Un plan para que la ciencia sea libre, universal, gratuita y abierta
La UE lanza una propuesta para que la investigación financiada con dinero público se publique únicamente en revistas y plataformas que permitan su acceso universal y gratuito a partir de 2020
Lunes, 26 de noviembre de 2018. En la Audiencia Nacional, el arranque del juicio por la salida a Bolsa de Bankia acapara la atención mediática. La Unión Europea da luz verde al Brexit. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas se reúne para tratar el conflicto entre Rusia y Ucrania. Y mientras todo eso sucede, nadie se hace eco de que un puñado de científicos se ha congregado en Londres para hacer público un documento que ellos califican de revolucionario: la guía de aplicación del Plan S. Con S de science (ciencia, en inglés).
Para entender su entusiasmo hay que ponerlo en contexto. La regla básica de la ciencia es que un estudio no se considera oficialmente válido hasta que es ratificado por otros investigadores y publicado en una revista científica. El plan S se sustenta sobre una idea muy simple: la investigación financiada con dinero público debería publicarse solamente en revistas y plataformas que permitan su acceso universal y gratuito. Tan lógico que parece una perogrullada. Y sin embargo, por ahora solo es una utopía que la comunidad científica lleva años persiguiendo pero que nunca alcanza.
El único modo de convertirla en realidad sería publicar todas las investigaciones en revistas de acceso abierto (open access, en inglés). Justo lo contrario de lo que sucede ahora, que los investigadores pelean por publicar en las revistas más prestigiosas (Nature, Science, PNAS, The Lancet), que son también las más caras. Como consecuencia, el acceso a la mayor parte del conocimiento científico que generamos está restringido a los que tienen dinero para pagarlo. La ciencia se mantiene confinada entre altos muros de pago. Que son los que el Plan S pretende derribar.
Claro que hay que ponerse en la piel de los científicos. Como exponía el premio Nobel Randy Schekman en EL PAÍS hace unos años, el mundo de la investigación está "desfigurado por unos incentivos inadecuados". "Los incentivos que se le ofrecen a mis compañeros no son unas primas descomunales sino las recompensas profesionales que conlleva el hecho de publicar en revistas de prestigio", se lamentaba Schekman en este periódico. Publicaciones, añadía, que se supone que son paradigma de calidad. Hasta tal punto llega la cosa que actualmente la valía de una investigación se mide por el factor de impacto -el número de veces que se citan los artículos- de la revista donde se publica. Solo de ese dato depende, por ejemplo, si un investigador accede a un puesto determinado o si recibe financiación para un proyecto.
El acceso a la mayor parte del conocimiento científico que generamos está restringido a los que tienen dinero para pagarlo
Los once países adheridos de momento al plan S (Francia, Reino Unido, Irlanda, Finlandia, Noruega, Austria, Luxemburgo, Polonia, Suecia, Suiza y Eslovenia) ni siquiera van a tener la opción de medirse por este baremo a partir de enero de 2020. Porque desde ese instante se les impondrá publicar la investigación financiada con fondos públicos en revistas de acceso abierto. A la fuerza. Sin alternativa.
¿Radical? Conversando con Materia, Robert-Jan Smits, el padre del plan S, reconoce que lo es. Pero también tiene claro que no le queda otra. La situación que se ha creado con el factor de impacto, dice este enviado de la Comisión Europea para el Open Access, ha llegado al extremo de que en ciencia "prácticamente ya no importa qué publicas sino dónde lo publicas". "Científicos y políticos llevan décadas hablando de que es urgente poner fin a este sistema, firmando declaraciones y manifiestos sin que nada cambie ", se lamenta. Nos remite a DORA, la Declaración de San Francisco sobre la Evaluación de la Investigación (2012). "Nos reunimos universidades, organismos públicos e instituciones y unánimemente decidimos que íbamos a olvidarnos para siempre del factor de impacto", recuerda. Pero todo quedó en agua de borraja.
Así que Smits no está inventado nada nuevo. Solo trata de cumplir un sueño que ronda la cabeza de los científicos desde hace años. Pasando de una vez por todas de las palabras a la acción. Imponiendo el open access, pero también que el copyright sea de los propios autores y las instituciones científicas, no de las editoriales. Todo ello de forma drástica porque "solo así se cambia un sistema tan consolidado como este", asegura. Esto significa, explica, que si recibes financiación pública de algunas de las 18 organizaciones que se han adherido al plan (incluida la UE) "debes publicar los resultados de tu investigación en una revista de acceso abierto. La mayor parte de las organizaciones añadirán esa obligación en el contrato estándar que firman con los autores" cuando reciben la financiación.
El padre del Plan S defiende que darle la vuelta a la tortilla no es tan complicado como intentan hacernos creer sus detractores. Analiza, para empezar, la cuestión económica. Algunas revistas open access sufragan sus gastos mediante cargos por procesamiento de artículos (APCs, por sus siglas en inglés). ¿De dónde va a salir el dinero para pagarlo? "Tengo muy claro que hay suficiente dinero en el sistema, solo que en el sitio incorrecto", nos responde contundente Smits contundente. "Ahora el dinero está en las bibliotecas académicas, que gastan enormes sumas en suscribirse a revistas, pero podría cambiar de lugar si forzamos el open access", añade.
La situación que se ha creado con el factor de impacto, dice este enviado de la Comisión Europea para el Open Access, ha llegado al extremo de que en ciencia "prácticamente ya no importa qué publicas sino dónde lo publicas"
Las cifras le dan la razón. Para hacernos una idea, el CSIC gastó el año pasado más de 18 millones de euros en adquirir información científica. Y a nivel mundial, Smits calcula que se invierten 10.000 millones de euros al año en suscripciones a estas revistas, dinero de sobra para afrontar los gastos que supondría publicar en revistas que cobran APC. "Se trata de dar el salto de pagar por leer a pagar por publicar", añade. "Pero es que, además, la mayoría de las revistas de acceso abierto tienen otros modelos de negocio en los que no cobran a los autores", puntualiza. Así que instaurando el nuevo sistema ni siquiera dilapidaríamos esos miles de millones de euros.
Descartado que el problema sea económico, cabe preguntarse por la calidad. Smits también tiene respuesta para eso. De hecho, su máxima prioridad es garantizarla. "Una de las reglas básicas del Plan S es que los investigadores deben publicar en revistas open access de alta calidad, no vale cualquiera". "Al final, ¿qué es lo realmente importante de una investigación?", pregunta Smits en voz alta. "Sin duda, el peer review, la revisión por pares. Es decir, que otros expertos lean tu publicación y digan: '¡vaya, esto es de lo mejor que he visto nunca!'", se contesta. Que coincide con uno de los principales requisitos para formar parte de la lista de más de 5.000 revistas open access de calidad que ya tienen identificadas.
A hilo de esto, Smits hace un llamamiento a los científicos. "Sois vosotros los que revisáis los artículos en PNAS, Nature, etc., así que si os preocupa la calidad, salid de las revistas de pago y empezad a trabajar para las revistas open access de calidad", propone. Después de todo, "democratizar la ciencia agenciando un cambio como este exige que todos los que llevan años deseándolo se impliquen activamente". Su sueño, nos confiesa, es que, una vez que arranque esta revolución imparable, "las grandes editoriales como Elsevier, Wiley o Nature no tengan otra salida que pasarse al modelo open access".
Entre los miembros del consorcio que peleará por ello se echa de menos a Alemania y a España. "Lo que pasa con Alemania es que maneja exactamente las mismas reglas que el plan S salvo por un detalle: nosotros decimos 'tienes que publicar en revistas de acceso abierto' y el plan alemán dice 'te animamos sobremanera a publicar en revistas de acceso abierto'", nos aclara Smits. El asunto español es totalmente diferente. "Nos está costando encontrar un interlocutor para saber cuál es la postura española; en este momento no sabemos quién tiene poder de decisión en este asunto, porque ha habido muchos cambios recientes", confiesa el responsable europeo. "Pero sin duda España debería estar en la coalición, porque cuenta con científicos brillantes que hacen ciencia puntera, y es una pieza importante de esta revolución".
"Ha habido muchas declaraciones sobre la necesidad de acceder a toda la literatura científica de forma gratuita sin que se haya hecho nada", cuenta, por su parte, el matemático español Manuel de León, que fundó el Instituto de Ciencias Matemáticas (ICMAT) y es editor jefe de la revista internacional Journal of Geometric Mechanics (AMIS). Al fin y al cabo, "lo que vale un científico es lo que publica, y concretamente ahora mismo dónde publica -su impacto-". "Creo que el plan S encontrará mucha resistencia, pero ojalá consiga llegar a buen puerto, porque el sistema científico actual es bastante absurdo", concluye.
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