Más comunicación, más discordia
Las redes sociales no solo no acercan, sino que acentúan los prejuicios políticos y la polarización
¿Hablando se entiende la gente? Tuiteando, que es, supuestamente, una forma de hablar, parece que no. Más comunicación produce más polarización. Al menos es lo que refleja un importante e interesante experimento llevado a cabo en EE UU por sociólogos de las Universidades de Duke, Nueva York y Brigham Young. En él se sometió durante un mes a más de 1.600 personas que usaban Twitter regularmente a tuits provenientes de cargos electos y líderes de opinión de opciones políticas contrarias a las suyas. Los ciudadanos de tendencia republicana recibían tuits de demócratas, y los de tendencia demócrata, de republicanos. ¿Resultado? Lejos de aceptar otros puntos de vista, los republicanos reforzaron “sustancialmente” sus creencias políticas. Los demócratas básicamente no cambiaron las suyas o se hicieron algo más de izquierdas (liberales, en EE UU).
Como es natural, Christopher A. Bail y los otros autores del paper son cautos y evitan generalizar sus conclusiones. Pero es un ejemplo más que demuestra que las redes sociales potencian la polarización. No es ya solo que los ciudadanos se encierren en sus burbujas, sino que los propios algoritmos detrás de estas redes, o de los buscadores, proporcionan textos y vídeos que “confirman creencias y prejuicios profundamente sentidos; los algoritmos suprimen las opiniones contrarias que podrían agitar a un usuario”, señala Franklin Foer en Un mundo sin ideas: La amenaza de las grandes tecnológicas a nuestra identidad. Incluso más: un antiguo director ejecutivo de Google considera que “les resultará muy difícil ver o consumir algo que de algún modo no ha sido diseñado a medida para ellas”. Es decir, que la gente solo es propensa a aceptar la comunicación y la información hecha a medida.
Las esperanzas iniciales de que Internet y las redes iban a abrir las mentes se han mostrado vanas. De momento, han producido grados más elevados de cerrazón. El citado experimento va potencialmente mucho más allá de las burbujas informativas en las que vivimos, como las llamamos incluso antes de las redes sociales. El académico Cass Sunstein se ha referido a “cámaras de eco”, o de resonancia, en las que informativamente nos encerramos para solo recibir información —de redes, periódicos, radio, televisión y otros medios— que coincide con nuestros prejuicios. Esta situación puede llevar más fácilmente a creer falsedades que resulten difíciles o imposibles de corregir. De ahí el creciente peligro de las fake news, de las noticias falsas, pues en estas condiciones juegan con el patrón psicológico de la gente.
Diversos estudios, y lo que parecía sentido común, venían indicando que el contacto entre grupos distintos aumenta la probabilidad de deliberación y de compromiso político. Otra serie de estudios, sin embargo, ya indicaban que las personas expuestas a mensajes que entran en conflicto con sus actitudes son propensas a contrarrestarlos aumentando su compromiso con las creencias preexistentes, y, muy especialmente, entre conservadores. El experimento, si se confirma de modo más amplio, plantea, pues, una cuestión aún más grave que la de las cámaras de resonancia: que abrirnos a opiniones distintas no solo no nos hace cambiar de opinión, sino que endurece la que ya tenemos. Es decir, la exposición a otras ideas produce más polarización.
Las esperanzas iniciales de que Internet y las redes iban a abrir las mentes se han mostrado vanas
Esta creciente polarización está vaciando el centro político, en oferta y en demanda, en las democracias occidentales. Las últimas elecciones del 6 de noviembre en EE UU parecen ratificar esta polarización y la desaparición del centro (aunque haya habido sonadas victorias de algunos candidatos centristas). Según Adam Bonica, politólogo de la Universidad de Stanford, en los años ochenta en el Congreso aún se solapaban los dos grandes partidos, y había demócratas conservadores y republicanos centristas. El nuevo Congreso, que arranca en enero, será el más polarizado en la historia de EE UU, y en su seno, se reducirán las posibilidades de lograr compromisos en algunas cuestiones básicas. Es una característica que también ha surgido en Europa, España incluida.
Para Sunstein, “en una democracia que funciona bien, las personas no viven en cámaras de resonancia o capullos de información”. Así, no puede funcionar bien. Quizás, como apuntan los autores, estudios como el citado y los avances en ciencias de la computación puedan llevar a reducir esa polarización. ¿La tecnología para resolver problemas aumentados por la tecnología y la naturaleza humana? De momento, la situación es otra.
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