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CLAVES
Columna
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La gran batalla

La pérdida de independencia de una sociedad para poner en entredicho a sus gobernantes no es fácil de detectar

Víctor Lapuente
Donald Trump Vladimir Putin se dan la mano durante una conferencia de prensa en Helsinki, Finlandia el 16 de julio de 2018.
Donald Trump Vladimir Putin se dan la mano durante una conferencia de prensa en Helsinki, Finlandia el 16 de julio de 2018.Kevin Lamarque (REUTERS)

La gran batalla por la democracia se está librando en los países grandes. Y se está perdiendo. Las libertades democráticas se están erosionando en las naciones más pobladas del planeta, como India, Brasil, Rusia, Turquía o Estados Unidos.

Partían de situaciones distintas hace una década. EE UU, la democracia más vieja del mundo. Rusia, una posmoderna autocracia con elecciones. Y mantienen fuertes diferencias. EE UU es aún una democracia. Rusia, no. Pero, en todas estas sociedades, los principios democráticos se están debilitando.

A los brujos del autoritarismo se les dan bien los grandes números. Curiosamente, cuanto más numeroso es el rebaño de votantes, más fácil es que lo controle un todopoderoso pastor.

Y, una vez asentadas en las potencias regionales, las tendencias autocráticas se contagian a sus vecinos. En Europa, países como Polonia, Hungría, Lituania y Eslovaquia han perdido su estatus de democracias liberales, quedando como meras democracias electorales. En total, y de acuerdo con el Informe sobre la Democracia del V-Dem Institute, 2.500 millones de ciudadanos viven hoy en países que están padeciendo una regresión democrática.

Si analizamos de cerca este retroceso global, vemos que no afecta al núcleo de las instituciones democráticas. Los procesos electorales son, con pocas excepciones, más limpios que nunca. El problema está en los intangibles que sostienen una democracia, como la ausencia de (auto)censura en la prensa, la libertad de expresión, o la autonomía de las organizaciones civiles frente al poder político.

A diferencia de los pucherazos electorales, la pérdida de independencia de una sociedad para poner en entredicho a sus gobernantes no es fácil de detectar. El miedo a discrepar se extiende poco a poco, ayudado por pequeños cambios legislativos que encuentran silencios cómplices.

España no se escapa a esta tendencia. En comparación con hace unos años, puntuamos peor en intimidación a periodistas, sesgo en los medios de comunicación, y en libertad de discusión política.

Somos aún una democracia liberal plena. Pero, si nos lo creemos ciegamente, dejaremos de serlo. @VictorLapuente

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