Enseñar los colores
Marie Chantal le ha marcado un gol a la reina Letizia como el de Cristiano Ronaldo contra el Juventus
Mientras Cristiano Ronaldo marcaba el gol que ponía al Real Madrid en la semifinal de la Champions, pensé en el gol que doña Marie Chantal Miller le marcó a doña Letizia Ortiz, la semana pasada.
Doña Marie Chantal Miller también juega en la Champions, es la esposa de Pablo de Grecia y mucho más conocida estos días por su tuit sobre la reina Letizia en pleno fragor del rifirrafe en Palma. Chantal escribió: “Ella (la reina Letizia) ha mostrado sus verdaderos colores” (al impedir la foto en la catedral de Mallorca) y encendió con ese comentario la hoguera de críticas hacia la reina Letizia.
Muchos pensamos que Marie Chantal también estaba enseñado sus verdaderos colores, como cuando invitó a Iñaki Urdangarin y a su esposa Cristina, y al rey Felipe VI a los 50 años de su marido. Letizia prefirió no acudir a esa fiesta, que la prensa del corazón califico de “extravagante”. Marie Chantal es millonaria de nacimiento porque su papá fundó y explotó las tiendas duty free de los aeropuertos de medio mundo. Al casarse con Pablo de Grecia, maridó dinero con aristocracia, que es algo a lo que aspiran las princesas sin título nobiliario. Delgada, con mansión en las afueras de Londres, portadas, negocios de ropa infantil, fiestas deslumbrantes, Marie Chantal genera admiración en su entorno y sed aspiracional entre sus fans. Entre ellos, los Urdangarin-Borbón que pensaron que merecían una realidad similar. Quizás esa aspiración, ese querer mariechantalizarse, llevó a los exduques de Palma a incurrir en errores que terminaron con la infanta Cristina en el banquillo repitiendo más de 70 veces “no sé”. Marie Chantal, además de portavoz de Cristina, es una infuencer de tomo y lomo que suele escamotear que es hija de un millonario hecho a sí mismo. Y las hijas de reyes que tratan de imitarla también suelen olvidar que no son hijas del rey del duty free. Es una diferencia importante, los verdaderos colores de Marie Chantal.
En la otra cara de la moneda está la Meritocracia. Pedro Almodóvar y Raphael han recibido la medalla de Hijo Predilecto de Madrid. Almodóvar recibió la distinción acompañado de Penélope Cruz, Leonor Wattling y miembros de su familia elegida, que también han escogido a Madrid como hogar. Ambos han enseñado mucho de España al mundo y han hecho de Madrid una ciudad en la que muchos aspirábamos a vivir. Me parece genial que la distinción reúna a ambos emblemas del pop español.
Creadores de un universo que, personalmente, me resulta más aspiracional que el reino del duty free.
“Qué bien se está en casa”, dijo Esperanza Aguirre sin ponerse colorada frente a la comisión parlamentaria. Una frase tan aspiracional como campechana. Aunque ella lo negara, se asumió que era un mensaje velado a la precaria situación de la presidenta Cristina Cifuentes por sus sonrojantes líos con el máster y la universidad. La socarronería de Aguirre aportó guasa y el conocimiento atesorado por décadas de servicio público y privado. Ni Gürtel, ni Nóos, ni Púnica, ni siquiera la abdicación del rey Juan Carlos, habrían sucedido si sus protagonistas se hubieran “quedado en casa”. La Reina emérita no tendría que sisar una foto con sus nietas porque Letizia todavía sería princesa y tendría que aguantarse y callar antes que impedir la instantánea. Qué pena que Esperanza no haya asumido su frase un poco antes.
Afortunadamente, Agatha Ruiz de la Prada no se ha quedado en casa después de su divorcio y cada día nos ofrece una actitud que también resulta aristocrática y aspiracional. El último gesto ha sido prestar su imagen para promocionar la campaña de otro diseñador, Adolfo Domínguez. Una idea formidable: el ego y la industria. Aunque el efecto solidario, innovador, creativo quizás no sería igual si Adolfo posara para Agatha, yo me arriesgaría. Otro gol más de la diseñadora, que no solo ha rejuvenecido tras su divorcio sino que ha incrementado su presencia en la vida nacional rediseñándose. Ahora inicia con esta propaganda, un sentimiento de unión en la madurez empresarial con Domínguez. Yo propondría un intercambio de pantones: que los colores de ella pasen a los diseños de Adolfo y los de Domínguez a los de Agatha. Una mezcla de ADN que pondría simultáneamente a ambas firmas como ejemplo rotundo de empresariado gender-fluid. Como Zara no puede hacerlo, al ser demasiado grande para correr riesgos, lo hacen ellos. Manteniendo independencia y mérito. Y sin perder ninguno de sus colores.
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