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Abrir un negocio contra el estigma de la violación

Las mujeres de República Democrática del Congo tratan de recuperarse y ganarse la vida tras sufrir agresiones sexuales y el rechazo de sus comunidades

Esperance Uzamukunda prepara la masa para el 'chikwangue', un pan local hecho con harina de mandioca.
Esperance Uzamukunda prepara la masa para el 'chikwangue', un pan local hecho con harina de mandioca.Luke Denisson
Luke Denisson
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Esperance Uzamukunda trabajaba en el campo con su marido cerca del pueblo cuando se acercaron tres hombres armados. Llevaban uniformes militares y rifles. Mataron a su marido delante de ella y luego la violaron. Esperance, incapaz de pedir ayuda, permaneció en el campo durante dos días hasta que otra mujer la encontró y la llevó al hospital.

Cuando Esperance volvió a casa en Kiwanja, un pueblo al Este de la República Democrática del Congo, casi toda la comunidad la abandonó y la trató como si la agresión hubiese sido una maldición para ella. A menudo, las supervivientes son rechazadas por sus familias y sus vecinos, y se les impide volver a casarse si también han perdido a sus maridos. Después de un año y medio, Uzamukunda sigue enfrentándose al estigma por haber sido violada.

Esta no es una historia aislada en el país africano, desangrado por la violencia. Especialmente en Kivu del Norte, una región donde el índice de violaciones es más elevado que en cualquier otra zona. Kiwanja se encuentra en los alrededores del Parque Nacional de Virunga, en el centro de numerosos territorios rebeldes, lo que lo convierte en una zona propicia para los secuestros, las violaciones y las escaramuzas entre grupos armados.

Hortense Kalamata, una letrada de la Organización Dinámica de Abogadas, ofrece a las mujeres asesoramiento y ayuda para a entablar acciones legales después de una agresión. Kalamata afirma que las violaciones están arraigadas en la sociedad en Kivu del Norte. “Desde la afluencia de refugiados ruandeses en 1994 ... han tenido lugar varias guerras que han provocado la aparición de los rebeldes de las FDLR [Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda]. Muchos de estos grupos armados en la región han usado las violaciones como arma de guerra”, asegura.

Su asociación trabaja para proteger y ayudar a las supervivientes, pero Kalamata señala que muchas mujeres no piden ayuda porque la violación se considera tabú, y denunciar a sus agresores equivaldría a hacer públicas sus agresiones.

La pérdida de un marido en República Democrática del Congo puede ser desastrosa para las familias, que se quedan sin el principal sustento económico del hogar. Esperance Uzamukunda, que tiene dos hijos que mantener y no puede volver a su anterior trabajo de bracera por temor a que la vuelvan a violar, necesitaba una forma de ganarse la vida.

La mujer que la salvó le dio el equivalente a 50 dólares para crear una empresa. Desde entonces, Uzamukunda elabora chikwangue, un tipo de pan local hecho a base de harina de mandioca. “Vendo mis productos en el mercado local aquí en Kiwanja, y a veces tengo clientes que hacen el viaje desde Goma para comprármelos, lo que me da dinero”, explica.

Speciose Mapendo teje cestos frente a su casa de Kiwanya (R.D. Congo).
Speciose Mapendo teje cestos frente a su casa de Kiwanya (R.D. Congo).Luke Denisson

El hogar de Speciose Mapendo, de 61 años, no está muy lejos de la casa de Esperance. Su marido y ella también fueron atacados cuando estaban en el campo por los rebeldes de las FDLR. Estos se llevaron al hombre como rehén, y violaron a Mapendo. “Han pasado dos años y medio y no he visto a mi marido desde entonces”, dice. “Creo que le han matado”. La historia posterior al ataque se repite. “Desde que me violaron, la gente de la comunidad desconfía de mí”, señala. “Es como si después de que te violen, te volvieses inútil”.

Pero Mapendo asegura que su nuevo negocio, de tejer cestos la está ayudando a acabar con ese estigma. Gente que antes probablemente la habría evitado viene a su casa para comprarle cestos por el equivalente a un dólar cada uno. “Mi negocio me acerca a la gente que parecía desconfiar de mí”, asegura. “Cada vez que vienen a comprarme, tienen que olvidarse de que me han violado”.

A Felicite Kabuo, de 31 años, las FDLR se la llevaron como rehén y la violaron varias veces. Como no puede volver a su anterior trabajo, ahora elabora carbón vegetal, que vende para mantener a sus cuatro hijos. La producción de este carbón es una tarea pesada que consiste en recoger leña de los árboles fuera del pueblo y carbonizarla sobre una fuente de calor lento y con poco oxígeno. El proceso requiere mucho tiempo para los ingresos que genera, pero su iniciativa ya ha llamado la atención de otras mujeres, que ahora la tratan de manera diferente.

“A pesar del desprecio de los miembros de mi comunidad, mi pequeño negocio les ayuda a ver que soy una mujer fuerte y valiente. En vez de mendigar, uso mi negocio para recuperar mi dignidad perdida”, remacha. Pero Kabuo no cree que vender carbón vegetal sea suficiente para mantener sola a su prole, así que quiere empezar un nuevo emprendimiento, como hacer rosquillas o cultivar judías.

Crear sus propios negocios ha ayudado a estas mujeres a reintegrarse en sus comunidades tras una agresión aunque no generen demasiados ingresos. Pero todavía se enfrentan a un importante obstáculo: el Gobierno. La Dirección General de Impuestos y el departamento de Medio Ambiente han gravado con nuevas tasas a los pequeños negocios en los últimos meses, incluidas las actividades informales como el tejido de cestos y la elaboración de pan. 

Uzamukunda y Mapendo se quejan de que estos nuevos tributos les impiden tener beneficios. “Al principio obtenía unas ganancias de 12 dólares, pero desde que el Gobierno congoleño ha establecido impuestos incluso para los pequeños negocios, tengo que pagar al menos 10 dólares de impuestos”, explica la primera.

Mapendo, que siente una frustración parecida, afirma que esa tasa es el mayor obstáculo para que su negocio evolucione, y que ha tenido que aumentar sus precios en consecuencia, lo que hace que muchos clientes no puedan permitirse comprar los cestos. “No puedo vender mis productos como antes”, lamenta. “La gente no viene a comprar como antes, pero tengo la esperanza de que el futuro será mejor”.

La creación de un pequeño negocio puede haber ayudado a estas tres mujeres a recuperarse de sus agresiones, pero Kalamata señala que, en el fondo, lo que debe cambiar son las normas sociales en la República Democrática del Congo, no los supervivientes, y dice que se tiene que restablecer la seguridad totalmente en la región para impedir futuras agresiones. “También es importante seguir con las campañas de sensibilización junto con los medios de comunicación locales para destacar el valor de las mujeres y la dignidad humana”.

Este texto fue publicado originalmente en inglés en la página web de Newsdeeply en este enlace.

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