Jordi Labanda, justiciero pop
El artista firma la portada del nuevo número de ICON DESIGN, que se distribuye gratis mañana sábado con EL PAÍS. El director de la publicación recuerda cómo el catalán influyó en la percepción del buen gusto global y se convirtió en el ilustrador más celebrado de su generación
Conocí a Jordi Labanda, el autor de nuestra portada, a finales de los noventa. Sus colaboraciones en Vang, el añorado suplemento juvenil de La Vanguardia, y las revistas Woman y AB lo convirtieron en el primer ilustrador que despuntaba en Barcelona desde los años dorados de Mariscal, Nazario y Max. Por aquel entonces sus viñetas no eran un prodigio técnico, y estaban impregnadas de ese espíritu retro y pop que abundaba en los flyers de los clubes de moda de la época como Zeleste y Sporting Club. Pero el carisma que respiraban, la ironía y esa levedad en el trazo ya presagiaban algo distinto. Jordi se me antojaba entonces como una especie de justiciero de la causa pop. Un freak de las revistas formado en diseño industrial en la Escola Massana que no discriminaba entre alta y baja cultura. Y que supo dar con la dosis justa de mala leche para, sin ofender en exceso, bajar los humos a todos los que nos desvivíamos por parecer modernos.
Como celebridad local se ganó cierta fama de enigmático. También de juez implacable. Le copiaban tanto como le temían. Y las primeras veces que me lo crucé parecía encantado de ejercer ese papel de Pepito Grillo en una Barcelona que recuerdo con mucho cariño, pero que en realidad estaba plagada de vaqueros acampanados Lois, camisetas de lycra de pastillero y unos restaurantes macrobióticos bastante malos.
Desconozco cómo pasó de todo aquello al radar de Tyler Brûlé, el editor con más ojo de la década. Pero resulta tan evidente que ese encuentro le cambió la vida a Jordi como que sus ilustraciones se la cambiaron a la publicación que dirigía, Wallpaper*. Con su novedosa receta de diseño, moda y textos socarrones, la revista se convirtió en la biblia de todo lo que era guay en la segunda mitad de los noventa. Y Jordi, con permiso del fotógrafo Matthias Vriens, fue su colaborador más destacado. El que mejor ligó todos los ingredientes que apasionaban a Tyler: Suiza, el mobiliario escandinavo de los cincuenta, las aerolíneas pijas, las oportunidades de negocio en países raros y esa afición maravillosa a ciertas singularidades pop de carácter local (en el caso de España, las bolsas del supermercado de El Corte Inglés y la permisividad ante el tabaco en los vuelos de Iberia fueron referencias habituales).
En esas páginas, Jordi se hizo enorme. En cuanto a técnica, perspectiva y composición, pero también en todo lo demás. Sus personajes naíf maduraron y se sexualizaron. Las referencias pop se multiplicaron; se convirtió en todo un reto identificarlas. Y al tiempo que su fenómeno se globalizaba y los clientes llamaban a su puerta (marcas de agua, papelería, licor, coches, perfumes, restaurantes…), arreciaron también las primeras controversias: que si las llamadas chicas Labanda fomentaban la anorexia, que si era un elitista que vivía en los mundos de Yupi, que si se estaba quemando… Lo habitual en este país, vamos. Y así es más o menos como se convirtió en un héroe para mí. Diría que a la altura de otros como Erté, Christian Bérard, René Gruau y Edmond Kiraz, pero me estaría sobrando: salvando lo que Kiraz publicaba en ¡Hola!, yo no sabía de estos mitos de la ilustración hasta que conocí al propio Jordi.
Pongamos que todo esto ocurrió en 1999. No puedo garantizarlo, pero me encaja simbólicamente: conocer a Jordi marcó el final de una etapa para mí y fue el preludio de muchas de las mejores cosas que me han pasado en la vida.
Lo primero que se nos ocurrió al preparar este número de ICON DESIGN (que se distribuye mañana sábado 29 de octubre gratis con EL PAÍS) fue homenajear, tanto desde la portada como en el interior, a nuestros muebles favoritos, que casualmente tienen un aire escandinavo. También al Wallpaper* de aquella época (1996-2002, por si hay algún archivista en la sala), que a estas alturas es una constante. Y por supuesto a Jordi.
Me gustará saber qué opinas tú, lector, sobre las ilustraciones (puedes verlas aquí). Nosotros pensamos que son extraordinarias. Algo de lo que sentirse orgulloso, aunque de lo que más orgulloso estoy es que Jordi, a estas alturas de 2018, es alguien a quien puedo llamar amigo. Aunque haga cosas que me ponen de los nervios como no tener Whatsapp. Jordi, desde la barrera del respeto y la comprensión te lo digo, ¿a quién quieres engañar?
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