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Columna
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La declinante integración latinoamericana

Cerca de 30 millones de jóvenes latinoamericanos ni estudian, ni trabajan; miles convergen en la delincuencia, la única integración que funciona

Juan Jesús Aznárez
Los representantes de los países de Mercosur posan durante la cumbre celebrada el 21 de diciembre en Brasilia.
Los representantes de los países de Mercosur posan durante la cumbre celebrada el 21 de diciembre en Brasilia.Adriano Machado (Reuters)

Las invocaciones a la integración de América Latina suelen ser tan frecuentes como retóricas, y desde hace algún tiempo a la grandilocuencia sucedió el desistimiento. Quienes debieran promover la complementariedad regional parecen haber arrojado la toalla. Los cíclicos fracasos de la gobernanza, el último en Perú, y el enconamiento se consolidan, y pierde terreno la solidaria coalición de conceptos y corrientes divergentes entre sí pero susceptibles de sintetizarse en políticas compartidas. El desarrollo institucional y social de un subcontinente todavía en precario las reclaman a gritos.

Mercosur manifiesta señales de vida, pero el resto de las alianzas sobrevive con inercias infructuosas o declinantes. Durante un debate organizado la pasada semana por el Real Instituto Elcano sobre el ciclo electoral latinoamericano, un asistente señaló a los ponentes que no les había escuchado decir ni una palabra sobre integración. Daniel Zovatto, director de América Latina y El Caribe de IDEA Internacional, le contestó reconociendo que el liderazgo regional no presta atención al tema de la integración porque no tiene gancho electoral, aunque previsiblemente los presidentes de Argentina y Chile, Mauricio Macri y Sebastián Piñera, con Uruguay y Brasil, intentarán una mayor aproximación entre Mercosur y la Alianza del Pacífico. Y poco más.

La integración será una quimera mientras prosperen el dogmatismo, la desconfianza en la democracia y en el vecino, el escaso sentido de Estado y la tortuosa relación con Estados Unidos. Cuba, Venezuela, Bolivia y Nicaragua en un bando, y las demás naciones, en el suyo, con notas a pie de página en función de la orientación ideológica y de los cambios de gobierno y de programas derivados de los resultados electorales. Las divergencias reaparecerán en la Cumbre de las Américas de abril, con el veto a Nicolás Maduro.

Desde que Ernesto Samper dejara la secretaria de Unasur (Unión de Naciones Suramericanas), en enero de 2017, el puesto continúa vacante, y la organización, moribunda, porque Argentina, Perú, Chile, Brasil, Paraguay, Uruguay, Ecuador, Surinam, Guayana, Bolivia, Venezuela y Colombia discrepan sobre su sucesor.

La OEA fue incapaz de establecer una posición común sobre la crisis venezolana, mientras la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) sestea desnortada. Si la integración institucional es ahora imposible, la económica tampoco se vigoriza: el comercio interregional apenas supera el 20% cuando debiera doblarse para poder acercarse a los índices de la Unión Europea y Asia, entre el 50% y el 60%. La complementación de un mercado de más de 630 millones de consumidores multiplicaría la competitividad, el crecimiento, y la disponibilidad de recursos contra la pobreza. Algunos datos son desalentadores. Cerca de 30 millones de jóvenes latinoamericanos ni trabajan, ni estudian, y miles convergen en la delincuencia, la única integración que funciona.

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