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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El agujero negro de Mariano Rajoy

El expresidente deja el PP en tierra de nadie: el PSOE gobierna y Rivera lidera la oposición

Mariano Rajoy agradece el aplausos de los diputados populares en la sesión del 1 de junio. En vídeo: Rajoy sale del restaurante Arahy.Foto: atlas | Vídeo: JAVIER LIZÓN

Que no viéramos a Rajoy no quiere decir que no estuviera. Hizo de la ausencia la presencia. Y la incorporeidad de la tarde del jueves y de la mañana del viernes le concedió más protagonismo del que le hubiera proporcionado acaso la sobrexposición a su akelarre. Rajoy se hizo evanescente, como el humo de su puro. Como el aroma del Magno. Estaría triturando papel. Se jactaría de haberse convertido en misterio.

Y no se atrevió Soraya Sáenz de Santamaría a reservar con su bolso el trono azul. Haberlo hecho de nuevo hubiera evocado el título de un fabuloso ensayo de Oliver Sacks que diagnostica la enfermedad de la prosopagnosia: El hombre que confundió a su mujer con un sombrero.

Corríamos el riesgo de confundir a Rajoy con un bolso. Y corría el Gobierno saliente de degradar la institución parlamentaria a una reyerta barriobajera. Nadie mejor para desempeñarla que el matonismo de Rafael Hernando, afarolado en la tribuna, faltón con la palabra, vomitivo en la alusión a ETA e inquisitivo con el dedo índice a semejanza de un portero de discoteca. Le faltó decirle a Sánchez que le esperaba en la calle, aunque las bravuconadas del procaz Hernando en el fin de régimen no alcanzó a escucharlas Rajoy porque estaba vacío su asiento.

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No, no aparecía Mariano. Lo hizo a las 10,22 de la mañana entre la pachorra y la psicosis. Convalecía de la sobremesa en el restaurante Arahy. Que significa “cambio” en indio americano y que representa la alegoría de su agonía política. Eludió el presidente concederse una despedida grandilocuente. Subió a la tribuna con unos folios apergaminados, pero la elegía bien podría haberla escrito un funcionario sin empatía ni corazón. Un trámite administrativo.

Se marchaba Rajoy transmitiendo que nos dejaba un país mejor del que había heredado. Los números macroeconómicos le otorgan la razón, pero se la quitan la corrupción, la nefasta gestión de la crisis catalana y la imprudencia con que ha descuidado la obstinación de Pedro Sánchez y la irrupción de Rivera en su propio caladero. El PP suma más escaños que el PSOE y Ciudadanos juntos -134 contra 116-, pero semejante ventaja aritmética no contradice que los socialistas (84 señorías) lideren el Gobierno y que los naranjas lideren la oposición (32 asientos), de tal forma que los populares ocupan un agujero negro político y parlamentario del que debería responsabilizarse el ya extinto presidente del Gobierno, por ejemplo, asumiendo su retirada.

La hipótesis requiere disociar el PP de su líder absoluto y absolutista. Bien podría Rajoy pilotar la transición y abdicar en beneficio de la regeneración, pero sus aduladores todavía le incitan a aprovechar la “oportunidad” de la oposición. Tan grande sería el caos de Pedro Sánchez al frente de la república plurinacional que Mariano podría recuperar el crédito y restaurar la credibilidad de los populares. Un placebo a la gloria que sólo puede concebirse desde la superstición. O desde la enajenación que sugieren los misterios. El PP no está en la oposición. Está en la descomposición.

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