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Las madres que matan para que ninguna otra pueda parir

Una suricata dominante da a luz al 90% de los cachorros de su grupo. El dominio social les permite vivir 4,4 años de media frente a los 2,8 de sus subordinados

Un suricato solitario en el desierto del Kalahari
Un suricato solitario en el desierto del KalahariDOMINIC CRAM

Los suricatos son tan simpáticos que uno de ellos se ganó un papel de secundario de lujo en una película de Disney. Pero la realidad diaria de estos pequeños carnívoros que corretean por el desierto del Kalahari mirando al cielo en busca de águilas no es un ejemplo de Hakuna Matata. Sus sociedades, compuestas por hasta cincuenta individuos, son un matriarcado en el que una hembra dominante defiende con todos los medios necesarios su derecho exclusivo a la maternidad. Ella pare hasta cuatro camadas al año y el 90% de los cachorros del grupo son suyos. Si otra hembra osa reproducirse, será expulsada del grupo y sus crías asesinadas a las horas de nacer. Un estudio de 2016 de la Universidad de Granada estimó que uno de cada cinco suricatos, en su mayoría recién nacidos, muere a manos de alguien de su especie.

La vida de lideresa, acompañada casi siempre por un macho que es el padre del 86% de las crías, no es sencilla. Continuamente embarazada y empleando la violencia para mantener a raya a otras aspirantes al trono, su existencia es agotadora. Y sin embargo, viven hasta 4,4 años de media frente a los 2,8 de los subordinados. Esto también sucede en especies de insectos como las hormigas o las abejas, en las que una reina es la madre de toda la colonia. En esos casos se debe a un perfil genético que les hace envejecer más despacio, pero no se sabe si es así en mamíferos con monopolio en la reproducción como suricatos o ratopines.

Dos suricatos se pelean para ver quién puede más
Dos suricatos se pelean para ver quién puede másDominic Cram

Esta semana, un grupo de científicos de la Universidad de Cambridge ha realizado un amplio estudio para comprender lo que sucede con los suricatos. Después de seguir a 3000 individuos en 100 grupos, los investigadores obtuvieron resultados aparentemente contradictorios. Por un lado, el estrés de mantener su estatus y criar a tantos pequeños había dejado huella en el ADN de los jefes. Sus telómeros, una parte de los cromosomas que protege al material genético de los daños de la vida y se considera un método eficaz para medir la edad biológica, perdieron un tercio de su longitud en solo 18 meses. Mientras, los de los secundarios del grupo se mantuvieron estables.

La explicación de las diferencias en la esperanza de vida la han encontrado Dominic Cram y sus colaboradores en la importancia de la protección del grupo para los suricatos. En un artículo que publican en Current Biology, muestran cómo los suricatos de segunda fila pasan periodos cada vez más largos alejados de su familia, de una media de seis días al año hasta un máximo de 35, mientras el macho y la hembra dominantes no suelen alejarse del grupo que sojuzgan más de dos horas anuales.

La vida dentro de un grupo de suricatos bajo la pareja dominante puede parecer horrible, pero los peligros que acechan fuera son peores. Sin el sistema de turnos de guardia frente a depredadores característico de esta especie, estos pequeños animales quedan a merced de águilas, azores o caracales, unos felinos tan hermosos y letales como los suricatos. Despojados de la vigilancia de sus congéneres, “bajar la guardia para cavar en busca de comida es demasiado arriesgado y muchos mueren de hambre por miedo a que los devoren”, afirma Cram. Si no sucumbe a otros animales, un suricato solitario siempre puede acabar asesinado por miembros de un grupo rival de su propia especie. No extraña que Timón acabase alejado de los suyos en una comunidad utópica junto a un facóquero como Pumba.

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