Indefinidos en peligro
La gramática nos permite averiguar lo que pasa en el alma de quien habla
El idioma español dispone de muchos términos que sirven para reflejar nuestras dudas. Entre ellos, la mayoría de los indefinidos (“varios”, “algunos”, “alguien”, “algo”, “bastantes”, “escasos”, “ciertos”…), un puñado de verbos (“creo”, “me parece”, “me barrunto”, “sospecho”, “puede que”…), distintos adverbios (“quizás”, “acaso”…) y muchas locuciones (“algo así como”, “más o menos”, “en torno a”, “a veces”, “a lo mejor”…).
Las informaciones periodísticas deben huir de esos vocablos porque transmiten cierta vaguedad. Pero cuando alguien opina sobre algo de lo que no tiene constancia directa parece más conveniente que las vacilaciones se reflejen mediante estas palabras indefinidas. Con ellas, las personas prudentes comunican su cautela intelectual y advierten de que sus percepciones no son inamovibles, sino más bien provisionales. Por el contrario, olvidan esos términos quienes usan un lenguaje muy asertivo que transmite con gran seguridad su idea del mundo.
Cada cual está en su derecho de expresarse de aquella manera o de ésta, pero en uno y otro caso, como escribió el filólogo venezolano Andrés Bello (1781-1865), la gramática nos permitirá averiguar lo que pasa en el alma de quien habla.
Abundan en las redes sociales las frases firmes, sin fisuras; recias aserciones llenas de certeza, en las cuales la gramática da pistas sobre lo que sucede en los adentros de quien se expresa. Así, a veces vemos cómo personas flexibles, tolerantes y moderadas se transforman de repente en contundentes y tajantes. Sucede mucho cuando alguien va al volante, y tal vez también cuando tuitea. En esos instantes, la duda desaparece. Ay, la duda.
La articulista colombiana Adriana Villegas ha escrito en el diario La Patria: “La duda. Justo eso es lo que hace falta antes de compartir, replicar o dar clic a cuanta bobada circula por WhatsApp, Facebook y otras redes”. Ella propone además una campaña lingüística que fomente la recuperación de expresiones como “algunos”, “pocos”, “frecuentemente”…, en sustitución de “todos”, “siempre”, “ninguno” o “nunca”.
El problema no sólo reside en que se omiten las cautelas a la hora de opinar en las redes y en los medios sobre asuntos controvertidos o indemostrados; sino en que las palabras indefinidas se vuelven invisibles cuando se comentan los mensajes que sí las incluían. Las consideraciones matizadas pierden de ese modo sus gradaciones relativas, sus semitonos, y se vuelcan en la corriente del asertismo.
Si alguien hace una enumeración en la que especifica “entre otros”, un tercero vendrá a señalar que a la relación expresada le faltaban tal o cual elemento, sin reparar en la salvedad que había planteado el autor. Y también llegará luego quien reescriba la frase original silenciando la locución que daba idea de que la lista estaba incompleta.
Si alguien dice “calculo que eso pasó algo así como 15 veces”, aparecerá quien, incapaz de procesar la aproximación precavida, le reprochará al autor haber asegurado eso y matizará además que en realidad fueron 16. Y también habrá quien reproduzca la frase con una literalidad bien distinta: “Fulano afirmó que eso pasó 15 veces”.
Frente a esta tendencia reductora, convendría no olvidar que las indefiniciones son a veces de lo más preciso, paradójicamente; porque reflejan fielmente nuestras dudas: el alma insegura del ser humano, que tantas veces queremos disimular.
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