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Columna
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Diez

El único plan político que conozco para ir a las raíces del mal son los diez puntos de la plataforma España Ciudadana

Fernando Savater
El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, durante un acto de España Ciudadana en Barcelona.
El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, durante un acto de España Ciudadana en Barcelona.JOAN SÁNCHEZ

Entre las muchas definiciones de “democracia”, hay una que me gusta más que otras: es el régimen político en el que la culpa de lo que pasa la tienen los ciudadanos. Así se diferencia del populismo, para quien el “pueblo” o la “gente” (es decir, los ciudadanos triturados en un pasapuré adocenador) siempre son víctimas inocentes de las élites extractivas, la burocracia europea, los inmigrantes asilvestrados, el heteropatriarcado o el nacionalismo de los demás. Si esa definición es razonable, los demócratas deberíamos renunciar al pasatiempo preferido de mis compatriotas (y mío también a ratos, ay), o sea: despotricar. Desde el “en este país” glosado por Larra, hasta el millar diario de nuestros “es inadmisible”, “es una vergüenza”, “hasta cuándo vamos a seguir así”, etcétera, todo son formas truculentas de pereza. Dice una milonga que “muchas veces la esperanza / son ganas de descansar”, pero eso se aplica también a la desesperación, salvo que vaya seguida de un suicidio autentificador.

El sucio aquelarre separatista de Cataluña, por ejemplo, transcurre entre la gesticulante indignación de unos, la indiferencia cómplice de otros y el dontancredismo gubernamental para el que todo es “asumible” salvo convocar elecciones. Pero el único plan político que conozco para ir a las raíces del mal son los diez puntos de la plataforma España Ciudadana. Ahí está la clave para recuperar la ciudadanía de los libres e iguales, o sea, el progresismo constitucional, no el revanchismo bermellón. Pero inalcanzable para la sociedad española, desgraciadamente. No son los partidos de la oposición al rechazar los Presupuestos del Gobierno sobrevenido quienes obstaculizan apelar a la voluntad general, sino la nomenklatura que esconde las urnas con tanto celo como los golpistas las exhiben. ¿Cuánto habrá que repetirlo? Con tesis o sin ella, ¡elecciones ya!

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