Los usos de la tecnología del bitcoin que benefician al medio ambiente
El ‘blockchain’ comienza a aplicarse para proyectos sostenibles, como la generación, distribución y venta de energía renovable entre consumidores y generadores
Hace una década, apareció la primera versión para forjar una moneda digital llamada bitcoin, apadrinada Satoshi Nakamoto, nombre de una identidad individual o colectiva. Su registro se asentaba en una bitácora electrónica llamada blockchain, que registraba la generación y movimiento de cada criptomoneda. Ahora, la cadena de bloques empieza a salir del ámbito del dinero digital para extenderse a actividades tan variadas como la distribución de energía, el combate a la corrupción, el rastreo de diamantes o de tráfico de especies amenazadas, cadenas de valor y consumo de agua, mientras trata de desprenderse de la manta de bombo publicitario que la rodea.
El Centro para la Cuarta Revolución Industrial del Foro Económico Mundial (FEM), la consultora PwC y el Instituto Woods para el Ambiente de la Universidad de Stanford publicaron en septiembre su informe Construyendo cadenas de bloques para un mejor planeta. Entre las más de 60 aplicaciones identificadas, el reporte halló varios usos a pequeña escala para la generación, distribución y venta de energía renovable entre consumidores y generadores.
“El nivel de conocimiento aún es bajo, hasta ahora se ha centrado en el sector financiero. Pero hay mucha innovación. En 10 o 15 años, veremos más aplicaciones transversales”, dice Sheila Warren, del FEM. La experta destaca que la eliminación de los intermediarios en la cadena y la construcción de rendición de cuentas y transparencia enriquecerá el valor de todo el sistema. Hasta ahora, la tecnología que se usa para minar los bitcoins ha sido más bien un lastre medioambiental, por los enormes recursos de energía que se necesitan para generar cada moneda.
El documento menciona al menos tres proyectos de blockchain y energía renovable emprendidos por empresas en Bangladés, Eslovenia y Estados Unidos, que consisten en plataformas entre pares (peer to peer o de usuario a usuario) para comercializar energía alternativa. De esa forma, fomentan un mercado descentralizado para el uso eficiente de la energía residencial.
El informe 'Construyendo cadenas de bloques para un mejor planeta' encontró más de 60 aplicaciones sostenibles para la tecnología
La estadounidense LO3 Energy y Siemens Digital Grid crearon la plataforma Exergy, con la cual operan una microrred en el barrio neoyorquino de Brooklyn. Un vecino que genere exceso de energía con sus paneles solares puede venderlo a un vecino o inyectarla a la microrred. El blockchain registra esas operaciones e indica cuál es el momento del día con mejor precio para intercambiar el fluido. De igual forma, un consumidor que quiere adquirir servicio renovable puede hacerlo por la misma vía. De esa forma, fomentan el uso sostenible, eficiencia y cotizaciones bajas. La contabilidad descentralizada conserva el récord, que puede ser consultado por los participantes en el mercado, sin posibilidad de alteraciones o falsificaciones.
SunContract recaudó fondos mediante la venta de cupones expresados en cibermonedas, como bitcoin. Con ellos se puede comprar energía solar en la plataforma virtual de la empresa o pagar en cafés y tiendas vinculadas a la Asociación Eslovena de Bitcoin. La plataforma descentralizada vincula a generadores independientes de energía renovable con consumidores mediante una aplicación (App) quienes pagan con los certificados. Todas las operaciones quedan inscritas de forma transparente en la contabilidad digital.
En Bangladés, una de las contadas iniciativas ejecutadas en países en desarrollo, SOLshare, plataforma de consumidor a consumidor, se basa en esta tecnología para dotar de servicio eléctrico a los hogares, conectados con medidores digitales a la microrred, y cuyas transacciones se efectúan con una app. En ese registro digital aparecen datos como los flujos comercializados, los precios y las horas de las operaciones.
Una de las ideas basadas en blockchain que ha despegado es SolarCoin, creada en 2014 por un grupo de voluntarios que dieron vida a la fundación homónima para expandir globalmente la generación solar. Un SolarCoin equivale a un megavatio por hora de electricidad solar, calculada con base en lecturas verificadas de los medidores residenciales. Por su dotación, un generador recibe el dinero digital, que puede guardar o convertir a bitcoin, aunque su propósito no es propiciar un sistema financiero descentralizado. La organización conserva un libro público que registra cada criptomoneda entregada a los generadores. El proyecto ha promovido generación solar por 2.100 gigavatios por hora en 46 naciones y ha emitido 11 millones de SolarCoins en 68 países.
La proliferación de estas tecnologías puede ayudar a la ampliación de la energía renovable y, de paso, aportar para alcanzar el objetivo siete de los 17 de Desarrollo Sostenible, que sustentan la Agenda 2030 para el Desarrollo. Ese objetivo proclama el establecimiento de “energía asequible y no contaminante”.
Fronteras desvanecidas
Las grandes corporaciones de energía también contemplan las cadenas de bloques para sus operaciones. El desarrollador de blockchain para energía Grid Singularity y el Instituto Rocky Mountain fundaron en 2017 la Energy Web Foundation, con el propósito de acelerar la introducción de esa tecnología en el despliegue energético y que reúne a grandes transnacionales como Engie, PG&E, Sempra, Duke Energy, Tepco, Shell y Statoil. Más de 30 empresas utilizan su plataforma de prueba Tobalaba para transacciones de energía, microrredes, comercio de renovables y carga de vehículos eléctricos.
Pero tanta fanfarria no se traduce aún en dinero que lubrique la maquinaria energética. En el primer trimestre de este año, 412 proyectos de blockchain atrajeron unos 3.300 millones de dólares vía ICO. Pero menos de un 1% de esos emprendimientos se sitúa en el ámbito de la energía, que representa unos 100 millones de dólares de inversión.
Regionalmente, existe un peso mayor de algunas economías desarrolladas y emergentes, como Estados Unidos, Alemania, Canadá, Francia, China y Rusia, en la concentración de iniciativas de cadena de bloques en energía, mientras muy pocas levantan la cabeza en América Latina, Asia y África. Ese desbalance no es casual, dados los desarrollos tecnológicos y energéticos de esas regiones.
En el primer trimestre de este año, 412 proyectos de blockchain atrajeron unos 3.300 millones de dólares, pero menos de un 1% de esos emprendimientos se sitúa en el ámbito de la energía
Para el mexicano Iván Razo, experto en este tipo de iniciativas, la dificultad para acceder al conocimiento y a recursos económicos y falta de incentivos limitan el desarrollo de esos emprendimientos en las naciones en desarrollo. “Si uno quiere dominar todos los detalles de una implementación, se requiere mayor experiencia y conocimiento a los cuales no siempre se puede acceder”, explica.
Los países avanzados son polos que atraen talento, porque “desarrollar una arquitectura de software que cumpla con estándares nacionales e internacionales, además de requerir gente experta en desarrollo de software, también requiere de recursos económicos para apoyar el desarrollo de la solución que se tenga en mente”.
En un artículo publicado el pasado 30 de julio, Varun Sivaram y Madison Freeman, investigadores asociados de energía y política exterior de EE UU del estadounidense Consejo de Relaciones Exteriores, prevén que el blockchain se concentrará principalmente en la venta de energía entre consumidores y entre redes eléctricas, seguida por el financiamiento a energía, la verificación de su origen sostenible y la carga de vehículos eléctricos.
En los próximos años, la atención se centrará en la resolución de las limitaciones técnicas y los retos regulatorios y legales, pues hoy existen diferentes aproximaciones a las criptomonedas: desde la prohibición en Corea del Sur a su libre circulación en otras jurisdicciones.
El informe del FEM, PwC y el Instituto Woods señala retos de adopción tecnológica, barreras informáticas, riesgos de seguridad, desafíos legales y regulatorios, de interoperabilidad con otros programas y de consumo de energía. Ante ellos, plantea una serie de recomendaciones para abordar el excesivo consumo de energía de esos sistemas, la fuga de datos, los efectos no esperados y su posible alcance global. “El esquema genera incentivos, especialmente económicos, a todos los actores del sistema: productores, compradores y encargados de la red. Las ganancias son las mismas si continuaran con los incentivos tradicionales y el consumidor paga precios bajos”, subraya Razo.
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