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Columna
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Monaguillos y espectros

Las sentencias judiciales del pasado intoxican el esfuerzo regenerador de la nueva política

Rodrigo Rato, saliendo de la Audiencia Nacional en octubre de 2016.
Rodrigo Rato, saliendo de la Audiencia Nacional en octubre de 2016.Mariscal (EFE)

La disonancia entre los tiempos políticos y los judiciales explica que el expolio de las tarjetas Black haya prorrumpido en la actualidad como la resaca de una tempestad antigua cuyos residuos evocan los años de la “verdadera corrupción” frente al escrúpulo de la ejemplaridad contemporánea. Y no es cuestión de aliviar la importancia que revisten los másteres, los plagios o las psicofonías del excomisario Villarejo, sino de relativizar la envergadura de estos episodios respecto a la degradación del hábitat que caracterizaba las edades precedentes.

La política nacional, escrutada y desprestigiada más que nunca, trata de hacerse tolerar exagerando el umbral del cadalso en que deben consumarse los sacrificios y los escarmientos —han caído ministros, se ha urgido la dimisión de Casado y de Sánchez—, pero el pasado no ya reciente sino inmediato nos recuerda a semejanza de una réplica telúrica la depauperación del sistema en su expectativa de impunidad y de inmunidad.

Ninguna autoridad política envuelta en un escándalo concedía su renuncia. Se había establecido un principio de resistencia y de obstinación que subordinaba el deber ético al victimismo. Y que fiaba la huida hacia adelante a las desvergüenzas miméticas del enemigo o a la piedad de los tribunales de casación en la fabulación de la presunción de inocencia.

No le quedan a Rodrigo Rato instancias en las que redimirse. La sentencia que lo remite a la cárcel restaura el principio de igualdad en la opinión pública y retrata una época de corrupción y de miseria cuya fervorosa omertà no discriminaba partidos, sindicatos ni vedettes del sistema financiero. Todos atracaban el cajero con número secreto. Y las black tanto sufragaban un billete de metro como una masajista, un collar de perlas o una cacería de hipopótamos en el lago Tanganica.

Se antoja complicada y pintoresca la convivencia del plano judicial pretérito y de la política contemporánea. Se irán amontonando las sentencias que trasladan los horrores de la última década —los ERE, la Gürtel, la Púnica, Catalunya Caixa...— al tiempo que la nueva política castiga con desmesura los pecados veniales en la promesa de la perfección.

Es un contexto mucho más favorable a Ciudadanos y a Podemos de cuanto pueda resultarlo para los intereses del PP y del PSOE, expresiones hegemónicas del bipartidismo cuyos anclajes en el fango de la corrupción irán apareciendo con el peligro o los síntomas de una bomba re relojería. La pureza que reivindican para sí Casado y Sánchez no solo va a resentirse de sus ardides universitarios, sino de las sombras que conspiran en el akelarre de la vieja política. Los monaguillos coexistirán con los espectros en una coreografía delirante que amenaza el esfuerzo de la catarsis.

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