Los incisos temerosos
Esos recursos del lenguaje constituyen una defensa frente a quienes tienen un machete entre los dientes
Los lectores de ahora no son como los de antes. Es una impresión personal, pero dicho así puede parecer una información comprobada. Entonces, escribiré mejor que la mayoría de los lectores de ahora no son como los de antes. Pero tampoco estoy seguro de que sean la mayoría de los lectores de ahora los que no son como los de antes, porque no he hecho ninguna encuesta al respecto. Pondré que “algunos” lectores de ahora no son como los de antes, para no parecer tan asertivo.
Los lectores de antes de la revolución digital, creo, se concentraban en la lectura y tendían a comprender lo que un articulista quería expresar; aportaban por su cuenta los datos omitidos (por obvios), comprendían las limitaciones del espacio y partían de que la exposición del autor respondía a reflexiones basadas en la buena voluntad.
Bueno, no todos los lectores de antes, claro. Pondré que la mayoría; o muchos. O sea, que muchos de los lectores de antes estaban a lo que estaban.
Ahora, en cambio, los lectores suman millones, y algunos hacen varias cosas mientras leen, y están pensando en el fin de semana próximo y a la vez consultando el correo; una parte tiene carencias de comprensión, otro sector no pilla el lenguaje figurado..., pero casi todos ellos andan al asalto de cualquier ambigüedad, ya sea real o imaginada. Y por si fuera poco, llevan un móvil en el bolsillo con el que pueden lanzar al mundo su discrepancia y desatar con ella el aplauso de quienes repiten la crítica sin haberse tomado la molestia de leer con atención el artículo original en vez de replicar lo que se dice que se dice que se dice que alguien ha dicho.
Como habrán visto, sigo usando algunas cautelas para relativizar mis afirmaciones. Sin embargo, un segmento de lectores puntillosos pero despistados suele desdeñar las precauciones plasmadas en expresiones como “una parte”, “algunas veces”, “muchos”, “entre otros”, “quizás”, “tal vez”, “seguramente” o “puede que”, fórmulas de la lengua española que evitan la aseveración indubitable.
En previsión de tales interpretaciones de rapidillo, poco a poco algunas columnas (es decir, no todas, sino sólo algunas) se llenarán de aclaraciones y vendas previas a la herida; abundarán cada vez más los incisos, los paréntesis, las explicaciones exhaustivas. Porque el autor, como yo ahora, intentará evitar que alguien malentienda y propague lo que no se ha expresado, ni siquiera sugerido.
Por ejemplo, leo a uno de mis articulistas preferidos que determinado actor “merece ser colgado”; y a continuación abre el inciso: “metafóricamente, todo hay que advertirlo”. ¿Habrá alguien que crea que el autor deseaba asesinar al actor? Habrá.
Esos recursos constituyen una defensa lógica frente a quienes tienen el machete entre los dientes. Así, tales explicaciones y aclaraciones pueden provocar, si no proceden de una pluma talentosa (como sí era el caso; y aquí incurro en lo que describo), que leamos textos cada vez más lentos, llenos de salvedades, subordinadas, indefinidos y aposiciones que deberán soportar también los que no andan buscándole tres pies al gato. Es decir, quienes son más bien como los lectores de antes.
A ellos debo pedir disculpas, porque a veces se nos nota el miedo ante esa legión de desatentos, tiquismiquis y rábulas a los que intentamos desincentivar tapando todos los huecos. Y total, para nada: cierto tipo de cuchillos son insaciables.
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