El perpetuo éxodo de los apátridas
La comunidad rohingya de Myanmar lleva más de cinco décadas de huida. La última ola de refugiados acogidos en campamentos del vecino Bangladés, de hasta 622.000 personas, ha provocado una situación de riesgo alimentario y sanitario
Las tiendas de campaña del campo de refugiados de Kutupalong, al este de Bangladés, se han convertido en el paisaje habitual de la zona. Lo habitan personas, mayoritariamente de etnia rohingya, que huyen de Myanmar, su país de origen. El éxodo comenzó hace más de cinco décadas. Una persecución religiosa —iniciada por la Junta Militar, que gobierna la antigua Birmania desde 1962— provocó la estampida. Y nada la ha parado. Ni siquiera la apertura política de los últimos tiempos. Este año, el flujo se ha multiplicado de forma dramática. Según Médicos sin Fronteras (MSF), hasta 622.000 personas han cruzado la frontera en los últimos cuatro meses y al menos 6.700 rohingya murieron a causa de la violencia entre agosto y septiembre de este año. Estas cifras alarmantes responden a una crisis social y alimentaria como la que ya había hace un lustro, cuando fueron tomadas las imágenes que acompañan el artículo.
Ni cambia el paisaje ni mejoran las condiciones. La migración de los rohingya nunca se detiene. Esta comunidad musulmana es apátrida. Sin tierra ni derechos. Myanmar no los reconoce como ciudadanos y sufren amenazas, violaciones o desalojos. La oleada más reciente presenta heridas de bala, desnutrición y quemaduras. "Las condiciones de vida en los asentamientos improvisados siguen siendo extremadamente precarias y peligrosas, lo que pone aún más en riesgo a las personas. Si la situación no mejora, existe la posibilidad de que se produzca una emergencia de salud pública", advierten desde MSF.
MSF ha tratado ya más de 62.000 casos en los 15 puestos sanitarios levantados desde el pasado 25 de agosto. Todos están repartidos por el área de Cox’s Bazar, corazón del turismo local. A sus 126.000 residentes (según un censo de 2007) se suman más de dos millones de la región, linde natural con Myanmar y zona principal de paso para migrantes rohingya. Un mapa proporcionado por las entidades humanitarias que trabajan en Bangladés señala siete campamentos: seis en esta provincia (cuyo núcleo urbano es Chittagong, de 2,6 millones de habitantes) y uno de la zona de Daca, la capital. Kutupalong entra en el primer grupo. Se prevé que la población total de estos establecimientos superará pronto el millón. En el momento de tomarse las fotografías de esta galería, 2009, era de 50.000 personas. Un tercio de ellos, niños, tal y como recuerda Javier Arcenillas, su autor.
"Había mucha más gente repartida por el país", apunta el fotógrafo. "En Daca se hablaba del tráfico infantil para trabajos sexuales y otros se dedicaban a conducir rickshaws (motos para pasajeros) o labores más duras y peor remuneradas. Había como un sistema de castas". Este año tuvo la misma impresión Olmo Calvo Rodríguez. El fotógrafo freelance fue a documentar la explosión migratoria. Sus instantáneas dan escalofríos: una mujer yace desmayada en medio de un campo yermo; una familia carga con un cadáver entre arrozales; centenares de manos se alzan bajo la lluvia para conseguir agua o comida. En las dos semanas de viaje se conmovió con la enorme cantidad de gente que había en todos los lados. "Había colas para todo y se habían construido chozas con cañas, plástico o chapa —lo que encontraban— que estaban entre vertidos fecales. Era un caos estremecedor y completamente incontrolable", rememora.
Se calcula que aún quedan 150.000 rohingya en Myanmar
Calvo menciona también el cauce del río Naf, frontera natural con Myanmar. Miles de rohingyas se agolpan cada día en sus orillas, esperando para cruzarlo o para acudir a alguno de los campos. Sus 62 kilómetros ejercen de bisagra entre estas dos naciones en pleno golfo de Bengala. La Junta Militar birmana y los líderes budistas del país acusan a esta etnia, precisamente, de proceder de esta zona y de ser "inmigrantes ilegales traídos por el Imperio británico" que promueven "una invasión musulmana", como reseñaba en un artículo de 2013 Ashin Wirathu, principal monje de un templo de Mandalay, capital religiosa. Tampoco ha denunciado lo que ya se califica como 'limpieza étnica' la presidenta de facto y premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi. Y todos los ojos estaban puestos en las palabras del Papa Francisco, que visitó recientemente el país asiático: al final, el pontífice habló de respeto a las minorías, pero solo mencionó la palabra rohingya en una reunión privada, no en el discurso oficial.
"Se calcula que aún quedan 150.000 en Myanmar", afirma María Simón, coordinadora de emergencias de MSF. La comunidad rohingya, en cualquier caso, no se concentra solo en esta nación, donde representan el 6% de 52 millones de habitantes: 200.000 residen en Pakistán, otros 200.000 en Arabia Saudí y hay unos 100.000 refugiados entre Malasia, Indonesia o Tailandia.
Desde el terreno, donde llegó en septiembre, Simón narra los problemas de recepción y la falta de información que existe. "Cada semana pasan unos 7.000 y no se sabe qué va a ocurrir", continúa. "Los viejos refugiados y los nuevos están mezclados. Se intenta que las familias estén juntas porque está claro que van a permanecer en este país meses", lamenta en conversación telefónica. Las necesidades, arguye, son de todo tipo: abrigo, comida, agua, saneamiento, medicinas. Por suerte, Bangladés mantiene una política "de brazos abiertos" frente a la opacidad birmana. "Cuentan historias de pueblos quemados, de masacres. Los testimonios son muy fuertes. Huyen desesperados de la violencia, pero con las condiciones de aquí se puede dar algún estallido de cólera u otra enfermedad epidémica".
Hasta ahora no se han dado. Nadie lo descarta. Pero lo que más han tratado son casos de violencia sexual y atención infantil. Una de las preocupaciones se sitúa al otro lado, en el estado de Rakhine, al suroeste de Myanmar. No se sabe qué les puede pasar a los que permanecen allí. Marina Güemes Rico, estudiante de derecho y ciencias políticas, ha estado en el país como parte de su trabajo de fin de grado. "La población de la zona en general no habla de eso. Cuando les preguntas, te dicen es que 'esa gente' no pertenece a su país. Tienen totalmente interiorizado el discurso político. Y tienen miedo de hablar, de las represalias si dicen algo a favor de los rohingya, en contra del Gobierno", explica. "Rakhine está muy militarizado. Apenas puedes hacer fotos o preguntas", concluye, matizando que una de las confusiones es creer que todos los rohingya son musulmanes (hay hindúes) y que también se está oprimiendo a otras minorías.
¿Cómo llegan? ¿Qué se puede hacer? ¿Cuándo acabará? Shelley Thakral, portavoz en la región del Programa Mundial de Alimentos de la ONU (PMA), contesta por correo electrónico. "Algunos caminan hasta seis días sin parar. Padecen grandes traumas físicos y emocionales. Muchos ya venían con desnutrición y aquí abordamos el problema de la inseguridad alimentaria", concede. "Uno de cada cuatro niños sufre desnutrición y estamos dando paquetes de productos frescos, locales, con papillas energéticas, pero no es suficiente. Además, las enfermedades (dos tercios reportaron diarreas) socavan la capacidad de absorber nutrientes".
"Cuentan historias de pueblos quemados, de masacres. Los testimonios son muy fuertes. Huyen desesperados de la violencia, pero con las condiciones de aquí se puede dar algún estallido de cólera u otra enfermedad epidémica María Simón (MSF)
"En la actualidad, el PMA ofrece tres tipos de asistencia alimentaria a los recién llegados. Proporcionamos una ración de dos días de galletas de alta energía enriquecidas con micronutrientes por persona. Todos los hogares que han llegado desde el 25 de agosto reciben raciones quincenales con 25 kilogramos de arroz, 4,5 de lentejas y dos litros de aceite de cocina. Y para los niños menores de cinco años y las mujeres embarazadas y lactantes, el PMA ofrece una mezcla fortificada que se utiliza para hacer una papilla nutritiva", enumera Thakral, que alude a donaciones y ayuda de asociaciones como respuesta internacional. La experta cifra en unos 47 millones de euros el dinero necesario para la asistencia hasta febrero de 2018.
El pronóstico para los próximos meses no consistirá en la desmantelación de los campos, aunque se haya firmado un acuerdo de repatriación entre los Gobiernos de ambos países. "Se está trabajando para garantizar la entrega de la asistencia alimentaria necesaria y, a medida que pase el tiempo, planeamos hacer la transición de los refugiados rohingya a comprobantes electrónicos. Así se les permitirá comprar alimentos en tiendas especiales", zanja. Esa será la mejora para un pueblo en constante huida. Un pueblo en perpetuo éxodo que, parece, forma ya parte del paisaje. Igual que hace años.
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