Puro flato
El desnudo de Albert Rivera, que no era integral, finalmente ha acabado siendo integrista
Un día de septiembre de 2006 Albert Rivera se presentó en la escena política como candidato a la Generalitat de Cataluña con un cartel en el que se exhibía desnudo ante sus nuevos electores. Con esa imagen chocante trataba de transmitir el mensaje de que venía de un pasado sin nada que ocultar y apostaba por un futuro sin ataduras, pero el desnudo, aunque insólito, no era integral, puesto que con las manos se cubría los genitales, lo único esencial en estos casos. En la propaganda inicial de Ciudadanos se decía: “Este es tu partido. Solo buscamos personas. No nos importa la lengua que hablen ni su origen ni su ropa”. Según su proclama, Albert Rivera en ese momento no buscaba españoles, solo españoles, sino personas, solo personas para su causa. Desde Cataluña libró la batalla del Ebro en sentido contrario y alcanzado el objetivo de Madrid su discurso frente al nacionalismo catalán derivó hacia la unidad de España, la renovación de la derecha y la limpieza de la cloaca de la corrupción. Un proyecto político tan ambicioso requiere talento, sagacidad, rigor y un sólido fundamento racional, no ambición desmesurada ni hueca palabrería patriótica. El fanatismo que envuelve a los independentistas catalanes ha alcanzado un nivel emotivo insoportable, pero lo más grave es que ha engendrado en Albert Rivera la deriva hacia un españolismo testicular, que está configurando la política catalana y española en dos bandos enfrentados a cara de perro, ambos sin un solo gramo de racionalidad y pragmatismo. Una misma emoción contraria está cargando de electricidad estática la gran tormenta que se avecina. El desnudo de Albert Rivera, que no era integral, finalmente ha acabado siendo integrista. Consiste en poner con un gesto muy ibérico los genitales sobre la mesa. Pero frente a la corrupción, nada, puro flato, el que contiene una vejiga de pato.
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