La brutalidad
Esos líderes cipotudos, que para más inri arrasan en las urnas, legitiman con sus palabras a los otros yo monstruosos
Renegamos de lo políticamente correcto. Nos aburre, impide la espontaneidad, cercena la imaginación, constriñe las relaciones, enmascara los conflictos y ahoga nuestro verdadero yo.
Nos han mimado tanto el ego que todos creemos tener un verdadero yo que el mundo no debe perderse.
Y vemos al verdadero yo de Donald Trump acosar a la caravana de familias que huyen de la violencia en Centroamérica. O el verdadero yo del sátrapa que ordenó que le llevaran la cabeza de ese “perro” en referencia al periodista saudí Jamal Khashoggi. O el verdadero yo de Jair Bolsonaro anunciando que si ve a dos hombres besándose en la calle, les va a pegar. O el de Matteo Salvini considerando una desgracia tener gitanos italianos. O el de ese miserable pasajero de Ryanair que, seguramente espoleado por este revival del macho alfa mundial, se sintió autorizado para llamar a voz en grito fea, vaca y bastarda a una mujer negra que le tocó al lado en un vuelo Barcelona-Londres. El mismo pasajero que después, una vez conseguido el objetivo de que la mujer se fuera, responde con mansedumbre —fíjense en el vídeo—, a la autoridad del azafato, hombre y blanco, que con extrema suavidad le recrimina pero le permite continuar en su sitio. O el verdadero yo del comisario de policía de Pamplona que añora en sus redes sociales al golpista Tejero y a José Antonio Primo de Rivera. O el yo verdadero de esos hombres que se asustan y se sienten agredidos, de forma preventiva, ante el mero anuncio de que se va a legislar contra el acoso y el abuso sexual. “Ya no sé ni cómo tratar a las mujeres”, dicen terminando de retratarse.
Es como si hubiéramos quitado el tapón que contenía la brutalidad. Ni el crimen de Estado, ni el racismo, ni la misoginia, ni la crueldad son una novedad. Pero estos líderes cipotudos, que para más inri arrasan en las urnas, legitiman con sus palabras y sus comportamientos a los otros yo monstruosos. Los de cada casa. Y lo hacen convirtiendo en reclamo electoral la vieja y prestigiosa rebeldía; rebelándose ahora contra lo políticamente correcto, ese entramado de valores y convenciones que facilita la convivencia entre diferentes.
Solo dos personas de todo el pasaje del avión de Ryanair defendieron a la mujer negra acosada. Dos hombres. Solo dos.
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