Caligrafía
Saber escribir a mano con letra clara y legible ha dejado de ser prioridad en muchas escuelas

La primera versión de mi columna la escribo siempre a mano. Necesito tener un lápiz o un bolígrafo entre los dedos para dar sentido al impulso inicial de los pensamientos. Trazar así el curioso bordado que habita en mi propia caligrafía. Me gusta recrearme en las formas de las letras que aprendieron a dibujarse en aquellos cuadernos de mi niñez. Todavía recuerdo los palotes repetidos, esas líneas que teníamos que copiar y se torcían, el esfuerzo de mis pequeños dedos trazando las formas de las letras.
Las teclas se me resisten cuando quiero disfrutar del proceso mismo de las ideas que se enlazan y dan sentido a un argumento o a una reflexión. Por eso me preocupa que los niños ya no aprendan caligrafía. Que los teclados se adelanten a los ritmos del aprendizaje y borren ese espacio íntimo de los cuadernillos llenos de trazos temblorosos que luego se hacían palabras tenaces y enlazaban pensamientos complejos. El punteado de aquellas aseveraciones que a los cuatro años ya son trascendentales: “Mi mamá me mima. Amo a mi mamá”.
Muchos de los documentos históricos que dan sentido a nuestro presente se escribieron con las caligrafías minuciosas de unas manos. En Estados Unidos algunos padres se lamentan al descubrir que sus hijos ya no aprenden caligrafía en el colegio, y que ahora son incapaces de leer el hermoso trazo de las oraciones escritas a mano. Los pequeños contemplan indiferentes el documento de la Declaración de Independencia que todos sus antepasados han sabido leer sin problemas. Son nuevas generaciones solo alfabetizadas con las mayúsculas que habitan en los teclados y sus minúsculas de molde proyectadas en la pantalla, no saben reconocer la caligrafía de las letras amanuenses. Ya no aprenden una habilidad que durante siglos ha sido pilar del conocimiento y la articulación del pensamiento.
El alfabeto caligráfico que alberga cada individuo se compone de trazos sutiles que representan un estilo propio, una huella peculiar y evidente de la expresividad personal. Saber escribir a mano con letra clara y legible ha dejado de ser prioridad en muchas escuelas. Ser habilidoso en el teclado es indudablemente necesario, pero no tiene que significar prescindir del minucioso proceso de la alfabetización y la caligrafía bien aprendida. Ese arte que hemos heredado de las escrituras caligráficas de los últimos 2.000 años. Quitarles a nuestros hijos la posibilidad de existir en la escritura caligráfica, es como no enseñarles a cocinar y someterles a las industriales comidas precocinadas que se calientan en el microondas.
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