Los investigadores españoles que abren camino en China
El país asiático es el segundo inversor mundial en investigación, por detrás de Estados Unidos, y aspira a ser líder en ciencia para 2050
Olvídese del todo a cien. China ya se está convirtiendo en uno de los grandes motores de la innovación global. Solo el año pasado, su ambicioso plan de inversiones en investigación y desarrollo rondó los 279.000 millones de dólares, según cifras oficiales. El presidente chino, Xi Jinping, aspira a que este país se haya transformado en el referente mundial en ciencia y tecnología para 2050. Y decenas de científicos e investigadores españoles se encuentran en la punta de lanza de estos proyectos. Desde la nanotecnología a la investigación genética, desde el diseño de presas a la transmisión de la literatura oral.
José Pastor, alicantino de 40 años y experto en genética, es uno de los más veteranos y con más galones. Con más de cinco años en la Universidad de Tsinghua en Pekín, una de las más prestigiosas de China y entre las 50 mejores del mundo, previamente estuvo investigando en Yale. El contrato allí acabó, en España se le abrían pocas posibilidades y su jefe en la Universidad estadounidense, de origen chino, le sugirió plantearse Pekín. Ahora, en Tsinghua, dirige su propio laboratorio y un equipo de una docena de personas, centradas en descubrir más acerca del colágeno, el principal componente de la matriz extracelular, en moscas.
China es el lugar del mundo mejor para empezar un laboratorio y potenciar la carrera en todos los niveles de la investigación
“Ahora mismo, y va a seguirlo siendo aún mucho tiempo, China es el lugar del mundo mejor para empezar un laboratorio y potenciar la carrera en todos los niveles de la investigación", explica Pastor. "Están invirtiendo muchísimo en la investigación de la ciencia, de la tecnología, universidades, es una prioridad absoluta del Gobierno chino”. Como el resto de los expertos entrevistados para este reportaje, Pastor destaca la abundancia de fondos para acometer proyectos de investigación.
Hace apenas unos años, el número de investigadores españoles en universidades y centros de estudio en China era muy limitado. Ahora, la Red de Investigadores China-España (RIC-E), creada en 2016 para divulgar el trabajo de estos expertos y promover las relaciones científicas bilaterales, cuenta con cerca de 50 asociados por todo el país, en las especialidades más diversas, y se espera que la cifra siga creciendo en el futuro próximo.
Mientras en otros países, como en España, la inversión en investigación se estanca o está plagada de complicaciones burocráticas, para China es una prioridad estratégica. La inversión en I+D, especialmente en áreas como la inteligencia artificial, el big data o la robótica, se han identificado a lo largo de sucesivos mandatos de líderes como claves para mantener el crecimiento económico del país y apuntalar su papel de potencia global.
Se va a construir mucho en los próximos cinco años. Eso quiere decir más proyectos, poder intervenir en cosas nuevas
Una estrategia a la que se ha dado aún más prioridad desde la llegada al poder de Xi hace cinco años: desde 2012, el gasto chino en investigación ha crecido un 70,9%. Supera ya al de toda la Unión Europea y solo se encuentra por detrás de EE. UU. El año pasado aumentó un 14% con respecto a 2016. Representa ya, según los cálculos de la agencia Reuters, un 2,1% del PIB, mientras que el objetivo oficial es llegar al menos al 2,5%.
Sus universidades aportan ya el mayor número de graduados en carreras científicas e ingenierías del mundo; su publicación de artículos en revistas científicas especializadas está solo por detrás de la de EE. UU.
Ello ha abierto oportunidades para investigadores de otros lugares. Como puntualiza el barcelonés Álex Presas, ingeniero hidráulico de 32 años, mientras en el resto del mundo desarrollado ya hay cierta saturación de infraestructuras, en áreas como la suya en China “se va a construir mucho en los próximos cinco años. Eso quiere decir más proyectos, poder intervenir en cosas nuevas”. Según recuerda, este país está construyendo la mayor turbina del mundo, de un gigavatio de potencia: con 22 de ellas se cubriría la necesidad energética de España en hora punta. “El prestigio llegará. El público aún no lo ve, pero para los que estamos en esto es fácil comprobar quién es bueno, quién publica cosas interesantes, y China está a un nivel muy alto”, agrega.
Los españoles se han generado aquí buena fama. Profesores como el catedrático de Energía Hidráulica de Tsinghua Wang Zhengwei, doctorado en la Universidad Politécnica de Cataluña en los noventa, destaca el gran nivel de los españoles en áreas como la simulación numérica, hasta el punto de que aspira a incorporar a “cinco o seis investigadores españoles” para proyectos de su especialidad.
La tendencia no se limita a la investigación científica. Óscar Abenojar, de 38 años y filólogo de Alcalá de Henares, estudia desde el Instituto de Tecnología de Pekín (BIT) la transmisión del folclore oral en China, un área donde “aún hay mucho por hacer”,. Y con sus propias complicaciones: en según qué áreas, las humanidades pueden entrar en el terreno de lo políticamente sensible.
No todo es de color rosa. La preferencia del Gobierno es fichar a los profesionales chinos formados en el exterior o los descendientes de la diáspora que emigró a buscar fortuna en tiempos menos prósperos. Uno de los propósitos del Plan a Medio y Largo Plazo para el desarrollo de la Ciencia y la Tecnología (MLP) lanzado en 2006 es desarrollar ciencia autóctona, “con la meta de reducir la dependencia del país de la tecnología extranjera” recuerda un informe del think tank Bruegel en Bruselas. En áreas como la inteligencia artificial o el big data, los usos que se den a esa innovación, como los sistemas de reconocimiento facial o de voz, pueden resultar inquietantes.
Durante el mandato de Xi, se ha incrementado la vigilancia sobre la enseñanza universitaria. “Desde el Gobierno se ha vuelto un poco a un control mayor del mundo académico, para evitar un contacto que pueda resultar ‘contagioso’” con las ideas extranjeras, opina Rafael Martín Rodríguez, profesor en la Universidad Fudan de Shanghái y que investiga las relaciones entre China y España durante la Transición. “Aunque (ese control) ha existido siempre, ahora se pone más énfasis”
El nivel, muy alto en las universidades más punteras, no lo es tanto a medida que se desciende en la jerarquía de prestigio en los centros de investigación chinos. La formación académica ha puesto, además, tradicionalmente el énfasis en el aprendizaje memorístico y ha disuadido que los alumnos se hagan muchas preguntas. “Aunque eso también está cambiando”, apunta Martín, que lleva ya casi siete años en China.
La exigencia puede llegar a ser brutal y primar excesivamente los resultados. “Hay que publicar sí o sí”, explica Lucía Zhou, una bióloga abulense de 22 años recién llegada a Tsinghua para investigar durante un semestre sobre el uso de células madre en la neurotecnología. “Se pierde un poco la pasión por la investigación en sí misma. Se tiene más en cuenta el resultado que el proceso”, señala.
Para el profesorado occidental, la experiencia china puede acabar siendo dura debido a las dificultades del idioma, lo complicado de adaptarse a una cultura muy diferente o problemas como la contaminación, la censura o el coste de la vida en ciudades como Pekín o Shanghái. La permanencia de los expertos extranjeros en China es muy inferior a la de países como Estados Unidos, donde los académicos tienden a quedarse largo tiempo.
Presas lo tiene claro. Su contrato es de dos años y, en principio, planea marcharse cuando acaben. Aunque la experiencia “es muy recomendable” -insiste-, “la contaminación tan alta me tira un poco para atrás”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.