El rosa: de María Antonieta a Rosalía
Una exposición en el Museo del Traje recorre los tres últimos siglos de un color al que se le ha cargado de significados
El rosa es tendencia. ¿Una prueba? Es el color del diseño de María Escoté con el que Rosalía, la artista del momento, llegó a la gala de los MTV Europe Music Awards. Esa misma afirmación podría haber estado en boca de María Antonieta, cuando en el siglo XVIII el rosa también estaba de moda y ella, cómo no, lo usaba para estar a la última. Tres siglos de separación y un color que une estos dos momentos. Un recorrido que realizará la exposición La vie en rose desde el viernes 16 de noviembre en el Museo del Traje de Madrid.
Antes de meterse de lleno con las manos en la tinta del rosado rococó, en una vitrina introductoria se dan unas pinceladas que repasan algunos momentos históricos anteriores. Así se muestran, entre otras piezas, un vaso funerario de época helenística procedente de Canosa (sur de Italia) con restos de policromía, el tono rosáceo que imprimían a estas figuras era característico de esta zona; miniaturas medievales en un facsímil del Beato de Liébana; o un grupo escultórico de Pedro de Mena (mediados del siglo XVII) en el que san José lleva la túnica del color protagonista. Los comisarios, Lucina Llorente y Juan Gutiérrez, explican que sería inabarcable tratar el rosa en toda la historia del arte. Ellos se han centrado en la indumentaria y en las modas desde un punto de vista español, sin obviar las influencias del extranjero. Y para empezar, una fundamental: los Borbones.
En el siglo XVIII llega el primer Borbón, Felipe V (nieto de Luis XIV de Francia), e impone una nueva manera de vestir en la corte. Desterrado el negro de los Austrias, la aristocracia adopta la explosión de color francesa. Azules, verdes y rosas sin distinción entre hombres, mujeres y niños, como prueban la casaca y el vestido bata expuestos. El rosa no es solo un color de moda, también denota lujo y poder. Se conseguía a partir de la cochinilla mexicana y era uno de los tintes más caros. Los tejidos teñidos de ese tono no eran aptos, ni mucho menos, para cualquier bolsillo. Un color de ostentación para mostrar y presumir. Si la reina María Antonieta es un icono de este periodo, no lo es menos Madame Pompadour. Esta mecenas de las artes -y amante del rey francés Luis XV- llegó a tener un rosa con su nombre creado en la fábrica de porcelana de Sèvres, un particular tono con toques de negro, azul y amarillo.
De los pasteles rococós se pasó a los rosas fuertes neoclásicos, influidos por el rojo pompeyano, ya que en este momento, en 1748, se descubren los restos de la ciudad asolada por el Vesubio. Ese tono se continúa usando sin distinción de género, era solo un color y su significado no iba más allá. En la gran vitrina se exhibe una casaca negra con bordados grandes y en fuertes tonalidades que resaltan sobre el tejido oscuro. Esta prenda y otras similares sirvieron de inspiración a Raf Simons para la colección de Christian Dior presentada en la semana de la moda de París en 2014. El diseñador se empapa de lo histórico, pero crea su versión de las casacas solo para mujer, a pesar de que originariamente eran indumentaria masculina.
En el albero y en la iglesia
El rosa está en el aire: calles de todo el mundo teñidas de este tono reivindicando los derechos de las mujeres; videoclips de raperos como C. Tangana en los que todo es rosa (Cuando me miras, dirigido por Eduardo Casanova); exposiciones que reflexionan sobre este color, como la del Museo del Instituto de Moda y Tecnología de Nueva York, Pink: The History of a Punk, Pretty, Powerful Color, y la del Museo del Traje de Madrid, La vie en rose.
Ambas muestras siguen líneas paralelas pero se diferencian en particularidades culturales de cada lugar. Así en España no se puede dejar de lado la relación del rosa con la religión y se muestran casullas del siglo XVIII, cuando la Iglesia y la corte eran los máximos compradores de tejidos caros y de moda, por tanto, de telas rosadas. Iban a la moda, hacían ostentación de riqueza y de poder, igual que la aristocracia. El equivalente, impensable hoy, sería ver a la jerarquía eclesiástica con diseños de Valentino, por ejemplo.
También tiene un apartado en la exposición el mundo taurino, tan unido al rosa y tan separado de lo femenino: el capote de brega, las medias, las fajas. Los dos colores del capote, el rosa y el amarillo simbolizan la doble suerte del matador. El amarillo, la desgracia, el fracaso; y el rosa, el triunfo, la superación.
Con la llegada de los químicos y de la clase media en el siglo XIX la moda cambia. El atuendo del hombre burgués se va desprendiendo del color, lo relega a chalecos o corbatas. El traje tiene que ser invisible para que se respete la profesionalidad y en oposición a la corte ociosa y lujosa del siglo anterior. Aunque todavía el rosa no es una tonalidad vinculada a lo femenino, la moda se centra en ellas. "El varón exhibe la riqueza en el traje de su mujer", afirma Llorente. Para muestra un vestido de baile de gran escote y amplia falda confeccionado en torno a 1870, que en lenguaje actual, por el imaginario colectivo, sus volúmenes, lazos, colores y encajes responderían a lo que hoy se entiende por un vestido de princesa.
En 1856 llega el primer tinte químico y esto conlleva una democratización, ya no hay grandes diferencias en el precio de los colores. Aunque el pantalón fucsia de Fortuny en La vie en rose no es una pieza de uso cualquiera.
Pero es en el siglo XX cuando se estigmatiza al rosa, se le carga de significados, de convencionalismos, de constricciones. "Este tono está marcado de una manera y de la contraria, evoluciona de tal forma que se le utiliza para intencionalidades muy opuestas", explica Gutiérrez. En torno a los mismo años, en las década de los treinta y los cuarenta, el régimen nazi marcaba a los homosexuales prisioneros en los campos de concentración con un triángulo rosa y por otro lado, Elsa Schiaparelli llevaba a la moda el shocking pink, con el que comienza la historia del rosa como color provocador, fuerte, agresivo. En los cincuenta, Mamie Eisenhower, la primera dama de EE UU, encarnaba el rosa perfecta ama de casa y esposa; mientras que este color un poco subido de tono sobre la piel de Marilyn Monroe adquiría connotación sexual. En paralelo, en el jazz y en el rock sus músicos ya vuelven a los colores, Elvis, por ejemplo, no temía a la feminización del rosa y lo usaba en sus trajes. El siglo avanza y llegan los plásticos, el rosa psicodélico, el kitsch; dos flamencos homenajearán en la muestra el filme Pink Flamingos (1972), de John Waters, cuya imagen vestido con una chaqueta rosa con pompones también se podrá ver.
Ocho vestidos que representan cada década del siglo pasado, desde los años veinte, harán las veces de paleta de color y mostrarán los distintos tonos de rosa usados, si bien, no se puede encorsetar, ya se sabe que hoy se usa el rosa como color reivindicativo para luchar por los derechos de las mujeres. Pero todavía queda mucho recorrido cuando el mercado sigue tiñendo de rosa los productos para niñas y si esto no genera una adoración de este tono en todas las niñas si provoca rechazo generalizado en los niños, cuando como muestra La vie en rose, en el siglo XIX el rosa era un color también de niños.
Los caminos que recorra este tono en el mundo millennial todavía están por escribir, lo que está claro es que el rosa siempre ha estado presente y parece que va a seguir así.
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