Del amor libre al amor candado
El verano es una época especialmente crítica en la temible moda de colocar cerrojos sobre lugares románticos
Ahora que empieza el verano y millones de jóvenes parejas se disponen a recorrer el planeta para gozar cuello, cabeza, labio, frente y todas las demás cosas que Góngora omitió por pudor, las autoridades de las ciudades más románticas del mundo se preparan para hacer frente a esa pazguata costumbre amorosa —mezcla de arrebato, juramento, superstición y siderurgia— de colgar candados en los puentes y arrojar desaprensivamente las llaves a los ríos, el mar o el vacío. Con lo bonito que era navegar bajo los canales de Brujas, los puentes del Sena o el dédalo veneciano antes de que existiera el riesgo de que nos cayera encima una reja erizada de candados con la parejita del selfie como traca final.
Al parecer, la moda de los candaditos fue un invento del escritor Federico Moccia, en cuya novela Tengo ganas de ti (2006) los protagonistas sellaron su amor cerrando un candado en el puente Milvio y luego arrojaron las llaves a las aguas del Tíber, gesto millones de veces perpetrado tras el estreno de la película basada en la novela. Desde entonces el puente Milvio de Roma ya ha perdido un par de farolas derribadas por el peso de los candados y el Tíber se ha convertido en un río ferruginoso. ¿Por qué a Moccia no se le ocurrió que sus empalagosas criaturas podían regalarse acuarelas o placas solares?
Al parecer, la moda de los candaditos fue un invento del escritor Federico Moccia
El caso es que las barandas del viejo Pont des Arts no pudieron soportar las 50 toneladas de candados que el ayuntamiento tuvo que retirar en 2015 y que al día de hoy se multiplican por otros puentes, farolas y estatuas de París. Por otro lado, los puentes de Rialto, San Marco y la Accademia de Venecia parecen enjambres de moscas metálicas por culpa de los miles de candados arracimados a sus nobles rejas, por no hablar de los candados que se multiplican por el puente de Brooklyn en Nueva York, el puente de Triana en Sevilla, el puente del Molino del Prior en Praga y otros puentes perjudicados por sus leyendas románticas como el Bernatek en Cracovia, el Makartsteg de Viena, el Hohenzollern de Colonia o el Ponte Vecchio de Florencia. ¿Cómo habrán dejado el puente de Luzhkov los hinchas enamorados que fueron al Mundial de Rusia? Lo peor que puede caminar sobre un puente es una pareja de hinchas del amor, porque los hinchan de candados hasta que revientan.
Como Zygmunt Bauman advirtió sobre la fragilidad de los compromisos en Amor líquido (2005), sus lectores más románticos han decidido combatir esa flaccidez amorosa comprando candados en la ferretería de la esquina para colocarlos por todo lo que parezca sólido. De hecho, ya ni siquiera los puentes son suficientes porque los enamorados furiosos los clavan en la Gran Muralla china, en las piedras de Machu Picchu, en los bloques de granito de la antigua Acrópolis y por supuesto en la Torre Eiffel, porque París era el símbolo del amor libre y ahora es la ciudad del amor con candado sin llave.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.