Indígenas en defensa de su páramo
La comuna La Libertad, en la frontera entre Ecuador y Colombia, cuenta con su propia guardia ambiental para vigilar la principal fuente de agua para toda la región
Viven encaramados al páramo, pero su territorio está lejos de ser un árido desierto. Sobreviviendo a casi 4.000 metros de altura, estos guardias ambientales se dejan la piel para conservar intacto su entorno andino. La Comuna Ancestral de Indígenas Pasto La Libertad se sitúa en las estribaciones de la Reserva Ecológica El Ángel, en el extremo norte de Ecuador, un área de gran importancia natural debido a la abundancia de agua y biodiversidad, pero que no está exenta de amenazas.
El equipo de guardias ambientales, formado por once hombres y tres mujeres indígenas pasto, trabaja día a día para proteger el ecosistema del páramo. Salpicada por decenas de lagunas y miles de frailejones —la singular planta que reina en la región— la reserva actúa como una esponja que almacena la humedad de las alturas andinas, filtrando el agua a través de vertientes que más abajo se convierten en caudalosos ríos. De esta forma, El Ángel sirve como fuente de abastecimiento para gran parte de la provincia de Carchi, donde está situada.
Uno de estos vigilantes es Carlos Mainagüez, un corpulento hombre de 43 años que lleva dos ejerciendo su labor de conservación. Después de trabajar durante un lustro para una compañía petrolera en la Amazonia ecuatoriana, Mainagüez decidió volver a su tierra natal, renunciando a un trabajo mejor pagado. “Fui conductor de patrulla en el equipo de seguridad de un bloque petrolero. Vi tantas cosas que al final me cansé: derrames de crudo, animales que se mueren cubiertos de petróleo, ríos contaminados, tala de la selva, pérdida de especies...”, cuenta con preocupación. “Nuestro páramo es vida, es muy fértil. El compromiso que tenemos con su protección es del 100%”, asevera.
El trabajo de los guardianes de La Libertad es posible gracias al apoyo del programa estatal Sociobosque, que desde 2012 recompensa a la comunidad con 40.000 dólares anuales a cambio del cuidado de la reserva. “En el convenio con el Ministerio se dice que si hay un atentado en el área protegida, a nosotros también nos sancionan. Por eso nació la idea de formar el equipo de guardias ambientales”, revela Irene Enríquez, secretaria de la comuna. Tienen que evitar incendios, caza irregular...
Hay siete parejas, con edades entre los 34 y los 72 años. Cada dúo sale a patrullar un día de la semana y obtiene una remuneración simbólica mensual de 80 dólares para ayudar a sus familias. Pero todos tienen otra ocupación. Mainagüez, por ejemplo, un taller de carpintería metálica y cerrajería. No obstante, la mayoría trabaja en la agricultura, principalmente en el cultivo de productos andinos como la papa o la quinua.
“Las comunidades aledañas a la reserva reciben un incentivo del Estado para la conservación y así ellos pueden mantenerse sin afectar el páramo”
Armados solo con unos prismáticos y una cámara fotográfica, los defensores del páramo recorren las 3.300 hectáreas del área protegida que pertenecen al territorio comunal en busca de posibles infractores. “Monitoreamos el territorio para que se encuentre bien su fauna, el agua, su atmósfera. La finalidad es dar ejemplo a nuestra comunidad y permitir que las futuras generaciones se lo encuentren cuidado”, afirma Martha Caicedo, presidenta de la comuna La Libertad, una entidad creada en 1721 gracias a una Cédula Real otorgada por el rey Felipe V de España y que en la actualidad cuenta con 350 socios.
Uno de los principales trabajos de los guardias ambientales es la custodia de las fuentes, abundantes en la reserva. Integrada desde 2012 en la lista de Humedales de Importancia Internacional de la Convención de Ramsar, el área abastece de agua para consumo humano y riego a una población de más de 100.000 personas. Según Damián Ponce, administrador de la Reserva Ecológica El Ángel, “ciudades como Tulcán tienen sus fuentes dentro de la reserva. Sin este recurso vital mucha gente tendría que migrar a otros lados, ya que los suelos quedarían improductivos. Ecológicamente tendríamos una gran pérdida de biodiversidad”. En la reserva habitan venados, cóndores y osos, entre otros animales andinos.
Uno de los elementos clave en la importancia hídrica de El Ángel es la presencia de los frailejones. Esta planta de aspecto jurásico, compuesta por un grueso tronco marrón y una corona de largas y aterciopeladas hojas similares a orejas de conejo, capta la humedad del páramo y retiene el agua en su seno. Solo presente en territorios montañosos de Colombia, Venezuela y Ecuador, el frailejón es el principal poblador e icono de una reserva que también cuenta con un bosque milenario de árboles polylepis.
La incansable lucha contra el fuego
Bajo la eterna mirada del volcán Chiles, que marca la frontera entre Ecuador y Colombia con sus 4.218 metros de altura, la guardia de La Libertad desafía cada mañana al viento helado y al sol inclemente del páramo para defender su territorio. Cazadores furtivos y turistas irresponsables aparte, una de sus principales preocupaciones son los incendios, casi siempre provocados por vecinos de la zona insatisfechos con la política ambiental.
Algunos campesinos, acuciados por el hambre y la necesidad, queman la endémica vegetación para después cultivar la papa, el principal producto de esta región agrícola. Otros lo hacen para contar con más terreno para el pasto de su ganado. Sea como fuere, contribuyen al avance de la frontera agrícola, acechando cada vez más el territorio protegido de la reserva.
Uno de los taitas o sabios de la comuna, el septuagenario Jorge Quelal, explica que hace varias décadas los comuneros recibieron tierras situadas en lo que hoy se considera zona de amortiguación del área protegida. Años más tarde, el Estado ecuatoriano creó la Reserva Ecológica El Ángel, implantando una legislación ambiental que prohibía las actividades productivas en dicha zona.
“Ellos no van a hacer daño, lo que van es a trabajar el terreno que antes les dieron. Pero ahora el Ministerio del Ambiente dice que no se puede trabajar ese terreno porque ya está en zona protegida. Y los campesinos dicen ‘es mío el terreno, pero no puedo hacer nada. ¿Y ahora qué hago? ¿Cómo vivo?”, expone Quelal, que también forma parte de la guardia ambiental.
Precisamente, para facilitar alternativas sostenibles que no impliquen la destrucción del entorno, el Gobierno ecuatoriano creó el programa Sociobosque. “Las comunidades aledañas a la reserva reciben un incentivo del Estado para la conservación y así ellos pueden generar proyectos y alternativas económicas que les permitan mantenerse sin afectar el páramo”, comenta Ponce, el administrador de la reserva. “En el Ministerio del Ambiente no somos dueños de ningún metro cuadrado, todo pertenece a propietarios individuales y colectivos. Ahí es donde surge el conflicto: ellos son dueños de la tierra, pero nosotros ponemos las leyes de lo que ellos tienen como ecosistema”, agrega.
Para aplacar la dañina costumbre de quemar el páramo, los guardias ambientales patrullan la reserva buscando disuadir a sus incendiarios vecinos. Además, las penas previstas por el código penal contra los pirómanos obligan a pensárselo dos veces. “Las leyes ambientales son bien drásticas. Una denuncia de incendio comprobada tiene una pena de seis meses hasta tres años de cárcel. La multa es de más o menos 2.000 dólares por hectárea quemada. Por eso tienen miedo a que les fotografiemos y denunciemos”, advierte Mainagüez, que junto a sus compañeros arriesga su vida para apagar los incendios que habitualmente se declaran en la zona protegida, principalmente en la estación seca.
La experiencia de la guardia ambiental de la Comuna Ancestral de Indígenas Pasto La Libertad es un ejemplo más de cómo los pueblos originarios se organizan para defender su territorio con alto valor ecológico. Tal y como manifiesta Mainagüez con voz firme y decidida, “no es una cuestión de dinero, sino el compromiso que tenemos nosotros por cuidar y dejar algo vivo para que nuestros hijos no se encuentren con terrenos áridos en el futuro”.
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