El independentismo como religión
El secesionismo se presentaba al mismo tiempo como la reivindicación de una minoría oprimida y el anhelo de una mayoría
El procés se ha estudiado como una alianza de nacionalismo y populismo, como un laboratorio de la posverdad, como un enfrentamiento entre la democracia representativa y la democracia plebiscitaria, como una crisis constitucional. Un experimento sería verlo como un movimiento religioso. Como el milenarismo según Norman Cohn, la independencia ofrecía una promesa de salvación colectiva, terrenal, inminente, total y, en cierto modo, milagrosa. Pero también, como han reconocido algunos líderes, era un farol. Aún hoy muchos no acaban de tener claro si era una cosa, la otra o las dos.
Desde que comenzó el procés, una parte de la vida cotidiana fue invadida por la urgencia del momento histórico. Construyó una iconografía, con símbolos, rituales, infierno, enemigos y mártires. Algunos símbolos son religiosos; otros vienen del imaginario de la rebelión del siglo XX. Era una especie de recreación: tiene un componente kitsch (“un ersatz, un sucedáneo de la obra de arte”, según Umberto Eco). Hay muchas conmemoraciones pero poco que celebrar.
Al igual que las religiones, el secesionismo se presentaba al mismo tiempo como la reivindicación de una minoría oprimida y el anhelo de una mayoría. Incluso entre quienes quieren rescatar el catalanismo como espacio de diálogo se observa a veces esa tendencia: el secesionismo que optó por la vía unilateral era una especie de herejía. (Aunque decía Mircea Eliade que la formulación original de una religión contiene todas sus herejías).
El contacto con la realidad ha provocado desgaste: ser sistema y antisistema al mismo tiempo genera contradicciones, como vimos el 1 de octubre, cuando Torra pidió “apretar” a los CDR y el Parlament acabó sitiado. Como los conversos, el PDeCAT se muestra más inflexible que ERC, que siempre defendió la independencia. Ahora vemos un Govern que emite un discurso desafiante y actúa dentro de ley, que lanza ultimatums pero opera dentro del sistema autonómico.
Borges decía que la religión era un género de la literatura fantástica. Pero tiene consecuencias fácticas y no debemos despreciar las emociones que produce. Su efusión sentimental contribuye a ahogar el espacio público: naturaliza una opción política como si no hubiera otra posible. Esa fe, y esa felicidad, no pueden ser obligatorias. Tiene que admitir la pluralidad: no solo debe reconocer al antagonista y a quien prefiere otros símbolos sino también al agnóstico y al escéptico. @gascondaniel
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