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Migrados
Coordinado por Lola Hierro
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“He venido a decir que Libia es un infierno”

Emily Sini es una mujer nigeriana rescatada por el Aquarius. Su testimonio desmonta los argumentos de quienes afirman que Libia es un país seguro. Lo contó en el Día Internacional del Migrante en Madrid

Emily Sini, nigeriana rescatada por el barco Aquarius el pasado julio, posa en la plaza de Cibeles después de su charla en el encuentro Ilegal es dejarles morir organizado por la Comisión Española de Ayuda al Refugiado en el Ayuntamiento de Madrid el 18 de diciembre, Día Internacional del Migrante.
Emily Sini, nigeriana rescatada por el barco Aquarius el pasado julio, posa en la plaza de Cibeles después de su charla en el encuentro Ilegal es dejarles morir organizado por la Comisión Española de Ayuda al Refugiado en el Ayuntamiento de Madrid el 18 de diciembre, Día Internacional del Migrante.Cortesía de CEAR
Lola Hierro
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"El testimonio de Emily sirve para que aquellos que dicen que Libia es un país seguro y los migrantes vienen a invadirnos puedan humanizar un poco más esta situación". Así concluye Estrella Galán, secretaria general de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) la presentación de Emily Sini, una mujer nigeriana que se dispone a contar su experiencia al público que abarrota el espacio CentroCentro del Ayuntamiento de Madrid. Es 18 de diciembre, Día Internacional del Refugiado, y se está llevando a cabo el encuentro Ilegal es dejarles morir, una reunión para abordar desde distintos enfoques las consecuencias de la falta de vías legales para las personas migrantes y refugiadas. 

 Emily Sini es una de las participantes, pero la única que cuenta con una historia de éxodo a sus espaldas. Nigeriana de origen, cruzó el Mediterráneo desde Libia en junio de 2018 y a punto estuvo de morirse ahogada. Ella fue una de las encontradas a la deriva por el barco Aquarius en aquel mediático salvamento después de que el buque navegara por el Mediterráneo con más de 600 inmigrantes y refugiados rescatados por Médicos Sin Fronteras (MSF) y Sos Mediterranée y que, finalmente, pudo desembarcar en Valencia tras la autorización del presidente Sánchez.

Emily se acerca al micro del atril y comienza a hablar. Le tiembla un poco la voz al principio, pero no se arredra y utiliza el castellano para presentarse: "Me llamo Emily, soy estudiante de español y una de las refugiadas del barco Aquarius que llegó el 17 de junio de este año a España bajo la decisión del presidente Pedro Sánchez. Por favor, perdónenme porque no hablo mucho español. Hablo inglés".

A continuación, un testimonio tan honesto y auténtico que lo reproducimos íntegro porque cortarlo o modificarlo le restaría valor. Esta es la historia de Emily Sini:

La vida en sí misma es un misterio. En el mundo existen más de 68 millones de desplazados. Todos los desplazados tienen interesantes historias que contar, y estas cambian de persona en persona. Se trata de experiencias brutales desde el punto de vista económico, sociológico, emocional, fisiológico… en todos los aspectos de la vida. Mi historia es una de ellas.

Tengo que contar a vuestro mundo que los africanos están sufriendo mucho, no solamente por la pobreza

Soy de Nigeria y allí he sufrido violencia doméstica. Abandoné mi país por las amenazas de muerte que recibí. Hui, corrí por el desierto sin saber dónde iba, frustrada, hasta que me encontré en Libia. La vida en Libia no es algo que se pueda contar, está llena de dolor, de tragedia, pena... Es una vida sin vida. Nadie querría vivirlo o que se le hable de ello. Pero estoy aquí para decir que en Libia la vida es un infierno. Llegué el 12 de agosto de 2012 y desde el principio ocurrieron cosas muy raras. Es como si no fuera la vida tal y como yo la conocía. Tenía que mantenerme en pie por mí misma.

Cuando estaba en Nigeria no tenía ninguna pertenencia, las destruyeron todas. Por eso, cuando llegué a Libia me dije: "la vida tiene más, puedo hacer cosas, puedo trabajar y con la ayuda de Dios puedo empezar de nuevo". Pero no fue fácil. Tuve mucha suerte porque siempre encontré ayuda en personas que conocí pero, desgraciadamente, también hay otras que no son así y hacen que los inmigrantes vivan en una situación muy difícil. Muchas de nosotras están siendo prostituidas, muchas sufrimos violencia sexual, vergüenza, agresiones. En Libia, la vida no es vida.

Gracias a mi experiencia supe cómo buscarme la vida de peluquera. Viví en el centro de Trípoli y entré en contacto con gente que pertenecía a la misma iglesia que yo. Ellos me ayudaron a conseguir la manera de ganar dinero enseñando inglés, apenas unos pocos dinares que me permitían mantenerme. Después, alguien me dio trabajo en un hospital como ayudante de enfermería y allí fui, pero siempre veía que los africanos estaban llevando unas vidas que no eran vidas y de las que no podían salir.

Libia es un país en el que se venden armas de guerra en los mercadillos de la calle, te puedes comprar cualquier pistola si tienes dinero. Tal vez no los extranjeros, pero la población local sí puede. Prueban armas simplemente para ver si funcionan, disparan sin ton ni son. Para ellos, la vida no cuenta. Somos seres humanos, pero nuestras vidas ni siquiera se reconocen. El único valor es el material, no cuenta el humano. Tus derechos no cuentan para nada en Libia.

Cierto día, volviendo del trabajo después de una noche de guardia, vi cómo violaron a una mujer hasta matarla. Era africana, y me dije: "Dios, ¿qué es esto? ¿Y a nadie le importa? Ni a la policía, a nadie... ¿Pero es que no ven por lo que está pasando la gente?" Se está haciendo trata con personas simplemente a cambio de dinero. Si paras a un taxi, solamente se detienen si eres libio. En Libia la gente no tiene valor, solo vales el dinero que puedas sacar y, si no tienes dinero olvídate, no vales nada.

Se han perdido muchas vidas porque no puedes ir al hospital. ¿Para qué? En cuanto llegas, te arrestan si no das para evitarlo algo de valor. Si un inmigrante enferma, se generaliza y se cree que todos los africanos tenemos hepatitis, VIH o cualquier otra cosa. Así que la mayoría de la gente tiene miedo, no se puede hacer nada en libertad, es como una vida en cautiverio. Yo empecé a preguntarme qué podía hacer, y no podía hacer mucho porque la situación era horrible, la gente estaba muriendo, sufría continuamente y no venía ayuda de ningún lado.

A veces veíamos a familiares buscando a gente de su familia desesperadamente sin poder encontrarlos. Algunos estaban desaparecidos, seguro que muertos. En Libia estás a merced de lo que Dios decida. Hay muchas cosas que experimentamos que son tremendas. Un amigo mío, por ejemplo, fue golpeado hasta morir porque necesitaba cinco mil dólares y solo había podido obtener dos mil. Y lo mataron. La familia llamaba y nunca les dijeron que su hijo había muerto, cuando ya estaba enterrado.

Apenas puedes ir a la iglesia, a veces aparcan los vehículos en la puerta y, cuando llegas, te meten en la furgoneta y te llevan a la cárcel, sin comida ni nada. Hay muchas vidas que se están perdiendo, que se están destruyendo y muchas personas que siguen ahí. No sé de qué manera se va a poder revertir la situación. Realmente me deprimía ver todo esto.

Un día, cuando volvía del trabajo, encontré que estaban robando en mi casa. Se estaban llevando todo lo que tenía, todo por lo que me había esforzado. Hablé con el casero y me respondió: "si no te vas ahora mismo te voy a matar". Rompí a llorar y fui a la policía para presentar una denuncia y me dijeron: "mujer, tu casero es un hombre muy duro, si valoras tu vida, olvídate de esto y sigue a lo tuyo". ¿Cómo pueden decirme eso? ¡Ellos son las fuerzas de seguridad, se supone que me tienen que proteger! Lloré muchísimo ese día, pensé: "este es el final, me tengo que suicidar porque todo por lo que he vivido se ha ido por el desagüe". Luego me dije que no podía aceptar eso, no podía quedarme trabajando para que otros se lo quedaran. Así es como decidí irme.

El viaje a Europa

Emprendí un viaje hacia Europa, un viaje desesperado, sin duda. Cuando llegué a la costa pensé: "Madre mía, ¿cómo me he metido en esto? Dios, mi vida está en tus manos". Cuando me encontraba en medio del mar, muchos se ahogaron. Pedimos ser rescatados, sin respuesta. El poco combustible que quedaba se había agotado, nos quedamos en el mar con la ayuda de las propias olas, que pudieron sostenernos durante un tiempo, hasta que vimos un helicóptero que vino para localizarnos. En aquel momento, uno de los barcos ya se había hundido, lo cual nos asustó aún más. Mucha gente guardaba en sus bolsillos la información necesaria para ser identificados si eran encontrados cadáveres. Pedí ayuda a Dios, no sabía qué hacer. Al acabar la noche, vinieron al rescate y nos llevaron a un barco de socorro. En él nos dijeron que no podíamos ir a ninguna parte porque ningún país nos dejaba entrar, así que nos tendrían que devolver a Libia. Nosotros contestamos: "Si nos devuelven a Libia va a ser mejor que nos ahoguemos en el mar". Esto asustó a la gente del barco de rescate, pensaron que estábamos desesperados.

Sabemos que vinimos para buscar ayuda, pero no solo vamos a recibir, también contribuiremos al desarrollo económico

—"¿Cómo vais a sobrevivir? No tenéis comida ni nada", nos dijeron.

—"Llevadnos a donde sea", respondimos.

Llevábamos abandonados una semana y dos días. Llamábamos a Italia y nada, a Alemania y nada... a muchos países, y todos nos habían abandonado. Nos dijeron que nos llevaban a Libia. Por suerte, nos ayudó Dios y recibimos un mensaje de España que decía que el presidente permitía que viniésemos aquí. Nos dieron la noticia y llegamos a España sanos y salvos. Fue algo glorioso, pero también algo que constituye una historia muy dolorosa. Yo estoy aquí, pero la mayoría de mis compañeros de viaje murieron en el mar, y cada vez que recuerdo esto pienso, "Dios mío, que no nos vean como ilegales". Sé que [lo que hicimos] es ilegal, pero lo que estamos viviendo en África es mucho más doloroso que cruzar el mar. Si África sigue siendo así, habrá que derribar los muros de otras naciones, no importa cómo sean, porque todo el mundo merece vivir una buena vida, nadie quiere vivir una vida en la que se violan sus derechos continuamente. Es muy doloroso y no queremos verlo.

Pensemos en los testimonios del vídeo [corto visualizado durante el encuentro en el que escuchan las conversaciones previas a que 268 personas murieran ahogadas cerca de Lampedusa después de que las autoridades de Italia y Malta no acudieran a su rescate, pese a recibir varias llamadas de socorro. Fue el 11 de octubre de 2013]. Yo he llorado al verlo porque son vidas preciosas, son naciones, son personas que han considerado que hay que preservar la vida. Son personas que quieren mejorar su futuro, y si seguimos considerándoles ilegales van a ir muriendo uno detrás de otro. No podemos ni siquiera mencionar la cantidad de muertos en el mar porque no lo tenemos calculado, solo podemos contar lo que vemos pero, ¿qué pasa con los que mueren en Libia? ¿podemos tener estimaciones? No, y hay muchas pérdidas de vidas, muchos destinos destruidos que podrían haber aportado muchos a los países de acogida, pero estos simplemente se quedan sentados y les dejan desaparecer. No puede ser.

Los artistas acogen

El encuentro Ilegal es dejarles morir contó con un segundo espacio dedicado al enfoque de derechos humanos desde el arte. Durante el mismo se proyectó el cortometraje 'Que el fin del mundo te pille bailando', del director José María Martínez, y que cuenta con un reparto formado por Fernando Tejero, Ana del Arco, Fernando Colomo, Marta Solano y Verónica Forqué.

Además, Marina Anaya presentó la ilustración creada en exclusiva para CEAR "en apoyo a su lucha en favor de los derechos de los refugiados, y por compartir la idea de que lo ilegal es no hacer nada. Nos van a recordar muchos años por este genocidio". La artista anunció que ha realizado 75 grabados de su ilustración que se venderán a partir de hoy en su página web y que el importe se destinará íntegramente a beneficio de CEAR.

Posteriormente, el cantautor Marwan dedicó su tema "Canción a mi padre", sobre la ocupación que sufrió en su tierra Palestina y su exilio como refugiado en Madrid, a todas las personas migrantes y refugiadas. "Tenemos el deber de salvar y mejorar vidas, porque lo ilegal es dejarles morir, como resume el lema de este diálogo", recordó el músico.

Se pueden hacer muchas cosas, se pueden salvar estas vidas si pensamos desde un enfoque de derechos humanos. Podemos conseguir que de una vez se diga "no" a estos viajes desesperados. Puede hacerse algo, yo lo creo así. Si pienso mucho en esto me causa dolor, pero tengo que contar a vuestro mundo que los africanos están sufriendo mucho, no solamente por la pobreza, sino también de forma emocional, psicológica, de forma académica, de forma física, en todas sus ramificaciones y ámbitos, no solo en lo político. De verdad, estamos sufriendo muchísimo.

Quiero decir a Sánchez que le damos las gracias por su decisión empática de invitarnos a este gran país. Siempre le digo "gracias" porque sé que no es fácil. Los refugiados que llegamos el 17 de julio nunca vamos a decepcionar esta decisión que tomó, vamos a trabajar todo lo posible para contribuir al crecimiento económico de este país. Sabemos que vinimos para buscar ayuda, pero no solo vamos a recibir, también contribuiremos al desarrollo económico.

Quiero dar las gracias más efusivas a CEAR, porque sin duda han sido maravillosos, sin duda han sido de mucha ayuda para asegurarse que estábamos en buen estado. Y quiero extender mi agradecimiento a Vanessa. Ella es mi motivadora, no es cualquier persona: me dio fuerza cuando yo me iba abajo, siempre me decía que podía hacerlo. Es más que una hermana para mí, no solamente dentro de la organización, si no por su paciencia estando conmigo. Es maravillosa. Es mi mentora, mi todo. No creo que pudiera haber hecho nada sin ella. No podría estar aquí ante ustedes.

A los que me estáis escuchando: os quiero a todos, pero pido y necesito vuestras oraciones, pido vuestro ánimo para que me fortalezca, para que yo no haya venido aquí en vano. Que me deis una sonrisa: en algún momento de mi vida estuve a punto de suicidarme y vi que había más cosas. Entonces vine a España y me di cuenta de que había renacido. Esta es la primera vez que veis mi cara así en los últimos años; había vivido una vida muy agresiva, como si quisiera matar a alguien. Cuando pienso en el pasado pienso que no tenía vida, pero ahora me veo creciendo cada día, como si hasta entonces hubiera sido una niña pequeña, y me siento de nuevo querida, siento que estoy en manos de personas que me quieren y que no solo existen las familias biológicas. Hay familias como la que yo tengo en España. Os quiero a todos.

Sobre la firma

Lola Hierro
Es periodista y desde 2013 trabaja en EL PAÍS, principalmente en la sección sobre derechos humanos y desarrollo sostenible Planeta Futuro, y coordina el blog Migrados. Sus reportajes han recibido diversos galardones. Es autora del libro 'El tiempo detenido y otras historias de África'. Desempeña la mayor parte de su trabajo en África subsahariana.

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