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“Lo peor aún está por llegar”

El daño causado por las primeras lluvias de la temporada del monzón en los campos de refugiados de Bangladés es una advertencia de lo que se avecina. Una trabajadora de Oxfam relata cómo se vive

Refugiados rohingya en el campo de Cox's Bazar.
Refugiados rohingya en el campo de Cox's Bazar.REUTERS/Cathal McNaughton
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Las lluvias comenzaron la semana pasada, cuando estaba viajando al campo de Kutupalong, uno de los más grandes de Cox’s Bazar, en Bangladés, donde se encuentran miles de refugiados y refugiadas de la minoría musulmana rohingya, que ha escapado de Myanmar por el terror causado por las fuerzas gubernamentales. Duró solo una hora. Incluso con esta cantidad relativamente pequeña de lluvia, nuestro vehículo se empantanó en el barro, junto con muchos otros coches llenos de trabajadores humanitarios que iban de camino hacia el campo.

La gente comenzó a poner ladrillos para ayudar a que los coches se movieran. Un árbol cayó al otro lado de la carretera y se produjeron las primeras inundaciones y daños en las viviendas.

Esto ocurrió después de tan solo una hora de lluvia. De junio a septiembre nos espera lluvia continua, todos los días y en grandes cantidades.

Hay una necesidad urgente de que los campos se agranden para ofrecer opciones seguras y viables para la reubicación de los refugiados que ahora están en áreas de riesgo. Nos preocupa que las inundaciones o deslizamientos de tierra impidan que las personas vulnerables accedan a fuentes de agua potable y a distribuciones de ayuda, lo que podría ser fatal para las mujeres embarazadas, las personas mayores o discapacitadas y los niños y niñas.

Que la población refugiada sea plenamente consciente de los peligros del monzón y que esté adecuadamente preparada, es algo que aún está por verse

Las fuertes lluvias también transformarán rápidamente algunas de las áreas bajas de los campos en áreas pantanosas inundadas e insalubres que probablemente llevarán a brotes de enfermedades transmitidas por el agua, que en estas condiciones pueden ser mortales.

Ahora nos centramos en la prevención de los brotes de enfermedades. Estamos trabajando con nuestros socios locales y las mismas personas refugiadas. Hay que prevenir porque desgraciadamente, cuando las personas ya tienen síntomas de diarrea severa, suele ser demasiado tarde, sobre todo en estas circunstancias.

Lo estamos haciendo a través de la promoción de la salud pública – talleres para un correcto lavado de manos y limpieza de letrinas, e información de salud - el vaciado de letrinas con riesgo de inundación y el suministro de agua potable a gran escala. Les estamos ayudando a aprender cómo protegerse a sí mismos y a sus familias.

Las mujeres que encontré la semana pasada estaban muy preocupadas por cómo sus casas aguantarían la lluvia monzónica y el viento. Me contaron que algunas personas ya habían comenzado a mudarse para quedarse con familias amigas en áreas del campo de refugiados que consideraban más seguras.

Que la población refugiada sea plenamente consciente de los peligros que conlleva la próxima temporada del monzón y que esté adecuadamente preparada para enfrentarlos, es algo que aún está por verse. La magnitud de la crisis es enorme y la respuesta humanitaria tiene que acelerarse.

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