¿Me has llamado nebulosa, ‘darling’? ¿O era fascista?
Mientras en el divorcio británico al menos queda educación, en España todos se afanan en quitar el oxígeno a los demás
— ¿Qué me has llamado? ¡Me has llamado nebulosa! Sí, eso has dicho. Nebulosa.
— No, no. De verdad que no.
El diálogo entre Theresa May y Jean-Claude Juncker pillado la semana pasada por las cámaras en la cumbre europea es uno de los pocos momentos cómicos que nos hemos permitido en el proceso suicida del Brexit. Instante irrelevante, absurdo, como la escena del diputado que se intentó llevar la maza real de la Cámara de los Comunes hasta que otros lo impidieron. Pero refleja también que en medio de un divorcio cruento aún podemos ser civilizados, y que el listón de la educación siempre puede mantenerse alzado, como esa maza real. La acusación de May a Juncker de que le había llamado “nebulosa” se rebajó inmediatamente cuando el presidente de la Comisión le aclaró que se refería a la negociación, y no a ella. Tranquila, darling, vino a decir.
Pero mientras ambos aclaraban el trance, los insultos seguían volando en el Congreso de los Diputados español como balas de fogueo que no dejan huella en el techo, como las de Tejero, pero sí en la moral ambiental. La palabra “fascista” volvió a salir la misma semana de la boca de Joan Tardà dirigida a Rivera y ya se ha convertido en rutina. “Es usted, señor Rivera, un fascista. El señor Rivera nos ha acusado de golpistas. Nosotros, como autodefensa democrática: es usted un fascista”. Tardà, que suponemos que es la cara amable del independentismo, se enzarzó después en la dialéctica colegial de que como Rivera le acusa de golpista y Borrell no ha retirado la acusación del escupitajo no tiene más remedio que acusarle de fascista. Ay. Preferimos nebulosas.
En la política española todos se están empeñando en quitar el oxígeno a los demás: PP y Ciudadanos, que deberían cerrar filas con el Gobierno ante su intento de calmar la relación con el Govern al tiempo que se mantiene la firmeza, procuran minarle el terreno. Los independentistas, que deberían intentar gobernar con eficacia y rechazar cualquier tono bélico, se echan al monte. Y el Gobierno va girando sin coherencia en medio del baile.
En lo que respecta al Brexit, hay que aclarar, solo envidiamos la educación. Es la única lección que nos queda del mayor suicidio de país al que asistimos. Pero es, al menos, una lección.
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