Pena de muerte
¿Dónde nos quedan ahora todos los que, protegidos por la Iglesia, han usado su poder hasta el extremo de matar legalmente?
Lo ha dicho el Papa, que a partir de ahora la Iglesia va a estar en contra de la pena de muerte. La decisión, que es cualquier cosa excepto menor, llega dos mil y pico años tarde. Aun así, hay que celebrarla. La humanidad se habría ahorrado millones de decisiones crueles que sirvieron para que Estados construidos sobre la arbitrariedad y el crimen aseguraran su permanencia recurriendo a la muerte… porque tenían el apoyo de la Iglesia católica.
Ahora cabría pedir a la Iglesia que reconsiderara no solo su actitud ante las víctimas, sino su posición ante los verdugos. Eso sería muy de agradecer, pero quizá produjera una terrible confusión a la hora de contar la historia. ¿Dónde nos quedan ahora todos los que, protegidos por la Iglesia, han usado su poder hasta el extremo de matar legalmente?
Francisco Franco, desde luego. Un tipo que aplicó con generosidad la llamada “última pena” para castigar delitos tan difíciles de definir como el auxilio a la rebelión, y parecidos que le sirvieron a él y sus numerosos cómplices para llevar al paredón a miles de personas cuando ya se había acabado la Guerra Civil.
Contra las tapias del cementerio del Este algunos fusileros voluntarios acabaron, ahora hace 79 años, con la vida de 43 varones y 13 mujeres, las conocidas como Trece Rosas, afiliados a las Juventudes Socialistas Unificadas, rama juvenil del PCE. Había en su liquidación un rumor de venganza por el asesinato de un alto oficial de la Guardia Civil, su chófer y su hija de 18 años. Pero había también el uso de un Código de Justicia Militar que incluía la pena de muerte en su catálogo de castigos.
En estos días calurosos de agosto se cumple un aniversario más de aquella matanza que se realizó de madrugada, sin que la Iglesia española se haya pronunciado en contra de aquellos actos y de quienes los ordenaron.
El pronunciamiento solo podía llevar a una conclusión, tan difícil de digerir para algunos, como rotunda: Francisco Franco era un criminal, y su régimen, que siguió aplicando la pena de muerte hasta octubre de 1975, también lo era.
Ahora el Papa lo ha ordenado: la Iglesia católica tiene el deber de luchar contra la pena de muerte. ¿Cómo esa Iglesia sigue amparando con sus símbolos a un asesino en Cuelgamuros?
Es el caso más flagrante. Pero un caso más, de una Iglesia que sigue contando en sus filas con gentes que tienen en sus manos gran parte de la educación en nuestro “Estado”.
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