Catedral con reliquias (corruptas) de dictador
La Iglesia sostiene que no está en su mano impedir que la familia entierre en la cripta de La Almudena los restos del dictador
Hay iglesias que exhiben huesos de santos, calaveras sobadas y tibias, peronés o reliquias variadas que alguien consideró algún día que podían pegarnos alguna virtud. El propio Franco guardaba el brazo incorrupto de Santa Teresa en su reclinatorio privado y la suerte quiere traernos ahora sus propias reliquias —suponemos que corruptas, no incorruptas— a la catedral.
La Almudena es arquitectónica y socialmente un “quiero y no puedo”, como puede comprobarse en su porte hostil a la vera de un Palacio Real que el dictador hizo suyo cual Borbón o Bonaparte. Es una catedral fea, grandilocuente, impuesta, que nunca ha tenido el sentido unificador entre pueblo y Dios que tuvieron las catedrales y que Julio Llamazares tan bien describe en los dos libros que les ha dedicado. Las catedrales eran lugares imponentes y sobrecogedores, sí, pero al mismo tiempo abiertos a los humildes, que podían compartir ahí un sentido de pertenencia a una comunidad. Nada de eso tuvo La Almudena, tan tardía como para carecer de ese valor y tan fea como para perderse también el siguiente estadio de las catedrales, que es su explotación al calor de su belleza y del bolsillo de los turistas masivos.
Pero es que, además, La Almudena se convierte ahora en un “quiero y no puedo hacer nada” por frenar el esperpento. La Iglesia sostiene que no está en su mano impedir que la familia entierre en la cripta los restos del dictador. El Gobierno se limita a sacar los huesos del Valle de los Caídos. Y, vamos a ver, la carretera entre lo que debe ocurrir (la exhumación) y lo que puede ocurrir (el entierro en La Almudena) ha perdido alguna señal de tráfico.
Hitler se hizo quemar junto a Eva Braun en los rescoldos de su régimen (aunque Rusia logró llevarse algún fragmento, como tan bien relató Antony Beevor en Berlín). Stalin tiene su tumba en la muralla del Kremlin, un honor que solo la perpetuación de su dictadura pudo concederle. Mussolini encontró entierro en su pueblo. Pinochet está en una finca familiar. Y España puede convertirse en el primer país democrático con su dictador enterrado en la catedral de la capital del país que enfrentó, reprimió y ensangrentó.
El tamaño del mérito para llegar a esto es tan colosal que el Gobierno haría bien en meditar sus siguientes pasos.
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