La Jezabel nicaragüense
No habrá salida negociada a la involución democrática sin la aprobación de Rosario Murillo, la mujer más poderosa del país centroamericano
No se mueve una hoja en Nicaragua, ni habrá salida negociada a la involución democrática que la desestabiliza, sin la aprobación de Rosario Murillo, la mujer más poderosa del país centroamericano, que lo escrituraría a su nombre si de ella dependiera. Sobrina nieta del libertador Sandino, estudió buenos modales en Inglaterra y Suiza, fue poeta y revolucionaria, y compagina la lírica con la represión de las protestas antigubernamentales porque quienes participan en ellas no son patriotas sino vampiros sedientes de sangre; como tales, se les abate.
Para entender el rumbo de los acontecimientos en una república cargada de historia y simbolismo es necesario acercarse al esotérico universo de la vicepresidenta, esposa del presidente, Daniel Ortega, tan implacable en la liquidación de las manifestaciones opositoras, como artera años atrás maquinando la disolución del círculo íntimo de su marido: los comandantes históricos que trababan su poder. El machismo perdió la batalla frente a la ambición.
Negar algo a Rosario Murillo es declararle la guerra. Pocos lo han hecho desde que concluyera la purga de los cuadros y organismos respondones, sustituidos por cortesanos y entidades obedientes. Contraria al aborto, madre de diez hijos, mística en el análisis de asuntos de Estado, su personalidad es intensa y macondiana, imposible de abarcar sucintamente. Un episodio la resume en esencia. Ocurrió en 1998. Su hija Zoiloamérica denunció haber sido afrentada sexualmente por su padrastro, Ortega, desde los 11 años, durante dos decenios, y estando casada. Acusó al poder sandinista de haber estrenado en ella todos los instrumentos de dominación posibles: físicos, psicológicos, políticos, familiares y militares; declaró haber sido sometida a un régimen de cautiverio, persecución y acecho, mientras se abusaba de su cuerpo, emociones y creencias; también, de su condición de militante. La causa terminó en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos después de un pacto entre Ortega y el corrupto Arnoldo Alemán (1997-2001) para secuestrar la impartición de justicia.
Murillo considera viciadas de malignidad las manifestaciones contra la rapiña y los abusos, y consideró mitómanas las acusaciones de su hija pese a un pliego de cargo de imposible invención. Optó por la complicidad con el hombre y el dirigente, que le correspondió con la vara de mando. La pareja recuperó la jefatura de gobierno en 2007, e impera desde entonces con maneras somocistas y la bendición de los obispos y empresarios que desde abril la excomulgan y escupen. La principal baza de esta Jezabel latinoamericana es su ascendencia sobre el presidente, a quien encubre, protege y orienta. Incansable, no duerme más de tres horas porque la rotulación de una Nicaragua a su gusto es trabajo a tiempo completo. Fue promotora del arte y la cultura hasta que el celo creativo se le quedó corto. Invoca a Dios, la virgen y los santos, matrimonió de blanco y sacramentada, y ejerce de alter ego hasta que pueda ser plenipotenciaria.
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