Cuidemos la biodiversidad por el medio ambiente, por la agricultura y también por nuestras dietas
Nuestras elecciones como consumidores son importantes, y estamos sobreexplotando lo que en realidad es solo una pequeña parte de la generosidad de la naturaleza
En las próximas décadas tenemos que erradicar el hambre en una población creciente. Y tendremos que hacerlo entre tendencias climáticas que requerirán que nuestros sistemas alimentarios, empezando por el sector agrícola, sean cada vez más flexibles, resilientes y adaptables.
Proporcionar alimentos nutritivos a una población en aumento plantea numerosos desafíos y, para ser capaces de abordarlos, tenemos que lograr que los sistemas de cultivo, ganadería, bosques, pesca y acuicultura sean más productivos mientras garantizamos la capacidad de los paisajes terrestres y marinos de proporcionar otros servicios ambientales. Por ejemplo, la regulación de la calidad del aire, la fertilidad de los suelos, la polinización de los cultivos e incluso el control de desastres naturales como las inundaciones.
Para lograrlo, tendremos que emplear mucho capital natural y, especialmente, la biodiversidad.
En paralelo a unas tasas alarmantes de pérdida de biodiversidad, los sistemas agrícolas cada vez son más simples, más vastos y más uniformes. Contienen menos diversidad de especies, variedades y razas. Solo entre los años 2000 y 2018 se han extinguido unos 150 tipos de animales de ganado.
Nueve cultivos representan más de dos tercios de nuestra comida, aunque a lo largo de la historia nos hemos alimentado con más de 30.000 plantas
Estos sistemas alimentarios globalizados han creado un panorama en el que unos pocos cultivos proveen la mayor parte de lo que comemos. Solo ocho especies —dominadas por el trigo, el maíz y el arroz— proporcionan más de la mitad de nuestra comida diaria. El uso generalizado de fertilizantes de nitrógeno ha hecho crecer la producción enormemente pero también ha desencadenado la contaminación del agua que, a su vez, provoca costosísimas crisis de agua apta para el consumo humano para las comunidades. Cuando se desplaza por los ríos hacia el mar, crea zonas muertas de gran hostilidad para los ecosistemas marinos.
Tenemos que hacer algo para proteger los ricos recursos naturales de nuestro planeta. Necesitamos un compromiso más fuerte y más centrado en detener la pérdida de la biodiversidad para la alimentación y la agricultura y, a la vez que promovemos la diversificación, debemos usar de forma sostenible y justa lo que queda.
También debemos considerar la biodiversidad como un gran activo en todos los sectores —en la agricultura, la pesca, la silvicultura— y más allá, incluso en lo que consumimos y en cómo lo hacemos. Precisamente para promover un tipo de diálogo intersectorial que pueda derivar en un cambio transformador en el modo en el que hacemos frente a este problema, la FAO ha desarrollado la Plataforma para la integración de la biodiversidad.
Se trata de un reto casi existencial, pero está a nuestro alcance. Durante milenios, los agricultores han cultivado y criado de modo respetuoso con la conservación de los ecosistemas y las especies, y han conservado los recursos genéticos para la alimentación y la agricultura de forma que la adopción y la difusión de buenas prácticas contribuyese al éxito.
Al fin y al cabo, la acción humana no siempre tiene porque ser un desastre. Un reciente estudio brasileño mostró que la densidad de lombrices —uno de los indicadores de la biodiversidad del suelo— es en realidad mayor en las áreas que llevan a cabo técnicas de labranza mínima o sistemas integrados de cultivo y ganadería que en aquellas que no están gestionadas por personas.
El principio rector debe ser la gestión de nuestros recursos naturales de forma más sostenible. Si lo hacemos así, podemos dar respuesta a la demandas de alimentos del mundo a la vez que mitigamos y evitamos los enormes costes diferidos de la Revolución Verde.
La biodiversidad tiene mucho más que ver con las relaciones dinámicas que con las fórmulas milagrosas. Por ejemplo, para las abejas, una exposición reducida a los pesticidas solo conlleva ventajas, pero también necesitan nichos ecológicos que les ofrezcan comida y zonas para anidar.
También se puede fomentar y promover la biodiversidad a través de nuestras dietas, a menudo en nuestro propio beneficio.
Las distintas variedades de arroz pueden prosperar en condiciones climáticas muy variadas y también ofrecen una gama más amplia de cualidades nutricionales (a veces con enormes diferencias en el contenido en hierro), lo que pone de relieve la importancia de los esfuerzos para conservar y apoyar diferentes cultivos. Además, la siembra diversificada de cultivos a menudo conduce a mayores rendimientos, ya que las cosechas se muestran más resistentes a las plagas volátiles, el clima y las condiciones de cultivo.
Solo entre los años 2000 y 2018 se han extinguido unos 150 tipos de animales de ganado
Nuestras elecciones como consumidores también son importantes, especialmente porque estamos sobreexplotando lo que en realidad es solo una pequeña parte de la generosidad de la naturaleza. Solo nueve cultivos representan más de dos tercios de toda la producción mundial, y la totalidad se concentra en alrededor de 200, aunque a lo largo de la historia hemos utilizado más de 30.000 plantas para alimentarnos y hemos cultivado más de 6.000. Esto lleva a resultados no deseados como la deficiencia de micronutrientes en Micronesia, donde las verduras y hortalizas de hoja verde importadas que no gustan a los lugareños han desbancado a los bulbos de pulpa amarilla del taro en los menús locales.
Tenemos que cambiar a sistemas alimentarios más sostenibles que tengan un menor impacto ambiental. Y debemos darnos cuenta de que los distintos sectores agrícolas tienen el potencial de contribuir a la protección de la biodiversidad. No hay duda del consenso que existe hoy en día: se puede lograr una agricultura productiva que proporcione beneficios ambientales y que, a la vez, cree empleo rural y sostenga los medios de vida de las personas.
Con un poco de suerte, enfoques como la agroecología y programas como el de los Sistemas Importantes del Patrimonio Agrícola Mundial de la FAO (Sipam), que ya cuenta con 50 lugares reconocidos en todo el mundo, están ayudando a dar más visibilidad a la cada vez más crucial importancia de la biodiversidad agrícola, y a los ingeniosos sistemas que los humanos hemos desarrollado para crear ecosistemas y medios de vida mutuamente sostenibles.
Reconocer, proteger y capitalizar la biodiversidad supondrá un gran trabajo en equipo. Es hora de actuar juntos para lograr una comprensión, dirección y compromiso común en la protección de la biodiversidad para poder producir suficientes alimentos nutritivos y hacerlo entre desafíos como el cambio climático, las enfermedades emergentes, la presión en los recursos hídricos y de la alimentación, y las demandas de una población humana en crecimiento.
Maria Helena Semedo es directora general adjunta de la FAO, Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura.
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