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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La deriva de Assange

Wikileaks necesita prescindir de su fundador para recuperar su prestigio

Julian Assange, en la embajada de Ecuador en Londres el pasado año.
Julian Assange, en la embajada de Ecuador en Londres el pasado año. Peter Nicholls (REUTERS)

Los nobles y necesarios motivos por los que Wikileaks fue creada como organización en 2006 han quedado arruinados por su propio creador, Julian Assange, quien ha devorado a su criatura para convertirla en un arma de guerra híbrida al servicio de los enemigos de las democracias occidentales, especialmente la Rusia de Vladímir Putin. No se explican de otro modo las acciones de Assange en las elecciones de Estados Unidos de 2016, en las que la campaña de Donald Trump se vio oportunamente asistida por la filtración de correos electrónicos de Hillary Clinton.

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Assange acusa a casi todos los que le critican de participar en conspiraciones, en un delirio en el que le acompañan ya solo un puñado de activistas a favor de causas cada vez más ajenas al sentido común, como el separatismo catalán y escocés, la eurofobia y la antiglobalización. Lo que este activista no parece percibir es el mal lugar en que le deja el relato de los hechos en las elecciones norteamericanas: en septiembre de 2015, el FBI avisó al Partido Demócrata de que unos hackers rusos habían robado información de sus servidores; en los meses posteriores, la campaña de Clinton fue atacada en Internet por varias vías; en julio de 2016, Wikileaks comenzó a publicar información comprometedora para la candidata demócrata, propiciando a su vez una investigación del FBI.

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El FBI identificó el origen de las filtraciones en hackers localizados en Rusia. Llama la atención el trato diferente de Wikileaks a Putin y su Gobierno. Cuando las filtraciones han afectado directamente al líder ruso, se han efectuado siempre a través de otras vías, como los llamados papeles de Panamá.

EL PAÍS participó en 2010 en la publicación de los documentos secretos de la diplomacia norteamericana, sustraídos por Chelsea Manning y recibidos por Wikileaks. Entonces, Assange lideró una campaña a favor de la transparencia y los valores democráticos. Hoy, todos los diarios que participaron en esa investigación se han distanciado de Assange, alarmados por sus provocaciones y la creciente irresponsabilidad de sus acciones. De ellas debería rendir cuentas.

Desde que en 2012 huyó de la justicia sueca en un caso de agresión sexual, se ha negado a hacerlo. Que Suecia haya cerrado ya el caso no le ha llevado a abandonar la Embajada en Londres de Ecuador, que le ha asilado; él desafía e irrita a sus anfitriones con todo tipo de injerencias que, lógicamente, han creado tensión entre Quito y sus aliados internacionales.

Todos los problemas de Assange podrían quedar en el plano de la libertad de expresión si no fuera porque ahora hay claros indicios de que su relación con Rusia ha llevado a Wikileaks a ser un instrumento de campañas sobre las que la justicia deberá pronunciarse. Expertos en tecnología y libertad de expresión en Parlamentos como el español, el británico, el europeo y el estadounidense han hecho sonar la alarma sobre sus sospechosas actividades. Son motivos más que suficientes para que Wikileaks salve su buen nombre deshaciéndose de Assange y exigiéndole que se explique ante la ley, como cualquier otro ciudadano.

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