Lo último que se pierde es la fe
Segunda parte de la historia de Dilma Pilar Escolar, una madre hondureña que buscó intensamente a su hija desaparecida en la ruta migratoria durante ocho años
Dilma Pilar Escobar tiene 61 años y el autor de este texto la conoció en junio de 2017 mientras trabajaba en el proyecto Desaparecer en el camino, una serie de historias de su organización, el Comité Internacional de la Cruz Roja, sobre personas desaparecidas de Centroamérica en la ruta migratoria hacia Estados Unidos. El primer capítulo de esta historia puede leerse aquí. A continuación, la segunda y última parte.
Luego de integrarse en el Comité de Familiares de Migrantes Desaparecidos de El Progreso (Cofamipro), Dilma Pilar participó en dos caravanas previas, en el 2011 y 2012. Cuando partió de Honduras rumbo a México, aparte de la foto de Olga le acompañaba su optimismo, imaginando que durante el trayecto encontraría a su hija en alguna de las calles por donde la caravana pasaba. Cuando no era así, volvía con el corazón en un puño.
“A mi hija la mataron”, me dice que se repetía cuando regresó de sus dos primeros viajes. Mientras conversamos, Pilar hace una pausa para compartirme que un día, mientras veía la televisión junto a su otra hija, Nilvia, vio la noticia del asesinato de 72 migrantes en Tamaulipas. Fue en agosto de 2010. Yo también recuerdo esa noticia. Fue una masacre espeluznante.
“Yo estaba viendo la televisión con Nilvia y lo primero que vino a mi mente fue: ¡Ahí está mi hija!”. “No mamá, no diga eso. Mientras no aparezca el cuerpo de Olga debemos mantener la esperanza”, le respondió Nilvia. De los cuerpos encontrados por las autoridades mexicanas durante esa masacre, la mayoría hondureños, 16 pertenecían a mujeres.
En medio de estas noticias, Pilar estaba determinada a encontrar a su hija viva o muerta. Tenía que saber qué había pasado. En 2013, técnicos del Equipo Argentino de Antropología Forense tomaron muestras de ADN a familiares de migrantes. De tanto en tanto, las madres integrantes de Cofamipro recibían noticias del hallazgo de los restos de sus hijos desaparecidos. Afortunadamente, ninguna fue Olga.
A mediados de 2016, a través de una solicitud de búsqueda interpuesta por Cofamipro al Mecanismo de Apoyo Exterior Mexicano (MAE), instancia creada por el Gobierno de México para apoyar a familiares de migrantes desaparecidos, Dilma Pilar recibió los primeros indicios de que su hija se encontraba con vida.
Varios meses después, llegó un informe con una fotografía. Era ella: Olga Edelmira Romero. Ahora tenía 27 años. Había cambiado un poco con el tiempo, pero aún seguía siendo la misma muchacha de pelo oscuro corto, tez morena y sonrisa tímida. Se encontraba en Tuxtla-Gutiérrez. “Cuando vi el informe dije: Es ella, sí; no ha cambiado nada.”, recuerda Pilar.
El informe precisaba que su hija estaba viva y que en abril de 2016 había obtenido un permiso de residencia en México. En enero de 2017, Olga solicitó la renovación de ese permiso. A través del MAE, se estableció que Olga había pedido dos certificados de nacimiento. De esta manera, Dilma Pilar también supo que su hija tenía dos vástagos más: un niño de cinco años y una niña de tres.
Alentada por esta prueba de que Olga estaba viva, y con la esperanza de reencontrarse con ella, Dilma Pilar decidió formar parte nuevamente de la caravana de madres que salió en diciembre de 2017. Era su tercera. “Me dije a mi misma: la tercera es la vencida.” Me expresa Pilar con alegría.
El último día de la caravana
Faltaba un día para que la caravana de madres del 2017 terminara su recorrido de miles de kilómetros por México. Una semana antes estuvieron en Tuxtla-Gutiérrez, pero Pilar no pudo contactar a su hija. “Comenzamos a colocar carteles en las calles con una fotografía reciente y un número de teléfono provisional mientras estábamos en México por si alguna persona la reconocía o tenía más información”, me relata.
A los cinco días, cuando la caravana de madres ya había partido de la ciudad para continuar su recorrido, una señora llamó al número impreso en los carteles para decirles que habían encontrado a una persona que parecía ser Olga. Para confirmar que era ella le enviaron por la aplicación de WhatsApp un pequeño vídeo. En el vídeo Olga decía que se encontraba bien, que sentía mucho no haber dado noticias durante todo ese tiempo, pero había perdido su celular, y que esperaba ver a su madre muy pronto.
¿Qué sintió cuando vio el vídeo?, le pregunto. “Fue como un pequeño aliento para continuar acompañando al resto de las madres en la caravana”. Durante el viaje, otras dos madres hondureñas se reencontraron con sus hijos desaparecidos durante 15 y 20 años. Pilar presenció ambos reencuentros. ¿Pensaba que era a su hija a quién abrazaba? le pregunto. “Yo solo pensaba, ¡Cómo quiero abrazar a mi hija! Lloraba de alegría y de tristeza pues solo faltaba una noche y luego teníamos que partir”.
A mediados de 2017, Dilma Pilar recibió un informe que precisaba que su hija estaba viva
La última noche de la carava durmieron en un hotel en Tenosique y al día siguiente partirían de vuelta a Honduras. Pilar pasó esa noche un poco apesarada y con una sensación extraña. A la mañana siguiente, Dilma Pilar recuerda que amaneció con la misma sensación con la que fue a dormir. En unas horas, el viaje se iba a terminar. Durante el desayuno, otras madres le mencionaron que habría una conferencia de prensa antes de finalizar.
“Yo pensé que se trataba de una conferencia para compartir las noticias de Clementina y Justina —las madres hondureñas que habían encontrado a sus hijos durante la caravana— pero no pensé lo que iba a encontrar”, me cuenta ansiosa.
Efectivamente, Dilma Pilar lo que no sabía era que la "conferencia" organizada esa mañana era en realidad una reunión sorpresa que terminaría entre lágrimas de alegría y ese abrazo tan ansiado que Pilar me compartió la primera vez que la conocí como su mayor deseo en la vida. Entre llantos y abrazos también Pilar conoció y abrazó a sus dos nuevos nietos, Moisés y Valeria, de siete y cinco años, que, junto al esposo de su hija, le aguardaban sorpresivamente en uno de los salones del hotel, al lado de otras madres y varios periodistas. Con este emotivo momento Pilar puso fin a ocho años de angustia.
“Una segunda familia”
Esta mañana lluviosa de mayo me reencuentro con Pilar y su historia. Siento que sus ocho años de angustia también han sido míos, pero su fortaleza ha provenido también de la compañía de las otras madres de Cofamipro; ellas son su segunda familia y me han honrado a compartir este espacio. Me siento también parte de esa familia este día.
“Quiero que sepan que estoy aquí para ayudarles. Que está bien llorar, pero que no hay que renunciar. Que, así como yo encontré a mi hija, ellas también pueden encontrar algún día a sus seres queridos”, me comparte emocionada.
Este cambio en su vida ha requerido de un acompañamiento y fortalecimiento psicosocial importante donde un equipo de psicólogos del CICR y voluntarios ha sido fundamental para Pilar y el resto de las madres de Cofamipro. “Somos una segunda familia”, Me dice mientras compartimos un abrazo para cerrar la entrevista. “Aquí quien tiene frío, recibe calor”. Sus palabras son muy ciertas. Me he olvidado momentáneamente de la lluvia y el frío.
Hoy Dilma Pilar, gracias a su fuerza y tenacidad es sin duda, así como su nombre, un pilar de fortaleza y esperanza para otras madres que continúan buscando a sus seres queridos desaparecidos.
Francisco Javier Pavón Molina es oficial de comunicación del Comité Internacional de la Cruz Roja.
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