Langostas
La belleza lleva en si misma el germen de su propia destrucción
Un día no muy lejano toda la belleza de este planeta será completamente devorada por una plaga mortífera. Ahora son 1.000 millones. Pronto serán 2.000, luego 3.000 millones y muchos más los insectos ortópteros, conocidos como langostas, que hoy bajo la forma de turistas con gorra, mochila, camiseta, bermudas y chanclas se reproducen con una rapidez extraordinaria y migran de un sitio a otro con un designio devastador. En la Biblia se puede leer: “Envió el Señor un viento abrasador que trajo las langostas en tan espantosa muchedumbre que nunca hubo tantas hasta aquel tiempo. Y cubrieron la faz de la tierra devorando toda la hierba de la tierra y los frutos de los árboles”. La plaga de la langosta solo se detiene cuando después de acabar con toda la vegetación muere por falta de alimento. Tampoco el turismo cesará hasta que no haya destruido por invasión y aplastamiento las ciudades más hermosas del mundo, las ruinas históricas, los monumentos, catedrales, obras de arte de los museos y también playas, islas, valles y cimas incontaminadas. La belleza lleva en si misma el germen de su propia destrucción. Cada día atrae una mayor cantidad de adoradores y los convierte en una plaga letal. En este momento sobrevuela el planeta un millón de aviones con la tripa llena de insectos ortópteros listos para aterrizar; millones de trenes y caravanas de coche cruzan todos los países; miles de cruceros desembarcan en los puertos de mar un número inimaginable de langostas con un mismo fin predeterminado: aglomerarse y crear una insoportable claustrofobia en torno a la belleza de este mundo hasta destruirla por completo, de forma que solo quede a su alrededor un rastro de orín y de sudor. Hoy son mil. Pronto serán 4.000 millones las langostas humanas destinadas a realizar este maleficio que la belleza lleva dentro como una maldición.
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