Cloacas
Hay quienes, en su afán por ocultarse, cometen a veces errores garrafales, como el de citarse en el centro mismo de sus intereses
“Aquí no hay nadie, aquí solo estamos Mariano y yo y Mariano ahora no está”. La frase parece sacada de un diálogo de adúlteros, que siempre andan buscando, pobres, un agujero en el que aprovechar la hora en la que el niño hace natación. O kárate. Por eso se conocen todas las puertas de atrás, todas las escaleras de servicio, todas las trastiendas. En su afán por ocultarse, cometen a veces errores garrafales, como el de citarse en el centro mismo de sus intereses. En Génova 13, por ejemplo. Algunos lo hacen en la cama de matrimonio, aprovechando que su pareja se encuentra en el hospital, acompañando a un familiar agonizante. Cuando bordean el peligro de este modo, es porque inconscientemente desean ser sorprendidos para pagar la culpa que les corroe y acabar con esa clandestinidad que tanto placer, pero también tanto dolor les proporciona.
“Aquí solo estamos Mariano y yo y Mariano ahora no está”. Esa oración solo puede ser el preludio de un engaño en el que los burlados somos usted y yo. ¿Cómo, si no, se nos iba a ocurrir que una representante cualificada de un partido con posibilidades de gobernar se viera en secreto con un delincuente (presunto, vale) de la naturaleza del comisario Villarejo? Es como si el Estado se metiera en la cama con la Mafia. Quizá lo haga, y con más frecuencia de la que nuestra ingenuidad nos permite imaginar. Pero comprobarlo así, de manera tan cruda, tan costumbrista, tan cutre, en una imagen que parece sacada de una telenovela barata, pone los pelos de punta a cualquier contribuyente.
“Aquí solo estamos Mariano y yo y Mariano ahora no está”. Se habla mucho de las cloacas del Estado cuando, a la vista de lo que vamos conociendo, deberíamos hablar del Estado de las cloacas.
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