La declinante integración latinoamericana
Cerca de 30 millones de jóvenes latinoamericanos ni estudian, ni trabajan; miles convergen en la delincuencia, la única integración que funciona
Las invocaciones a la integración de América Latina suelen ser tan frecuentes como retóricas, y desde hace algún tiempo a la grandilocuencia sucedió el desistimiento. Quienes debieran promover la complementariedad regional parecen haber arrojado la toalla. Los cíclicos fracasos de la gobernanza, el último en Perú, y el enconamiento se consolidan, y pierde terreno la solidaria coalición de conceptos y corrientes divergentes entre sí pero susceptibles de sintetizarse en políticas compartidas. El desarrollo institucional y social de un subcontinente todavía en precario las reclaman a gritos.
Mercosur manifiesta señales de vida, pero el resto de las alianzas sobrevive con inercias infructuosas o declinantes. Durante un debate organizado la pasada semana por el Real Instituto Elcano sobre el ciclo electoral latinoamericano, un asistente señaló a los ponentes que no les había escuchado decir ni una palabra sobre integración. Daniel Zovatto, director de América Latina y El Caribe de IDEA Internacional, le contestó reconociendo que el liderazgo regional no presta atención al tema de la integración porque no tiene gancho electoral, aunque previsiblemente los presidentes de Argentina y Chile, Mauricio Macri y Sebastián Piñera, con Uruguay y Brasil, intentarán una mayor aproximación entre Mercosur y la Alianza del Pacífico. Y poco más.
La integración será una quimera mientras prosperen el dogmatismo, la desconfianza en la democracia y en el vecino, el escaso sentido de Estado y la tortuosa relación con Estados Unidos. Cuba, Venezuela, Bolivia y Nicaragua en un bando, y las demás naciones, en el suyo, con notas a pie de página en función de la orientación ideológica y de los cambios de gobierno y de programas derivados de los resultados electorales. Las divergencias reaparecerán en la Cumbre de las Américas de abril, con el veto a Nicolás Maduro.
Desde que Ernesto Samper dejara la secretaria de Unasur (Unión de Naciones Suramericanas), en enero de 2017, el puesto continúa vacante, y la organización, moribunda, porque Argentina, Perú, Chile, Brasil, Paraguay, Uruguay, Ecuador, Surinam, Guayana, Bolivia, Venezuela y Colombia discrepan sobre su sucesor.
La OEA fue incapaz de establecer una posición común sobre la crisis venezolana, mientras la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) sestea desnortada. Si la integración institucional es ahora imposible, la económica tampoco se vigoriza: el comercio interregional apenas supera el 20% cuando debiera doblarse para poder acercarse a los índices de la Unión Europea y Asia, entre el 50% y el 60%. La complementación de un mercado de más de 630 millones de consumidores multiplicaría la competitividad, el crecimiento, y la disponibilidad de recursos contra la pobreza. Algunos datos son desalentadores. Cerca de 30 millones de jóvenes latinoamericanos ni trabajan, ni estudian, y miles convergen en la delincuencia, la única integración que funciona.
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