"Me alegra que contar sus historias no les haya pasado factura"
Personas que luchan frente a las desigualdades y por los derechos de la comunidad LGTB+, protagonistas del documental 'The Best Day of My Life', dirigido por Fernando González Molina
En el documental The Best Day Of My Life, coproducido El País y Sundance TV, convergen cinco historias distintas, alejadas en el espacio, pero que acaban convergiendo en el tiempo, justo en la celebración del World Pride 2017 el verano pasado en Madrid. El director Fernando González Molina tenía una premisa clara de partida: quería rendir homenaje a estos valientes, que con sus testimonios vitales están ayudando a conseguir avances en el territorio de los derechos de la comunidad LGTB+
El cineasta, que debuta en el género documental con este film, tras haber filmado Palmeras en la nieve o El guardián invisible, aceptó el reto de documentar un hecho histórico, a la vez que profundizaba en cinco microcosmos que son un impulso vital indispensable para seguir luchando por la igualdad, la libertad y la tolerancia. Hablamos con Fernando González Molina sobre el documental que llega mañana a los cines.
¿Cómo fue el proceso de gestación del documental?
El documental nace como una propuesta que me hacen los productores de la película para dar testimonio de lo que iba a suceder en junio del año pasado en Madrid (el World Pride). Consideraban que iba a tratarse de algo que había documentar y querían servirse de la mirada de un director de cine para contar esa historia. Al principio yo tenía dudas, al fin y al cabo no es un género en el que haya trabajado antes, pero pedí poder buscar el modo de contarlo libremente a mi manera, y cuando aceptaron, les dije que sí.
¿La idea era acercarse al World Pride desde un ángulo de vista distinto?
Exacto, la idea fue usar el World Pride 2017 como excusa para contar la historia de gente de diferentes lugares del mundo que confluyen en Madrid durante esos días. Usar ese viaje como excusa para conocerles, para relatar la dificultad que tienen para vivir libremente de acuerdo a quiénes son. De esa manera el documental parte de sus lugares de origen (Almería, Rusia, Uganda, etc) y de sus realidades personales para viajar con ellos. No se trataba de contar simplemente historias tremendas de dificultad y supervivencia en entornos hostiles respecto de la homosexualidad, sino de dar testimonio de realidades diferentes. Por ejemplo, Timo, el chico francés, homosexual y sordo, habla de la necesidad de superar barreras que ha tenido toda la vida, algo que va mucho más allá de ser gay o no serlo.
¿Cómo seleccionáis a las personas que participan en la narración de la película?
Primero buceando, investigando, tirando de miles de hilos. Con la ayuda de Laura Corpa y Vanessa Escuer, que han colaborado conmigo en el guión de esta historia, abrimos miles de puertas buscando historias. Con la gente de la organización del World Pride y sus múltiples actividades. Con asociaciones gays en España y todo el mundo. Con periodistas españoles en diversos países, a través de las redes sociales. Estuvimos meses buscando, tratando de encontrar historias en diferentes lugares que se complementaran entre si. Después haciendo muchísimas entrevistas con ellos via Skype o teléfono para conocerles, buceando en sus singularidades.
Se trató de un esfuerzo enorme de todo mi equipo. La idea era que queríamos que hubiera una historia rusa y otra africana (femenina) por la actualidad de la problemática gay en estos lugares, y que las historias españolas fueran en torno a la transexualidad, que me parece que de algún modo aún está algo estigmatizada en algunos sectores de nuestro país. Por último llegamos a Timo tratando de que uno de los protagonistas formara parte de las actividades oficiales del World Pride, en este caso natación en los Juegos de la Diversidad, actividad de competición deportiva que tuvo lugar esos días.
Fuisteis a sus lugares de orígenes a contar su historia desde allí...
Sí. Rodamos en Rusia en varios lugares, entre ellos Moscú y su pequeña ciudad de provincias Nizhni Nóvgorod; en Uganda en la capital y en el pequeño pueblo de origen de Ruth, nuestra prota. También en Almería, donde comienza la historia de Geena, una de las dos chicas españolas. Fue una auténtica aventura, dura, compleja, sobre todo en Rusia y Uganda, donde como imaginas el tema es tabú y no te dan muchas facilidades para trabajar. De hecho en Rusia fuimos detenidos durante varias horas con excusas y a partir de ese momento rodar de manera clandestina, igual que en Uganda.
El colectivo LGTB+ no estaba hasta ahora suficientemente visualizado por el cine, la coincidencia de Call Me By Your Name y 120 pulsaciones por minuto contrarrestan un poco esta ausencia, ¿se van dando pequeños pasos?
Bueno, creo es una agradable coincidencia que todos estos proyectos coincidan ahora. Ha habido siempre grandes historias gays en el cine, aunque es verdad que no muy abundantes. De cualquier modo creo que la visibilidad es cada vez mayor, y también en nuestro país. Yo creo que la gente tiene que acercarse a The Best Day of My Life como un documental que relata la vida apasionante y muy muy emotiva de seis valientes, sin más etiquetas.
Eres un director y guionista acostumbrado a trabajar con la ficción, ¿cómo enfrentaste el paso al cine documental?
Lo he vivido con respeto, por tratar con material humano real y muy sensible, que hacía que estuviera siempre muy preocupado por ser respetuoso con sus vidas y testimonios, fiel a su esencia y tratando de huir de cualquier tipo de manipulación. Los directores de cine de ficción manipulamos, damos forma a nuestras historias libremente, moldeándolas a nuestro antojo. Quería huir de ese peligro aquí. Por otro lado lo he vivido con una emoción enorme, al sentir que contaba cosas importantes que merecía la pena contar. De esas veces que sientes vivamente que lo que haces sirve para algo.
Has mantenido contacto con los protagonistas de la película, ¿has seguido sus historias?
No solo la he seguido, a muchos los he visto. Geena y Timo, después de viajar a Madrid para el documental, y vivir esa experiencia, se han quedado a vivir aquí. Con Max y Nik, los chicos rusos, he sabido a través de las redes sociales y sé que están bien. Con Ruth de Uganda es con la que la comunicación es más complicada. Son unos valientes que arriesgaron contando sus historias, y me alegra que eso no les ha pasado factura, es lo que más nos preocupaba.
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