan, cuando se alejan, se acercan— y los privilegios derivados al soberanismo podrían acorralar al propio Sánchez en la represalia electoral que ya ha evacuado al PSOE de Andalucía.

Se explica así la incertidumbre de las baronías y de los ayuntamientos socialistas en el inminente examen electoral de 2019. La capitulación de San Telmo define un escenario premonitorio. No puede sustraerse Susana Díaz a su responsabilidad específica, pero el cambio de época en Andalucía sobrentiende un escarmiento a la gestión de la crisis catalana y predispone una nueva aritmética de alianzas políticas que convierte a Pablo Casado en principal aspirante a la Moncloa.

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