_
_
_
_
conciliación
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Por qué tampoco podrás conciliar cuando tus hijos empiecen Secundaria

No tenía ni idea de que el que mis hijos estuvieran solos en casa iba a ser tan estresante

getty

Desde que tengo hijos, trabajar y criarlos ha requerido de una muy buena estrategia de organización, incluidos ajustes de horarios, sacrificios y dinero invertido en actividades extraescolares y ampliaciones de horario del colegio, o en personas para ayudar con la casa y con los niños. Casi estaba deseando que llegara el día en que mis tres hijos estuvieran por fin haciendo la ESO, porque creía que ese sería el momento en el que estos galimatías se acabarían, si no del todo, al menos sí de manera sustancial. Pero la realidad es que los horarios escolares y laborales en esta etapa siguen sin estar compensados y los niños aún dependen de los padres para ciertas cosas, como algunos desplazamientos más largos o sin posibilidad de transporte público.

Más información
‘Coworkings’ familiares para alcanzar la conciliación
Jo, mamá, nunca juegas conmigo

Creo que está aceptado que con el paso a la Secundaria, incluso un poco antes, los niños tienen que haber alcanzado definitivamente ya la madurez suficiente para ser razonablemente independientes, y desde luego para volver solos del colegio y quedarse en casa sin un adulto que los acompañe todo el tiempo. Los horarios de muchos institutos obligan, además, a dejar a los niños a su aire por las tardes, y la verdad es que con once o doce años que tienen los chavales al arrancar primero de la ESO, no es fácil conciliar un horario laboral de mañana y tarde con un horario intensivo en el instituto, en el que los chicos acaban su jornada poco después de las dos, y se marchan a casa a comer y a pasar el resto de la tarde.

Durante seis años hemos tenido au-pairs que nos han ayudado con los niños, aunque cada año ha sido diferente, bien por cambios laborales, mudanzas o por cambios de colegio. El caso es que siempre hemos tenido que hacer reorganización de responsabilidades entre mi marido, la au-pair y yo a principio de curso. Pero este año, que por fin ha llegado ese momento, que yo pensé que sería liberador, de que estuvieran los tres haciendo la Secundaria, la cosa no ha mejorado, por ahora.

La ayuda de las au-pairs, canguros o niñeras, tiene una fecha de caducidad, quiero decir, los niños crecen y la idea de tener a alguien que cuide de ellos, cuando, además, en muchos casos, la diferencia de edad que los separa es cada vez más corta, evidentemente, acaba por no gustarles. Creo que ya no tiene sentido tener una niñera si tus hijos tienen más de doce años. Además, se supone que con esta edad los chavales ya deben saber cuidarse por sí mismos.

Lo que más me ha sorprendido de este nuevo episodio en la historia de terror de la conciliación con tres hijos y sin familia de la que echar mano, es que no tenía ni idea de que el que mis hijos estuvieran solos en casa iba a ser tan estresante. Lo esperaba como un momento de liberación, creía que con que se quedaran cerca del móvil, tuvieran a mano las llaves de casa, y dejarles un poco de dinero en efectivo por si necesitan algo, estaría todo resuelto, pero no. Dejarlos en casa solos, si no tienen que ir a ninguna parte, en principio, no es un problema, salvo que le abran la puerta a algún extraño, pero si tienen que salir, entonces puede ser un gran motivo de preocupación. Lo que puede acabar ocurriendo es que estés trabajando y al mismo tiempo sigas pendiente de si han salido a tiempo para su extraescolar, de si han regresado o de si estarán estudiando y haciendo los deberes, al menos durante los primeros meses a partir de que empiecen la ESO.

Han pasado casi un trimestre desde que arrancó el curso y en este tiempo, he echado mucho de menos la presencia de un adulto en casa en algunos momentos, para cosas tan simples como saber dónde están mis niños, recordarles que se lleven las llaves de casa cuando salen, que cojan dinero, el candado de la bici o el omnipresente móvil. Conciliar cuando los hijos son adolescentes no es nada fácil: las canguros ya no tienen sentido, y el móvil no es una niñera, sino una conexión constante que a menudo nos genera más estrés que tranquilidad. Cuando los hijos tienen estas edades, ser padres supone, en realidad, dominar el arte de la disponibilidad: estar sin estar, lo cual no siempre es posible, ni siquiera gracias a las nuevas tecnologías. A veces, confiamos en WhatsApp y en su herramienta de compartir ubicación como si eso pudiera sustituir el buen juicio y la responsabilidad de un adulto, y cuando eso nos falla, nos sentimos perdidos.

Delegar en el móvil es terrible, porque los chavales no saben hasta qué punto los padres confiamos en esos dispositivos. En contrapartida, es curioso el uso que los jóvenes le dan, así que pueden estar todo el día enganchados a él, pero a veces cuando van a salir de casa, por alguna razón incompresible desde el punto de vista adulto, no se lo llevan. Y es que, en la lógica de un adolescente, un móvil, cuando se han agotado los datos, es poco más que un ladrillo. Para ellos el móvil es sinónimo de conexión a internet, y se les ha olvidado, si es que alguna vez lo supieron, que sirve para hacer llamadas.

Así que puede ocurrir, de hecho, a mí me ha ocurrido, que regreses tranquilamente del trabajo, convencida de que los niños están en casa, y al llegar te des cuenta de que falta uno de ellos. En esa situación, lo primero que se te ocurre es llamarlo. Y es entonces cuando oyes un zumbido debajo de un cojín. Lo levantas y ahí está el móvil de tu hijo, pero sin tu hijo, por raro que parezca, porque yo a veces creo que se les ha injertado el móvil en la mano, pero no: si se le agotan los datos se acabó la simbiosis niño-móvil. En esta situación, para tranquilizarme, suelo pensar que realmente tampoco pasa nada si no se lleva el móvil. Al fin y al cabo, antes no teníamos teléfono y aquí estamos, hechos y derechos.

Cuando me ocurre esto, inmediatamente les pregunto a mis otros hijos por el hermano extraviado. Evidentemente, cada cual está a lo suyo: estudiando con los cascos puestos, viendo una serie de Netflix, jugando al Fornite, o lo que toque dependiendo del día y el momento. Pero ninguno sabe nada. Normal, aunque me pese, porque ¿en qué mundo los adolescentes se enteran de quien llega o se marcha? ¿De si están solos o hay alguien más en la vivienda? Los hermanos mayores, que al fin y al cabo no son tan mayores, tampoco son niñeras.

Además, por mi experiencia, les cuesta adquirir el hábito de salir de casa con las llaves. Y alguna vez les ha pasado que no es hasta que regresan y llaman al timbre y nadie les responde que se dan cuenta de que estaban solos cuando se marcharon dando un simple portazo para cerrar la vivienda, y ahora se han quedado tirados en la calle. Y aquí entra en juego otra vez el dichoso móvil. Si por casualidad se lo han llevado, me llaman para ver cuándo vuelvo. Con lo cual, dejar a tus hijos solos en casa te genera una suerte de dependencia del smartphone, que en determinados trabajos es inasumible.

Aunque te puede ayudar a comunicarte con ellos, no olvidemos que la comunicación es bidireccional, y en el otro sentido no hay filtro para que tus hijos te inunden de mensajes que para ellos son urgentes. Te mandan un montón de textos o audios de WhatsApp individuales a los que no puedes atender rápidamente. Cuando por fin respondes, te preguntan si pueden quedar el viernes después del colegio, cuando aún estamos a lunes. Después de que ocurran estas cosas, he tratado de explicarles qué es urgente y qué no lo es. Así que han dejado de molestarme. Pero se lo han tomado ya tan en serio que dudo de si me enviarán un mensaje si ocurre algo importante.

Lo cierto es que aprenden rápido, y después de quedarse en la calle sin llaves de casa varias veces y de que les haya echado la bronca por salir sin dejar una nota, o haberse dejado el móvil abandonado por no tener datos, se empiezan a responsabilizar de su recién estrenada independencia y libertad y toman consciencia de la importancia de esos detalles. Por suerte, mi hija mayor sí que me ha liberado ya de muchas de esas preocupaciones, por lo que sé que es cuestión de meses que los más pequeños también lo hagan. Así que, por fin vislumbro el momento en el que pueda trabajar más tranquila, sabiendo que están en casa y no abrirán la puerta sin responder antes al telefonillo y comprobar quién ha venido, cogerán las llaves al salir, y sabrán hacer una llamada si de verdad algo es urgente.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_