Lanzadera
El presidente del Gobierno español y el de la Generalitat hablaron en la Moncloa de un problema de la historia común, que un día se llevará el viento
Antes de montar en el AVE en Barcelona hacia Madrid, el presidente de la Generalitat, Quim Torra, tuvo que sumarse en el andén a cientos de pasajeros con el mismo destino, cada uno con sus problemas. El tren arrancó puntualmente y al salir a la luz el presidente de la Generalitat pudo ver por la ventanilla los poblados de extrarradio entre paredones de fábricas y empresas multinacionales donde seres de toda clase de orígenes y apellidos se agitan denodadamente cada día en la lucha por la vida. Poco después, el tren cruzó el Campo de Tarragona. En el siglo III antes de Cristo las legiones romanas llegadas a esta tierra dieron nombres en latín a estos ríos, valles y montañas, a los utensilios, labores, alimentos y también a los sentimientos de sus gentes. Luego conquistaron el territorio ulterior siguiendo la misma ruta marcada por las huellas que dejaron los dinosaurios y por donde ahora discurre el AVE cargado de pasajeros, que durante el viaje teclean en los ordenadores conectados a redes planetarias, conciertan negocios con el móvil o comentan con el vecino de asiento sucesos anodinos de familias, amigos, enfermedades, operaciones quirúrgicas, nacimientos, bodas y entierros. A 300 por hora el convoy arrastra el cúmulo de sueños y derrotas compartidas y el ciudadano Quim Torra, sin darse cuenta, formaba parte de esa carga. El presidente del Gobierno español y el de la Generalitat hablaron en La Moncloa de un problema de la historia común, que un día se llevará el viento. Quim Torra, acompañado de otros viajeros anónimos, volvió por la tarde en el AVE a Barcelona y aunque fuera había un sol radiante él solo veía sombras a través de la ventanilla, pero el convoy iba hacia Cataluña como una lanzadera de telar fabricando con los sueños y las pasiones de los pasajeros un recio tejido vital que no se podrá rasgar sin tragedia.
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