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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

¿Quién se queda con la minipimer?

Los posconvergentes y los de Esquerra rompen. Votan unos contra otros. Llevan la fisura a fractura sistémica

El president de la Generalitat, Quim Torra, y el vicepresidente, Pere Aragonés, durante el Debate de Política General en el Parlament.Vídeo: Andreu Dalmau (EFE) / ATLAS
Xavier Vidal-Folch

Cuando una pareja explosiona, la pelea no suele versar sobre quién paga el cole de los niños o cómo repartir el piso. Que también. La pelea más grave suele venir de una minucia. Como la de quién se queda la minipimer. La minucia concentra todas las inquinas. Estas son la clave, no la minipimer en sí misma, pobrecita en su austera sencillez.

Los posconvergentes y los de Esquerra rompen. Votan unos contra otros. Llevan la fisura a fractura sistémica. Día histórico.

No es aún el fin. Pero sí el principio del fin. Ya no hay bloque indepe, sino distintas sectas. Ya no hay mayoría asegurada para aprobar nada, sino mesas petitorias de ayudas ajenas para validar algo. Y sobre todo, ya no hay mandato ninguno: ni el del 9-N, ni del 27-S, ni del 1-O, ni del 27-O, ni del 21-D, ni de voto popular, referendario o electoral ninguno.

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Claro que ese mandato nunca concitó mayoría social. Ahora carece también de mayoría parlamentaria garantizada: para humillar al Rey o reclamar el falaz derecho a la secesión unilateral.

La pareja de los grupos seguidores de Carles Puigdemont (Junts per Catalunya/PDeCAT) y Oriol Junqueras (Esquerra Republicana) se ha desvanecido por sí misma. Sin ayuda de estiletes externos. Sin grandeur, con rudeza. Bajo el estrépito del forjado que se desploma. Y frente a alguna mirada amiga, inyectada en odio.

Eso no significa que no siga detentando (no ostentando) el poder un tiempo, cangrejo saprófito de prebendas dinerarias y usufructuario de arietes propagandísticos. Pero renqueando, asmática.

Muchos no logran entender las entretelas jurídico-políticas de este episodio, tan aparentemente nimio como trágico para el secesionismo, pues rompe sus relatos.Apenas se entiende pues su alcance, es como el de la minipimer: tan eficaz como misterioso en el ejercicio de su eficacia.

Resumámoslo, aun a riesgo de caricatura. Esquerra quiso cumplir la resolución judicial de reemplazar a los diputados sometidos a prisión o fugados. Y lo hizo jurídicamente a carta cabal, mediante la designación (formal, permanente, computable) de otro diputado que votase por ellos.

En cambio, JxCat quiso disimular que obedecía al juez oscureciendo esa designación. Y sustituyéndola por una delegación: implícita, sin nombre, etérea, no ex-novo, sino actualizando un anterior voto delegado.

¿Qué es lo que palpitaba tras los dos enfoques contrarios? En el de Esquerra, la determinación de cumplir la ley, aunque se le atragante. En la puigdemontista, la frivolidad de desobedecer al juez, aunque por lo bajinis.

Los letrados certificaron que esta última fórmula era atacable: mediante recurso de amparo de los diputados ante el Constitucional; por inconstitucionalidad, desde el Gobierno; por impugnación de resoluciones autonómicas; y por lo penal, ante el Supremo. Lo penal es decisivo: el presidente del Parlament, Roger Torrent (Esquerra) no quiere ir a la cárcel. Bravo por él. Y a los que sestean en Waterloo les da una higa. Por eso ERC se queda la minipimer.

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