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Columna
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Barcos sin honra

En el caso de las bombas saudíes, muchos son los que han preferido la supervivencia a su convicción moral

Julio Llamazares
Margarita Robles, ministra de Defensa, en el Congreso.
Margarita Robles, ministra de Defensa, en el Congreso.Uly Martín

Al final, entre la honra y los barcos el Gobierno español ha elegido los barcos satisfaciendo así las reclamaciones de los trabajadores de la empresa naval Navantia pero contradiciendo la afirmación de aquel marino del siglo XIX que escribió que es preferible la honra sin barcos a los barcos sin honra.

La decisión del Gobierno español, que cerraba una semana de polémica política provocada por unas declaraciones de la ministra de Defensa en las que manifestaba haber dejado en suspenso un contrato de suministro de 400 bombas a Arabia Saudí firmado por su predecesor ante el temor de que el Ejército saudí las utilizara en la guerra de Yemen, en la que ya ha dejado muestra de su ferocidad, ha puesto ante el espejo de las contradicciones no solo al Gobierno sino a la sociedad española en su conjunto. Así, la ministra de Defensa ha quedado retratada en su desaire al aceptar su desautorización por el presidente tras días de titubeos sin dimitir a continuación en coherencia con sus manifestaciones iniciales (¿ha cambiado la opinión de la ministra sobre el comportamiento del Ejército saudí?), y lo mismo ha sucedido con su colega de Exteriores, que ha pasado de respaldarla tácitamente como todos sus compañeros de gabinete a afirmar que las bombas que el Gobierno español va a entregar al de Arabia Saudí son de tal precisión que difícilmente pueden matar a gente inocente. Como si los que no lo son (¿por ser militares?) no merecieran la compasión del ministro. El propio presidente ha quedado retratado también en su contradicción al respaldar los compromisos del Gobierno precedente en una materia, la de la venta de armas a Estados no democráticos, en la que había disentido desde la oposición. La estabilidad de su Gobierno, suficientemente zarandeado ya por distintos vientos como para añadirle otro, bien merece unas cuantas bombas, parece haber decidido sin importarle su ideología.

En cualquier caso, y reconociendo que la responsabilidad afecta a todos los españoles, no solo al Gobierno, por aceptar de modo mayoritario de forma tácita o manifiesta la fabricación y venta de armas por nuestras empresas a Ejércitos de otros países al tiempo que hipócritamente nos escandalizamos luego por los daños que aquellas producen, la contradicción más flagrante que la polémica provocada por la ministra de Defensa con sus manifestaciones iniciales sobre el cumplimiento o no del contrato de venta de las 400 bombas a Arabia Saudí ha sido el de los trabajadores de Navantia, la gran empresa naval, que, ante el peligro de ver anulado otro del mismo país para la construcción de cinco corbetas que garantizaba el trabajo en los astilleros de Cádiz durante los próximos dos años y con él su estabilidad laboral, se echaron a la calle exigiéndole al Gobierno la entrega de las bombas al Ejército saudí sin importarles lo que este hiciera con ellas. Que los propios sindicatos, que uno supone sensibilizados con las clases débiles no solo en el tema laboral, y no solo con las españolas, capitanearan esa rebelión hace dudar de su ideología al igual que la indiferencia de sus representados hacia el destino de otros como ellos por más que vivan muy lejos pone en cuestión la capacidad de empatía y de compasión del género humano salvo excepciones.

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En 1865, el almirante español Casto Méndez Núñez escribió tras participar en la llamada guerra Hispano-Sudamericana que más vale honra sin barcos que barcos sin honra. Por desgracia, en el caso de las bombas saudíes, muchos son los que han preferido los barcos a la honra, la supervivencia a su convicción moral.

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